En esta segunda entrega, el historiador Josep Ramón Bosch nos explica cómo la gastronomía, el baile y los castells humans han llegado a convertirse en símbolos de la identidad catalana. Símbolos cuya historia Bosch desgrana en su ensayo Catalunya, la ruta falsa. En la primera entrega, el conocido historiador, primer presidente de la entidad constitucionalista Sociedad Civil Catalana (SCC) nos explicó el papel que juegan la bandera, los himnos y las fiestas en la Cataluña del siglo XXI.
La gastronomía. La sopa catalana es la “escudella amb carn d’olla” y el complemento para comer los típicos embutidos derivados del cerdo, es el «pa amb tomàquet»; los dos manjares típicamente catalanes, y que exhibimos con orgullo para marcar diferencias del resto de españoles. O, tal vez no tanto. Y es que los separatistas, dicen, que nuestra gastronomía es diferente a la del resto de España. Según el diccionario gastronómico de Néstor Luján, la primera vez que se cita en la literatura catalana el pan con tomate es al 1884. Son unos versículos del humorista y racista en Pompeu Gener, cuando vivía en París: «Lo que menjarem certa nit és, pa amb oli amanit amb tomaca i n’ha fet moda Madama Adam que n’ha menjat. Judit Gautier molt li ha agradat fins la gran Sarah Bernhardt s’ha fet la llesca».
Si en el siglo XIX ya se conocía el tomate, parecería que el origen es anterior. Y es que el tomate es un fruto originario de América. En realidad, la misma palabra tomate (tomatl) es de origen náhuatl, una lengua hablada durante el imperio de los aztecas y que aún hoy habla más de un millón de personas en México. Es decir, un fruto traído por los españoles de las colonias. Pero la leyenda urbana de su origen es mucho más perturbadora por los separatistas.
Resulta que, según teorías insistentes, no demostradas, serían los murcianos y extremeños, trabajadores del metro de Barcelona, quien para ablandar el pan duro que les daban por toda comida, mojaban con aquel fruto rojo, que nacía espontáneamente l lado de los raíles para untar el pan seco., el pan para zamparse el bien blando. Si incluso uno de los gurús del nuevo separatismo, como en Salvador Cardús, reconoce esta teoría como cierta. El “pa amb tomàquet” un invento de ¡españoles!. Tal vez no sea cierto, pero como relato es bonito.
Si hay un elemento propiamente catalán, difícil de encontrar en otros lugares España, es la pelota»
La sopa o potaje, recibe el nombre por metonimia de la cazuela pequeña o vajilla llamada «escudella», como plato de origen campesino al que añadían todo tipo de complementos idéntico en sus ingredientes a otros platos «típicos» propiamente españoles como son el «potaje andaluz», «el cocido montañés», «el cocido maragato», o el «cocido madrileño». Introducido por los judíos sefardíes en toda España con el nombre de «adafaina» y según las costumbres «Koshers»; posteriormente los conversos al cristianismo, los carneros, introdujeron la carne de cerdo para demostrar su nueva fe. Pero si hay un elemento propiamente catalán, difícil de encontrar en otros lugares España, es la «pelota», que según Josep Pla al artículo “La Carn d´Olla”: “No és necessari, em sembla, de descriure la carn d’olla catalana. El lector sap perfectament de què es tracta. És un plat la difusió del qual havia estat tan vasta, que ha perdut totalment la solemnitat. El nostre bullit conté, però, un element d’originalitat que no es troba en els altres. La pilota conté una sèrie d’elements picats i posteriorment consolidats d’una manera real però lleugerament flàccida. La pilota no té la forma de la pilota corrent, vull dir rodona; més aviat té una forma tubular allargada. La pilota agrada a la ciutadania”.
Por tanto, la gastronomía catalana es similar a la del resto de España, y es el aceite, el oro líquido, el elemento básico de la cocina de las Españas, y no podemos dejar de sentir que, el aceite, es un factor capital para entender la unidad hispana.
Tampoco se podía aceptar como baile catalán el llamado «L´Espanyolet», danza típica de la comarca de Vic y del valle del Ges
El Baile. El Nacionalismo separatista, buscando diferencias del resto de España, encontró en una danza su referente de diferenciación. No se podía aceptar que la “Jota” que se bailaba de Lérida o en las comarcas de Tarragona se convirtieran en el baile nacional. Poca distinción tendríamos de los vecinos aragoneses. Y tampoco se podía aceptar como baile catalán, el llamado «L´Espanyolet», danza típica de la comarca de Vic y del valle del Ges, ya que su nombre podría provocar equívocos, por ello, se popularizó la Sardana. Derivado del vocablo “Cerdanya”, zona de dónde se supone procedía.
Fue el andaluz José Ventura (nacido en Alcalá la Real, provincia de Jaén, en 1817, hijo de un mando del ejército español y natural del Ampurdán), más conocido hoy como «Pep Ventura», quien modernizó un baile muy antiguo (donde la primera referencia se encuentra en el archivo municipal de Olot fechado en un libro manuscrito del 1.552 llamado «Liber consulatus» -para pedir su prohibición por ser un baile deshonesto- pero no encontramos ninguna referencia a la sardana durante el esplendor medieval catalán) , y es considerado el padre de la Sardana (baile de orígenes paganos, que formando un círculo y mirando el sol, el miembros hacían un círculo con las manos cogidas). Pep Ventura se formó en el taller del militar español Juan Llandrich, que además de militar era el director de la Cobla de Figueres. José o Pep Ventura, escribió más de 300 sardanas y algunas de ellas muy populares (“Per tu plor», «El toc d’oració», etc.).
Los tarraconenses obviaron poco a poco los bailes e imitaron los castillos humanos, aportando la audacia de construirlos cada vez más altos y originales
Els castells humans. El origen de los castillos deriva de unos cuadros o representaciones católicas, en las Procesiones de la Virgen de la Salud, y que posteriormente derivaron en bailes populares, llamados Bailes de Valencianos (que eran conocidos como Moixiranga y Muixeranga) y que el final de su baile levantaba una figura, llamada la torre. Estos bailes valencianos tenían una representatividad religiosa y están documentados en la villa de Algemesí (al sur de la Comunidad Valenciana). En Cataluña se documentan primero en Bràfim, y en 1857 se tiene constancia de su existencia en Valls con el nombre de «niños» (como derivación del término «valencianos» en que se hacía referencia a su origen hispánico). Los valencianos que, entre el siglo XVII y el XVIII, viajaban al norte de España a llevar sus mercancías, productos únicos y de gran calidad, cruzaban Tarragona y Valls, y allí cayeron muy bien sus costumbres, entre las que estaban los “balls dels valencians”, una danza con antorchas que reproducía el movimiento de una serpiente y que acababa con una torreta, un Castell». En la zona de Tarragona, Reus y Valls empezaron a imitar a los valencianos a finales del siglo XVII. Está registrado que en 1687 actuó en la ciudad de Tarragona el «Ball dels valencians» (Baile de los Valencianos). En esta tradición valenciana tres de los bailarines subían encima de las espaldas de los compañeros, agrupados y formando piña. Los tarraconenses obviaron poco a poco los bailes e imitaron los castillos humanos, aportando la audacia de construirlos cada vez más altos y originales, con el fin de manifestar y exteriorizar mejor su agradecimiento a la Virgen. El primer «castell» propiamente catalán está fechado en Tarragona en el 1770. En Valls, el primer registro es de 1791, durante las primeras Fiestas Decenales de la Candela, según el Costumari català de Joan Amades. El período de mayor esplendor de los castellers fue el comprendido entre 1850 y 1870.
Una tradición catalana, firmemente ligada a otras regiones hispanas, mientras el nacionalismo separatista manipula su origen, buscando un inicio milenario y pagano que se adentra en la oscuridad de los tiempos. Gracias a los “castellers “ se conquistó la plaza de Tetuán, durante la “Guerra de África” de 1859, cuando los voluntarios catalanes a las órdenes del general Prim y bajo los gritos de ¡España, España!, los catalanes se encontraron con que no tenían una escalera a mano para entrar en la Alcazaba de la ciudad, y sus voluntarios que pertenecían mayoritariamente a las poblaciones de Reus, Valls y Tarragona, gritó a sus voluntarios: «Au, minyons, feu la torre, i a dalt!»; y mediante una torre humana, entraron en Tetuán y el sargento primero, Lluís baró i Roig, consiguió poner la bandera española en los muros de Tetuán