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¿Es plausible la caída democrática de Netanyahu?

¿Es plausible la caída democrática de Netanyahu?
Benjamín Netanyahu / X.

Netanyahu pierde popularidad a raíz de la guerra contra Hamás. Es un mantra que oímos repetido en el espacio mediático más reacio a la actual composición de la Knéset -parlamento israelí-. Los detractores del conflicto armado y su escalada confían en esta alteración en la correlación de fuerzas políticas judías para poner freno al conflicto, calificado ya por el consenso mediático europeo como «genocidio». El equilibrio parlamentario israelí es, sin embargo, complicado, con un atípico número de partidos, diferenciados en muchos casos por matices difíciles de comprender para el occidental que no está familiarizado con el judaísmo.

Intentemos responder a la primera pregunta: ¿Es plausible la caída de Netanyahu? ¿Por qué? Raso y corto; sí, su hegemonía peligra, pero no de forma inminente sin un factor político extra. Netanyahu asumió el liderazgo de Israel con una coalición de nada menos que 6 partidos; Likud -el suyo propio-, Shas, UTJ, Partido Sionista Religioso, Otzma Yehudit y Noam. Una suma de derechismos de toda índole, sionismo moderado y ultraortodoxos que dieron pie a una legislatura movidita. En total sumaron 64 de los 61 votos necesarios para asumir la mayoría absoluta. En julio, los ultraortodoxos de Shas y UTJ –sefarditas y asquenazíes respectivamente- abandonaron la coalición ante la aparente pretensión de Netanyahu de obligar a los jóvenes de sus comunidades a ejercer el servicio militar obligatorio, un deber de todos los ciudadanos israelíes ante el cual estas comunidades tienen un privilegio de exclusión por motivos religiosos. Esto dejó al Gobierno de Netanyahu en una situación de minoría parlamentaria, con apenas 50 de los 120 diputados del Parlamento.

Las encuestas recientes muestran que la coalición que sostiene que Netanyahu se ha debilitado desde el inicio de la guerra, algo de los más natural y común. El bloque pro-Netanyahu apenas suma 48–53 escaños en la mayoría de sondeos, mientras que la oposición se movería entre 61 y 72.

La figura personal de Netanyahu sufre también un desgaste evidente. La confianza ciudadana se mantiene por debajo del 40% y un 60% de los israelíes consultados expresan que debería dimitir. Cifras históricas para un político que ha sido el rostro dominante de la política israelí y que ha sobrevivido a crisis, juicios y protestas masivas.

El calendario marca octubre de 2026 como fecha natural, pero la oposición está intentando por todas disolver el parlamento para adelantar la cita a finales de 2025. Nos suena. Para ello, necesita reunir una mayoría parlamentaria que no está asegurada. Netanyahu puede no caer en gracia al fanatismo religioso israelí, pero de ahí a asegurar su apoyo para la causa de la oposición -des del centrismo liberal hasta la socialdemocracia más desacomplejada- hay un mundo.

Explicado esto, hay que tener muy claro el siguiente punto: la hipotética caída de Netanyahu no garantiza, ni de lejos, el fin del conflicto en Gaza. El consenso mayoritario entre las principales fuerzas sionistas -incluidos sus potenciales sucesores-sigue reconociendo el derecho de Israel a actuar militarmente en el enclave y rechaza ceder el control total de la seguridad a actores palestinos sin garantías sólidas. Incluso las figuras más moderadas plantean escenarios con operaciones selectivas, disuasión activa -lo que vienen siendo operaciones militares- y condicionamientos estrictos para cualquier alto el fuego. Un relevo en el liderazgo podría traducirse en cambios tácticos, sí, con una mayor apertura a pausas humanitarias o acuerdos de rehenes, pero jamás renunciará al derecho de Israel a la expansión.

Guillem Espaulella
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Politòleg per la Universitat Pompeu Fabra.

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