Adaptación del “Himne dels segadors”.
“Ara es l’hora Catalans,
ara es l’hora de la feina,
la de fer una Espanya gran,
sense angoixes ni cadenes”
El nacionalismo germánico excluyente, el «Volkstum«, es la base de la teoría secesionista, un romanticismo extremo y mitificador del pasado, aderezado con una defensa extrema de todo lo que creen que pertenece a su pueblo y rechazan encarnizadamente todo lo que para ellos es extranjero, tanto si es cierto o no, lo único que cuenta es el sentido de pertenecer a la tribu. Centrado con teorías etnocéntricas y cerrada a cualquier contaminación de los vecinos.
Castilla la mala. Castilla la celosa. Castilla la agresora. Castilla la salvaje. Ante los castellanos, los catalanes un pueblo subyugado, agredido, escarnecido, vejado, humillado, que fue expulsado del comercio con América, castigado en sus reivindicaciones, vencido por los ejércitos del tirano de turno que nos ataca con las tropas castellanas. Así simplificando el mensaje y llevándolo a un terreno burdo y falso, que es la forma en que la masa lo entiende, y no dando muchas más explicaciones ya tienen bastante. Quién diría que Madrid tuvo alcaldes catalanes, el primero sería, Pere Surrià i Rulllen en 1823, Jacinto Feliu Domènech fue alcalde madrileño en 1843; y posteriormente Albert Bosch i Fustagueras (Tortosa 1848) que rigió los destinos de la capital entre 1885 y 1892 para más tarde ser ministro español de Fomento. Catalanes de lengua, regirían la villa y corte, como Albert Aguilera (Albunyol 1842) alcalde y ministro español de gobernación entre 1901 y 1910.
Cataluña es presentada como un país idílico, con sus instituciones, las cortes, el consejo de cien, el somatén, una iglesia democrática cercana al pueblo hija del abad Oliba y de la «Paz y la Tregua». Las fechas del 1640 y en 1714 son el santo y seña en que el nacionalismo separatista unge todo su ideario, una historia construida adhoc para justificar la voluntad secesionista del pueblo catalán en un continuum, que sacraliza la fecha del “11 de septiembre de 1714” y trescientos años después la nación revivió en el “1 de octubre de 2017”. Del «Finis Cataloniae» al “tsunami democràtic”. Y hasta hoy en 2025.
Bajo la dinastía Habsburgo, los catalanes éramos súbditos del rey de España y conservamos una identidad cultural reconocible y diferente al de otros pueblos hispanos, gobernados con instituciones propias, siempre leales a la monarquía.
1640. La llamada “Guerra de Separación” de 1640 ha pervivido en el imaginario colectivo ligada a los segadors y a Pau Claris, el único período que existió de facto la independencia de la república libre catalana, aunque sólo duró una semana, y bajo la protección del rey de Francia. La revuelta de los catalanes, provocó una ingente tarea propagandística por parte de los secesionistas, como justificación del retorno a Francia de una Catalunya libre, como lo fue desde los tiempos del Reino franco, Carlomagno.
El levantamiento violento ocurrido en el llamado «Corpus de Sang», del 7 de junio de 1640, ha sido interpretado por la historiografía nacionalista, como la revuelta catalana en defensa de los derechos políticos de Catalunya, en realidad la manifestación más cruenta de la “rauxa”, un arrebato incendiario en contraposición al seny, mediante la justificación histórica del todo o nada, la negación del ideal de compromiso y pacto dictada por la sensatez colectiva.
La justificación principal de la guerra, fue la sublevación de los catalanes ante el aumento de la presión fiscal y militar que ocasionó la Guerra de los Treinta años (1618-1648). El decreto de Olivares del 25 de diciembre de 1624 dirigido a Felipe IV, dejaba clara la intención uniforme, con la que entendía España: “Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla”.
Francia estaba en guerra contra España, la guerra de los treinta años, Olivares necesitado de nuevos recursos financieros para hacer frente a la política expansionista de los Austria en Europa, propuso en 1626 un programa encaminado a obtener de los reinos de la monarquía la misma contribución, tanto en hombres como en dinero. Era la llamada Unión de armas, que atentaba contra el régimen constitucional catalán y arrastraba a los catalanes a las guerras exteriores de Castilla. Esta «Unión de Armas», pretendía crear un ejército de reserva de 140.000 soldados formado por efectivos humanos provenientes de todos los territorios de la Monarquía, 16.000 de los cuales debían ser aportados por Cataluña; no hace falta decir que este proyecto fue plenamente rechazado, ya que iba totalmente en contra de las Constituciones catalanas. La convocatoria de las cortes catalanas en 1626, significaba que el rey Felipe IV debía jurar las constituciones catalanas y aprovechar su presencia para conseguir aprobar la unión de armas, pero las sesiones se demoraron y al final el rey abandonó la ciudad de Barcelona sin conseguir su propósito.
En 1635 una nueva guerra estalló entre Francia y España, la solicitud real de refuerzos para levantar el sitio francés en la plaza de Fuenterrabía recibió la negativa de la diputación de la Generalitat, junta al aumento de la presión fiscal, y la existencia del bandolerismo que convertía Catalunya en uno de los lugares más peligrosos de Europa, incrementó un amplio descontento entre la población rural de Girona por un lado y las autoridades catalanas por otro en contra de la autoridad real. En 1638 fue nombrado nuevo Virrey de Cataluña, el conde de Santa Coloma, que actuó de forma contundente en la recaudación de los impuestos y actuó de forma contundente contra la población que se negaba a alojar a las tropas en sus domicilios,
El 7 de junio de 1640, en el conocido como día del «Corpus de Sangre», un incidente en la calle Ample de Barcelona causado por un grupo de segadores, entre los que había rebeldes disfrazados procedentes de Gerona, encendió la sublevación en toda Cataluña, iniciado con el asesinato del virrey; Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma y derivó en una revuelta generalizada que se volvió también en contra de las clases altas catalanas. El Cardenal Richelieu aprovechó la oportunidad para debilitar a la Corona Española y apoyó militarmente a los sublevados. Las nuevas autoridades surgidas en Cataluña con la revuelta se declararon como república independiente bajo la protección del Rey de Francia Luis XIII, que se proclamó conde de Barcelona y se proclamó, como heredero del Imperio Carolingio, con derechos dinásticos sobre los viejos condados catalanes. Sin embargo, la situación bajo la nueva administración francesa fue mucho peor para los intereses económicos de los catalanes, puesto que las exigencias fiscales francesas fueron enormes y se complementó con una rápida introducción de productos franceses en los mercados locales que perjudicaron a la economía catalana.
Los abusos del ejército sobre la población civil y especialmente la destrucción de iglesias, despertaron en el campesinado una conciencia de opresión y religiosidad extremas, lo que provocó graves desórdenes y que desembocaron en la Guerra de los Segadores tras el Corpus de Sangre. Pau Claris ofreció su fidelidad al rey de Francia y la sublevación derivó en una revuelta de los campesinos contra la nobleza y la oligarquía catalana, con una revolución social de sus súbditos más pobres.
La historiografía nacionalista ha mitificado la revuelta y a Pau Clarís, proyectándolo como la quintaesencia del patriota catalán, mito que se forjó a partir la segunda mitad del siglo XIX, cuando Víctor Balaguer consiguió́ que se diese su nombre a una calle de Barcelona, y el historiador separatista Antoni Rovira i Virgili, lo convirtió en el mártir de Catalunya. Otras figuras como Josep Coroleu y Josep Pella i Forgas, centraron sus estudios en la Revuelta de 1640, considerando la guerra como el precedente de la lucha del pueblo catalán contra el despiadado centralismo castellano. Jaume Vicens Vives enmarcó la Revuelta de Cataluña en su contexto europeo y dándole un enfoque más social y fundamentado en los distintos estamentos en su interacción en el periodo de la revuelta, siendo complementado por John H. Elliott, en la obra “La rebelión de los catalanes” que teoriza en que la revuelta constituye la gran lucha entre las aspiraciones centralistas de los monarcas y los tradicionales derechos de los súbditos, de los cuales surgirá el Estado Moderno.
En 1.640 empezó la revuelta de los catalanes, ante una monarquía centralista, impulsada por las políticas del conde-duque de Olivares (“Multa regna, sed una lex”), la contrarreforma y una profunda crisis económica, lo que provocó revueltas por el territorio hasta desembocar en una auténtica desafección de Cataluña por los asuntos del Reino. La revuelta de los catalanes no fue una explosión de odio contra España, sino fruto de la frustración de una unidad no bien entendida por todos.
Gabriel Rius, escribió en 1641 el “Cristal de la verdad, espejo de Cataluña”, que resume, en buena medida que el sentimiento de los catalanes era profundamente ligado al concepto tradicional de la España Romana y posteriormente goda, la auténtica Cataluña: “Esta delineó a Cataluña tan de España, que la antigua Tarragona, una de sus Ciudades dio nombre a una, y no la menor parte della, y no solo la ciñó aquella con los encumbrados y ásperos Pirineos, como à las demás partes de España, viéndola con fuerte lazo, hermanándola con simbolizadas calidades con todas y separándola de Francia con tan vistosas mojoneras, y co(n) la oposición de las calidades de la tierra, y de las de sus naturales; pero como a la primera parte, y puerta de España la ilustró con vivos términos de la esfera, y centro de su naturaleza en su raya, enseñando con eso quanto debe huyr Cataluña para su conservación del mando de los Franceses como extraños en nación, y costumbres.”
En la mitología separatista, el “corpus de sang”, se relata como un levantamiento contra España, concepto contradictorio a la afirmación de Henry Kamen al afirmar: “en realidad fue una sangrienta semana sin ley en la que muchos catalanes y castellanos perdieron la vida. Los nobles y verdaderos catalanes, a quien tocaba por derecho de fidelidad y de sangre la defensa de la justicia, de la patria y de la honra del Rey, estaban cubiertos de miedo en sus casas sin atreverse a salir”.
La burguesía y buena parte de la nobleza catalana decidieron poner fin a las exigencias de mayor compromiso económico que la Monarquía exigía por sus compromisos militares y auspició la revuelta de 1640 contra el ejército real que había acudido a esta región española a combatir a Francia. La Sublevación tuvo su germen en la hoja de reformas con la que el Conde-Duque de Olivares buscaba repartir los esfuerzos y exigencias de mantener un sistema imperial entre los territorios que conformaban la Monarquía Hispánica, la llamada “Unión de armas”, y la población se enfrentó a los soldados instalados en las poblaciones catalanes, sin olvidar que la mayoría de las tropas eran extranjeros, por las requisas de animales y los destrozos ocasionados a sus cosechas, así como por las afrentas derivadas del alojamiento forzoso en sus casas. Pero en ningún caso el levantamiento popular tuvo causas separatistas, fue como en la que hemos vivido en Catalunya en el llamado “procés”, causas económicas principalmente.
Doce años de guerra en la que Cataluña permaneció bajo control francés hasta que el Felipe IV recuperar el territorio perdido, con el fin de la guerra de los treinta años. Pero los graves errores de la oligarquía catalana dañaron gravemente la propia integridad de España, al perder territorios con el tratado de los Pirineos, que significó la anexión del Rosselló, del Conflent, del Vallespir y de Cerdanya por parte de Francia, arrebatando a España la llamada “Cataluña Norte”. Luis XIV garantizó, a los catalanes incorporados al reino de Francia, el mantenimiento de sus privilegios, y en particular el derecho de comprar la sal sin ninguna imposición. Sin embargo, el centralismo francés impuso nuevos impuestos sobre el preciado mineral blanco lo que dio lugar al inicio de una sangrienta revuelta de unos catalanes que querían volver a ser españoles. Los insurrectos fueros conocidos como “Els angelets de la Terra” y protagonizaron la “revolta de la gabella de la sal”.
El tratado de los Pirineos trajo la fractura de Cataluña, firmado en la isla de los Faisanes el 7 de noviembre de 1659, por los representantes de Felipe IV de Castilla y III de Aragón, y los de Luis XIV de Francia. En la desastrosa negociación para delimitar la frontera, el español Luis de Haro, intentó conservar parte del Rosellón y salvar la comarca del Conflent y la Cerdaña. El bando francés, asesorado por Pierre de Marca, conocedor de la historia de las tierras en litigio, presentó la línea divisoria más favorable posible a la corona francesa. Finalmente, los representantes castellanos, ignorantes de las costumbres y características del país, prefirieron defender las posiciones en Flandes antes de que salvaguardar la unidad territorial catalana. El tratado estableció finalmente que del condado de Cerdanya serían cedidos treinta y tres pueblos a Francia y en el que la población de Llívia se mantuviese en España, por ser villa y no pueblo.
Luis XIV garantizó a los nuevos ciudadanos franceses el mantenimiento de sus privilegios, y en particular el derecho de comprar la sal sin ninguna imposición. Sin embargo, en 1661 las autoridades francesas, haciendo caso omiso a las promesas, ignoraron los fueros catalanes y tramitaron la confiscación del impuesto sobre la sal, conocido como “la gabella de la sal”, lo que originó el inició de la revuelta de los campesinos Nord catalanes, que propugnaban la separación del estado francés y su reincorporación a la monarquía hispánica., Los hispanistas se llamaron, “Els Angelets de la terra”, cuyo nombre se debe a la devoción por san Miguel Arcángel y que éste era patrono de los “Miqueletes”, la milicia catalana que era reclutada por las diputaciones.
Bajo el grito de guerra: «Viva el rey y la Tierra, muera la gabela y los traidores”, la sublevación se extendió por las comarcas del Vallespir, entre agosto de 1663 y el 1672, y del Conflent, entre 1668 y el 1673. Sin embargo, los franceses mandaron a 4.000 soldados, lo que provocó la derrotó a los hispanistas el 5 de mayo del 1670, en el llamado “Coll de la Reina”. Sus caudillos, Josep de la Trinxeria, Joan Miquel Mestre, apodado L´hereu Just”, tuvieron que refugiarse bajo la protección de la corona de España, a la que sirvieron lealmente.
El Diario de Barcelona publicó, con motivo de la toma de Bellaguarda por las tropas de Ricardos, tres sonetos, uno en catalán y dos en castellano, celebrando la victoria: «Ja del bronse tronant la força activa / rompé de Bellaguarda la alza roca; / y rendida la foch viu, que la sufoca, / la guarnició se entrega, y s’fa cautiva. / Lo Gall Francés abac la cresta altiva / de son orgull, que á tot lo mon provoca, / y devant del Lleó no bada boca, / si que fuig aturdit quant ell arriba. / Vallespir, Roselló, la França entera / del valor español lo excés admira / ja espera resistir, ja desespera, / ja brama contra el Cel pero delira; / que lo Cel es qui vol que torne a España / lo Roselló, Navarra y la Cerdeña»
La lucha de los catalanes para lograr el retorno del Rosellón a España no cejó con las derrotas sufridas, y durante la llamada “conspiración de Villafranca de Conflent”, organizada el sábado de Gloria de 1674, se preparó la declaración de reintegración de los condados catalanes a España. La conspiración fue descubierta y el nuevo líder, Manuel Descatllar, fue torturado y ejecutado. La represión fue violentísima, con requisas de patrimonio, condenas a galeras, y ejecuciones masivas. El descontento y la sublevación de los catalanes era intensa, y el coste de vidas en ambas partes incalculable, por lo que el rey de Francia propuso cambiar los condados catalanes por los de Flandes, a lo que el rey español se negó.
El levantamiento estuvo dirigido por Josep de Trinxeria, un agricultor de Prats de Molló, y secundado por Damià Nonell, hijo del alcalde de Serrallonga y Joan Miquel Mestre de Bellavista, conocido como “l´hereu Just” del Vallespir. La sublevación empezó en el Vallespir y se extendió a la comarca del Conflent, entre el 1668 y el 1673, y los choques entre las guerrillas de los “Angelets” y los “gabellots” (soldados franceses), fueron constantes, destacando las batallas de Prats de Molló y el sitio de Ceret, hasta que el 5 de mayo de 1670, en la batalla del “Coll de la reina” se enfrentaron a un enorme ejército de 4.000 hombres mandado por Chamilly, siendo derrotados, hubo ejecuciones, a Arles y en otras ciudades, donde se colgaron los rebeldes en las plazas públicas; mientras sus bienes eran confiscados para indemnizar a las víctimas y reconstruir todo lo que habían estropeado durante la revuelta.
A primeros de noviembre de 1673 una columna del ejército francés, formado por 3.000 hombres, y un millar de soldados a caballo, entró en el Empordà y prendió fuego a la Jonquera, y el 7 de abril de 1674 hubo una conspiración contra los resistentes. Manuel Descatllar fue detenido y trasladado a Perpiñán, reconociendo todos sus actos, terriblemente torturado y ejecutado en la plaza de la Lonja; i Francesc Puig fue otro condenado a muerte y degollado en público y delante de su misma casa, y después troceado y puesto a la puerta de la Villa.
El grito de guerra de los catalanes que luchaban contra el dominio francés era: «Visca el rei i la Terra, mori la gabela i los traidors». La revuelta antifrancesa de llevó a un fuerte sentimiento identitario catalán y español entre la población local, y el estado francés no logró sofocar la rebelión totalmente, pues se reprodujeron movimientos hispanistas como los complots de Villafranca, Perpinyà i Cotlliure.
En julio de 1793 se declaró la “Guerra de la Convención”, que enfrentó a la monarquía de Carlos IV de España contra a la Primera República Francesa. En Barcelona se formó un cuerpo de voluntarios bajo el lema “Por la Religión, el Rey y la Patria”, con miles de “miqueletes” mandados por el Capitán General de Cataluña, el general Ricardos, que consiguió invadir el Rosellón. Sin embargo, las tropas españolas, faltos de suministros, tuvieron que retirarse y aun así venciendo a los franceses en diferentes batallas. Sería el último intento de reconquistar los territorios del norte de Cataluña, perdidos unos años antes.
El Diario de Barcelona se publicó para celebrar la victoria de las tropas hispanas por la toma un enclave en el Rosellón: «Ja del bronse tronant la força activa / rompé de Bellaguarda la alza roca; / y rendida la foch viu, que la sufoca, / la guarnició se entrega, y s’fa cautiva. / Lo Gall Francés abac la cresta altiva / de son orgull, que á tot lo mon provoca, / y devant del Lleó no bada boca, / si que fuig aturdit quant ell arriba. / Vallespir, Roselló, la França entera / del valor español lo excés admira / ja espera resistir, ja desespera, / ja brama contra el cel pero delira; / que lo Cel es qui vol que torne a España / lo Roselló, Navarra y la Cerdeña»
1714. El inicio del siglo XVIII significó para España, y también para Cataluña, uno de los momentos más importantes y decisivos de su historia. La muerte de Carlos II, el monarca que física y mentalmente fue un desecho humano, provocó un cambio dinástico de consecuencias terribles y dramáticas en el futuro de la propia concepción hispánica. La discutida elección de un príncipe de la estirpe Borbónica dio esperanzas a los seguidores de un poder real fuerte y centralizado y provocó el rechazo de los defensores del constitucionalismo, lo que provocó una guerra internacional, y que sería eminentemente civil a partir de 1.705.
Las tensiones acumuladas y no solventadas de la guerra de 1640, la presencia de tropas franco-castellanas alojadas en el territorio catalán, cuyo reprobable comportamiento provocó un amplio rechazo entre la población autóctona, y muchas otras causas prendieron la mecha de la revuelta, con el apoyo de una parte importante de la nobleza catalana por la candidatura de los Austria, al estimar que esté era un seguro protector de los fueros medievales. El archiduque Carlos, estaba apoyado por una amplia coalición internacional encabezada por Inglaterra, Países Bajos y Austria, temerosas todas ellas, de la posibilidad de que la dinastía borbónica reinase en España y en Francia, constituyendo un peligroso bloque de poder y al mismo tiempo todas ellas estaban deseosas de repartirse el botín de un imperio español en decadencia, mientras que Felipe de Borbón sólo estaba apoyado por Francia.
En 1700 murió Carlos II sin descendencia dejando el trono español a Felipe D’Anjou, nieto del rey de Francia Luis XIV. La unión bajo una sola familia un reino extenso y poderoso, movilizó a buena parte del resto de Estados europeos que querían evitar la formación de un imperio que rompería sin remedio el frágil equilibrio continental. Inglaterra y Holanda se aliaron con Austria, que reclamaba la corona hispánica. Pronto comenzaron las hostilidades, centrándose los escenarios de la lucha en Italia, Flandes y Alemania.
Siguiendo el consejo de su abuelo, una de las primeras acciones de gobierno del nuevo rey de España fue la de dirigirse a Barcelona y levantar Cortes, las primeras en un siglo, a fin de ganarse la confianza de unos catalanes que habían tenido los franceses como enemigos desde hacía decenios. De hecho, cinco años antes Barcelona había sido sometida a un duro asedio francés. Las Cortes resultantes del 1701 al 1702, fueron históricas y consideradas beneficiosas a los intereses catalanes. Sólo el rey se mantuvo intransigente a la hora de librarse de su derecho para desinsacular (destituir) a los cargos elegidos por sorteo, y prohibir los alojamientos militares en caso de guerra. Por otra parte, se constituiría el Tribunal de Contrafaccions, organismo legal que preservaba la ley por encima de la misma voluntad real, o el derecho de enviar anualmente dos barcos a comerciar con América, entre otros nuevos privilegios. Una vez el rey consideró que se había ganado la confianza de la oligarquía catalana, se dirigió al frente italiano, donde la guerra no iba nada bien a los intereses de su familia.
Hasta 1705 Cataluña restó en paz, lejos de los escenarios donde se decidía el conflicto, sin guarniciones militares de consideración y con un esfuerzo bélico mínimo. Sin embargo, en cuestión de meses, esta paz se transformó en una ola de violencia inusitada cimentada en tres pilares fundamentales. Por un lado, la mala gestión de la crisis tanto de orden público como política del virrey Velasco. Por otra la acción conspiradora de un grupo de oligarcas conocidos como “Vigatans” y finalmente por el papel intervencionista de las potencias aliadas con el antiguo virrey, príncipe Jorge de Hesse- Darmstadt por Austria, y Sir Mitford Crowe por Inglaterra como catalizadores.
Por parte catalana, la revuelta comenzó por motivos que no tenían nada que ver ni con el conflicto dinástico ni con el modelo institucional catalán. Todo comenzó por una disputa de unos derechos sobre unos molinos entre unas familias de Manlleu, población cercana a la capital de los vigatans. Los Vila y los Erm, enfrentados con los Cortada y los Regàs. Las disputas llegaron al punto que, en marzo de 1705, cientos de ciudadanos de Vic y Manlleu resolvían sus diferencias a tiros por toda Osona. Velasco, no supo o no pudo llevar el orden en la comarca y el temor a sus represalias, por un lado, y la canalización del conflicto hacia un estallido rebelde contra el rey por parte de austriacista locales por otra, hizo que la Plana de Vic fuera la primera en levantarse en armas contra el Borbón. Poca épica antiespañola o independentista en el inicio de la revuelta.
Los rebeldes iniciaron conversaciones secretas con los aliados en Génova, a fin de buscar ayuda militar. Los plenipotenciarios catalanes eran el noble Antoni Peguera y el abogado Domènec Perera, que negociarían con el representante inglés, sir Mitford Crowe. Hay que decir que los representantes catalanes actuaban sin el visto bueno del común de Vic y a espaldas de la Generalidad, con el único aliciente de ver colmadas sus aspiraciones económicas del grupo conspirador, ningún sentimiento patrio movía a estos personajes en el inicio de las negociaciones. Aunque decían ir en nombre de los catalanes, actuaron de espaldas a las instituciones legítimas del Principado, representando realmente, a un pequeño grupo fuera de la ley. Los vigatans sabían que les resultaría muy difícil convencer a las autoridades catalanas de cambiar de rey, ya que al ser Felipe rey jurado y legal, la rotura de los pactos constitucionales firmados en 1702 por parte de los catalanes concedían la potestad al rey de Felipe de derogar instituciones y leyes en caso de ganar la guerra. Por este motivo, resulta interesante observar, como en el Pacto de Génova se exige hasta en una veintena de ocasiones, la necesidad de preservar las leyes catalanas, incluyendo una inaplicable cláusula que «obligaba» a Inglaterra en su defensa incluso en caso de derrota. Como se vería más adelante, el artículo en cuestión será papel mojado, ya que, a pesar de ganar, la «pérfida Albión» dejará a los catalanes en la estacada y de camino, se quedará con Menorca como pago por los dispendios militares ocasionados durante su aventura catalana; y eso que el pacto era Inglaterra quien se comprometía a poner el dinero. Un grupo reducido de catalanes, decide saltarse las leyes que se han firmado, buscando sus intereses personales y hablando en nombre de todos los catalanes.
El acuerdo suscrito, marcaba los ritmos del levantamiento popular que estaban trabajando. Primero Cataluña dejaría de quedar en paz para convertirse en campo de batalla. Después los aliados tenían que desembarcar cerca de Barcelona, para bombardearla (cosa que cumplieron), mientras que los catalanes los esperarían en la playa con seis mil hombres (cosa que no pasó), presentándose poco más de cuatrocientos vigatans a la llamada. Con la asistencia de Carlos de Austria y de Darmstadt, los anglo-holandeses reunieron a su estado mayor y concluyeron que todo había sido un engaño de los “vigatans” y que ellos se iban. En última instancia el pretendiente consiguió la concesión de unos días, mientras se intentaba levantar el país, y es este momento donde entró en escena Jorge de Hesses Darmstadt, comandante del ejército austriaco y virrey de Cataluña al servicio del pretendiente Carlos, personaje crucial en esta historia y que marcaría irremediablemente el futuro de Catalunya y de España.
Jordi de Hesse, buen conocedor de Cataluña y del sistema de reclutamiento local o sometiendo, envió a doscientos catalanes afectos a su persona por todo el territorio. Todos con cartas de promesas y amenazas dirigidas a importantes prohombres, alcaldes y nobles. Gran parte de estas cartas no fueron atendidas, pero las que lo hicieron pusieron en marcha el plan que consistía en levantar el somatén local y una vez contratado ir pueblo por pueblo, para sumar fuerzas mediante coacciones. En cuestión de semanas, donde los de Vic fracasaron, Hesse triunfó, pero, aunque el Principado estaba en manos rebeldes, Barcelona todavía resistía a manos de la legalidad borbónica. Durante un asedio de dos meses, Hesse murió de un disparo durante el asalto a Montjuic; el presidente de la Generalitat Francisco de Valls y Freixa, murió a la Diputación al caerle encima una bomba aliada, y causaron baja más de un millar de defensores. Finalmente, Velasco decidió rendirse incluyendo a las capitulaciones la preservación de los privilegios y leyes de Cataluña.
El archiduque victorioso con la toma de la ciudad condal, ordenó Cortes previa purga política de todos aquellos miembros de la oligarquía catalana afectos a Felipe. La plaza de presidente de la Generalidad quedó vacante durante un año con la excusa de la convulsión del momento, el brazo militar tenía setenta compromisarios menos que en 1702, y los que asistieron, lo hicieron con Barcelona militarizada y sometida a un asedio, esta vez borbónico. Las Constituciones surgidas representaron pocos cambios, sobre todo si se tiene en cuenta la nula aplicación de las mismas con la excusa de la guerra. Las desinsaculaciones quedaban teóricamente derogadas, pero Carlos continuó ejerciendo este derecho. Al artículo 107 del alojamiento se suavizarían muchísimo, pero en la práctica las tropas reales cometerían los mismos abusos de siempre con el conocimiento probado del rey. De dos barcos para comerciar con América se pasaron a cuatro, que no pudieron salir nunca por la guerra. El clima de inseguridad que se vivía queda viene representado con el asesinato del primer conceller, Francesc de Nicolau i Sant Joan en la catedral de Barcelona por un austriacista exaltado durante el sitio de 1706. La presión contra los elementos desafectos en Cataluña ejercida por Carles sería muy parecida a la que sometería a sus contrarios políticos Felipe, unos años después. Creó una Junta de Confiscaciones y Secuestros, se encarceló a desafectos borbónicos, miles de catalanes se exiliaron y no pocos fueron ejecutados ya desde septiembre de 1705. La guerra civil entre catalanes estallaba.
En el pacto de Génova, los de Vic incluyeron un artículo donde se especificaba que los gastos de mantenimiento de tropas correrían a cargo de los «naturales», es decir, mayoritariamente de los campesinos. Durante la guerra soportaron los abusos de ambos ejercidos, como era habitual, pero sobre todo sufrirían los miqueletes, que, según un buen número de testimonios escritos, eran «los que mas mal feian en el país». Los peores eran los de aquí, y la explicación hay que buscarla en 1.706, cuando fracasan las negociaciones entre la Generalitat y el rey Carlos para transformar en tropa reglada de los cinco regimientos de miqueletes que entonces estaban en servicio. Reglamentarlos, significaba pagar un sueldo, uniformarlos, armarlos y un largo etcétera, es decir, que se necesitaban dinero que no pensaba pagar ni el rey ni la Diputación. Finalmente, se pactó que los gastos de estas unidades irregulares recayeran sobre los consistorios municipales, provocando una ola de expolios, violaciones, robos y abusos de todo tipo que duraría toda la guerra, y más.
Poco a poco las hostilidades se generalizaron en todo el territorio. Después de la batalla de Almansa, el campesinado catalán se convirtió en la principal proveedora de alimento, alojamiento y sexo para los soldados austracistas o borbónicos, la inmensa mayoría extranjeros mercenarios procedentes del norte de Europa. Cuando en 1713 los ingleses decidieron que ellos ya tenían suficiente, y el rey Carlos fue nombrado emperador de Austria, la defensa del candidato Carlos y sus propuestas foralistas, quedó sin apoyo internacional. Barcelona, que desde 1706 era una isla de paz en medio de un Principado arrasado por el conflicto, se puso en el ojo del huracán. En una Junta de Brazos donde los votos contaron poco. Los compromisarios más radicales impusieron la guerra a ultranza, puede ser con la esperanza de que se volviera a repetir el mismo que en 1652, cuando Juan José de Austria permitió la conservación de los privilegios a cambio de la entrega de la ciudad. La diferencia, es que entonces Cataluña estaba aliada con Francia y ahora estaba sola. A finales de 1713, sólo la ciudad de Cardona, en la comarca del interior del Bages, y Barcelona quedaban en manos de los rebeldes catalanes. Una expedición organizada para levantar el país por la Generalitat fracasó sonoramente. La gente ya estaba harta de guerra, pero una mala decisión, tomada en parte por el pésimo estado de las arcas borbónicas volvió a encender la “rauxa” en el interior. Cuando el secretario real Patiño preparaba la campaña de 1714, hizo lo que era habitual, verter los gastos de las operaciones militares sobre los consistorios municipales próximos al frente, con las acostumbradas amenazas si no pagaban la cantidad estipulada con la excusa de su rebeldía. Esta vez, una Cataluña empobrecida y devastada amenazada si no pagaba unas cantidades imposibles de cumplir, se sublevó. Los combates se sucedieron por todo el territorio y la lucha se volvió aún más cruel y devastadora. Paradójicamente, 1714 fue el año en que más catalanes tomaron las armas para combatir al lado de las tropas borbónicas. Berga, Manlleu, Cervera, Centelles, el regimiento de Po de Jabre entre otros optarían por tomar las armas, en muchas ocasiones para hacer frente a las bandas de miqueletes que asolaban sus territorios.
El once de septiembre Barcelona capituló y el Principado perdió sus leyes centenarias. La paz no llegó del todo, milicias austracistas se sublevaban en las comarcas de Tarragona, para ello los borbónicos armaron unas milicias urbanas, vestidos con los colores franceses y a los que llamaron “Mossos d´Escuadra”. Con los años, una Cataluña en paz, experimentó un crecimiento demográfico y económico espectacular y el siglo XVIII sería el siglo de la recuperación. La legalidad estaba en el lado de los partidarios de Felipe V, había sido declarado sucesor en el testamento de Carlos II y el rey Borbón había jurado por las cortes aragonesas y legalmente fue reconocido en su visita a Barcelona en 1702; sin embargo, las protestas populares fueron habituales en parte estimulados por la impopularidad del virrey Fernández de Velasco, auspiciados por los engaños de los “vigatans” y por las promesas de los agentes ingleses.
Las consecuencias de la guerra de sucesión trajeron la pérdida de los fueros valencianos en 1707 y la firma de los tratados de Utrecht y de Rastatt, en abril de 1713 y marzo de 1714, permitieron el abandono de los aliados y el fin del tratado de Génova de 1705. En Utrecht los ingleses obtuvieron grandes ventajas a cambio de aceptar a Felipe en el trono de España, conservaron las posesiones de Menorca y Gibraltar, más otros territorios a expensas de Francia, y lograron importantes concesiones en el comercio con la América española, conseguido el botín, los británicos abandonaron Cataluña a su suerte y el llamado «caso de los catalanes» dejo de figuraren las cancillerías de Europa.
Sin embargo, Cataluña nunca se alzó en contra de “España”. Al contrario, se había revelado en defensa de sus tradiciones y libertades, y siempre «por la libertad de toda España». Documentos no sólo de 1705, sino de 1713 y del mismo 11 de septiembre de 1714 así lo dejan patente. No fue una lucha por la independencia. No fue una lucha contra España. Fue el grito desgarrador de unos catalanes que querían seguir siendo españoles, con sus fueros y tradiciones. Pero también hubo aragoneses, navarros y castellanos que lucharon contra los borbones en la ciudad de Barcelona. El verdadero héroe de la defensa de Barcelona fue un gallego, y no Rafael de Casanovas, sino el teniente Mariscal Antonio de Villarroel y Peláez. En las murallas del baluarte barcelonés, luchó un Tercio de infantería llamada Regimiento de la Concepción, formado por más de 1000 voluntarios de Castilla, cuyo coronel fue Gregorio de Saavedra, ciñendo los colores azul y rojo bajo el amparo de la patrona de la Inmaculada Concepción. Otro regimiento fue el de Infantería Santa Eulalia, integrado por soldados navarros y su coronel fue Don José Íñiguez Abarca, Marqués de Las Navas, y más tarde sustituido por un castellano, el coronel Antonio del Castillo y Chirino. Y hubo valencianos, riojanos, defendiendo una España foral y católica, junto a los catalanes.
Las instituciones catalanas optaron por apoyar mayoritariamente a una de los pretendientes al trono hispánico. Las Cortes reunidas en Barcelona, de 1705-1706, elaboraron “La Constitución o Ley de Exclusión de la Casa de Borbón», de apoyo al pretendiente Carlos. La idealizada España federal, el respeto por las leyes de los diferentes reinos hispánicos fueron el principal y único argumento de los catalanes en su batalla contra los borbones franceses. El relato separatista sobre la derrota de los catalanes el 11 de septiembre de 1714, se puede resumir en el edicto sobre la lengua catalana, del presidente de la “Junta Superior de Justicia y Gobierno”: «Que en las escuelas no se permitan libros en lengua catalana, escribir ni hablar en ella dentro de las escuelas y que la doctrina cristiana sea y la aprendan en castellano«
Después de los tratados de Utrecht de 1713 el llamado «caso de los catalanes» dejo de figurar, como asunto importante, en las cancillerías de Europa. La interpretación separatista de las revueltas de 1640 o de 1705 a 1.714 es una manipulación del nacionalismo separatista que ha surgido y ha envenenado toda la historiografía, y por consiguiente la política, tergiversando un relato hispanista en una confrontación antihispánica.
Una revuelta antiseñorial, hastiada de los abusos de los soldados, una defensa de la tradición e incluso de la religión católica; fue realmente la revuelta de 1714. Las reflexiones de Antoni Simón sobre estos hechos son esclarecedores: “Les revoltes de 1640 i 1705 seran interpretades com una lluita contra l’absolutisme i el despotisme dels Austries i borbons, i de la mateixa manera que la historiografia liberal espanyola va mitificar els comuners Padilla, Bravo i Maldonado com màrtirs de la llibertat, la historiografia romàntico-liberal catalana enaltirà les figures de Pau Clarís i Rafel Casanovas, rebutjant, però, les acusacions dels qui titllaven els catalans de rebels i revolucionaris”
Consecuentemente a los postulados de la historiografía nacionalista, surgen los personajes míticos del cosmos separatista, y se glorifican personajes como Rafael de Casanovas, Fiveller, Pau Clarís o Bac de Roda; manipulando las revueltas antiseñoriales como luchas antiespañolista o las guerras civiles como agresiones de España contra Cataluña. Casanovas es presentado como el héroe de la independencia y resistente ante los castellanos, que murió ondeando la bandera el once de septiembre herido y vilipendiado por los borbones españoles, cuando todo ello no es más que una patética falsedad. El pobre Casanovas; que ciertamente era el primer consejero de Barcelona por sorteo; defendió la rendición de la ciudad en contra de la opinión de otros consejeros, y cuando la ciudad ya era derrotada le despertaron de su cama para atender la resistencia de Barcelona, en contra de su voluntad. Herido en el muslo, cuando salió con el pendón de Santa Eulalia, pidió un certificado de muerte para poder huir de la ciudad, y poco después retomó sus actividades económicas, muriendo tranquilamente en su casa, en la población de Sant Boi, con ochenta y tres años en 1743 (veintinueve nueve años después de 1714) con el reconocimiento social y económico de los nuevos gobernantes borbones.
El relato separatista se ha impuesto, falseando torticeramente la historia, una épica lucha de catalanes como pueblo enfrentado a los castellanos. En sus entelequias y manipulaciones, los separatistas identifican Castilla con España, y por tanto negando la posibilidad del doble sentimiento de pertenencia que de forma natural siempre ha existido. Un reduccionismo histórico, fácil de explicar y de entender, que no necesita grandes explicaciones, y que no tiene un contra relato veraz.
Ciertamente, entre Castilla y Catalunya ha existido siempre una profunda rivalidad, los enfrentamientos y los odios de vecindad que entre los reinos existían, estalló en múltiples ocasiones en tensiones y guerras, pero al mismo tiempo hubo largos episodios de paz y colaboración; como cuando en 1264, siendo rey de Castilla y León don Alfonso X el Sabio, se produjo una revuelta de mudéjares en el reino de Murcia, y pidió ayuda militar a su suegro, Jaume I de Aragón, y este envió a Murcia una fuerza militar que pacifico el reino de Murcia en 1266 . Además, mandó un contingente de 10.000 colonos procedentes de la Catalunya central, para poco después ceder el territorio al rey castellano, en virtud de un tratado anterior, y lo hizo con el convencimiento de hacer un bien superior, «per la primera cosa per Deu la segona per salvar Espanya«. Sus pobladores –que pasaban a ser súbditos de la monarquía castellana– durante siglos conservarían la lengua catalana, y no hay que obviar que, en 1325, Ramon Muntaner, otro de los cronistas catalanes, señaló que los habitantes de la ciudad de Murcia «son catalanes y hablan el más bello catalán del mundo».
Joan Mañé i Flaquer en un artículo publicado en 1856 en «El Criterio», describe bastante bien el sentimiento real de Cataluña hacia Castilla: “desde Felipe V, para los catalanes, castellano fue sinónimo de opresor, de enemigo, pero andando el tiempo, dulcificando el rigor del poder central, esa prevención quedó relegada a las clases inferiores, hasta que la invasión napoleónica e 1808, borrando las últimas huellas de añejas antipatías, hizo hermanos en el común peligro a dos pueblos que fueron encarnizados enemigos”.
No hay duda, que lo que hoy conocemos como Cataluña formó parte de una federación, con importantes instituciones gubernativas y representativas, siendo considerado un principado dentro de la Corona de Aragón, pero nuca fue un reino o un país independiente. El enlace entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla en 1469, y aunque supuso una unión puramente dinástica entre ambas coronas que dotó de significado político al término España. Cataluña nunca estuvo sola, siempre formó parte de una entidad política superior, siendo en la Edad Media y posteriormente en los siglos XIX y XX, la zona más dinámica e innovadora. La explosión de las dos revueltas de los catalanes se debe a la defensa de unos fueros o constituciones, que no fueron atendidas por las figuras reales, por motivos económicos o por defender un modelo de estado, pero en ningún caso con afán de romper España, y cada estamento sus propios motivos. La iglesia tuvo un papel fundamental por motivos económicos y por el propio daño que sufrieron a manos de los tercios acuartelados en el norte de Cataluña, la nobleza varió su lealtad, dependiendo de los intereses que tuvieran y de la propia coyuntura que estuvieran viviendo, los campesinos tuvieron reacción fue antiseñorial y de búsqueda del respeto de las constituciones, con una violencia espontánea que luego fue canalizada por los defensores de la ruptura con Felipe IV.
La impericia centralista de Olivares, al ver una Castilla exhausta por los impuestos de la guerra y observar a los otros reinos como no participaban con tanto entusiasmo del proyecto felipista, provocó la decisión de crear la unión de armas; la guerra de sucesión de 1700-1714 tuvo como origen una disputa dinástica internacional. En ningún caso se luchó por independizar Catalunya del resto de España.
Ahora, en pleno siglo XXI los catalanes hemos sido el triste el protagonista de un nuevo proceso separatista. Desde 2014 hasta 2025 hemos perdido el poder, la presencia y la estima del resto de España. La frase del poeta Ovidio en su canto nostálgico «Tristia», bien podría resumir la situación catalana: «Bene qui latuit, bene vixit», es decir «El que vive bien, vive inadvertido».
La solución al pleito político, no pasa por otorgar a Cataluña más competencias sobre ella misma, sino trabajar en la mejor tradición del catalanismo político que se ha comprometido siempre con la misma intensidad por la plenitud de Cataluña y por el renacimiento de España. Con palabras de su tiempo, Cambó repetía que los catalanes debíamos trabajar “per la llibertat de Catalunya i per la grandesa d’Espanya”.