La pregunta del millón. ¿Por qué crece Aliança? En su condescendencia habitual, el conseller de la Presidència, Albert Dalmau, lo atribuye a la frustración post-procés y al contexto internacional; la suma acrítica de una ciudadanía díscola a las nuevas tendencias occidentales. Su lectura parece, cuanto menos, incompleta. La raíz del descontento desde el que hacen raíz el resto de variables está en la economía real, en el día a día de los catalanes.
Catalunya sigue siendo una de las regiones más productivas de Europa, pero ese dinamismo no se traduce en bienestar para todos. El PIB crece, pero los salarios no. Las exportaciones aumentan, pero la inversión en servicios públicos se estanca. La brecha entre los indicadores macroeconómicos y la economía doméstica es cada vez más evidente.
El salario mínimo interprofesional no cubre el coste de vida en ciudades como Barcelona, donde el alquiler medio supera los 1.200 euros mensuales. La industria catalana, especialmente la manufacturera, sufre por la falta de incentivos fiscales y el poco apoyo institucional. El pequeño comercio se ve ahogado por la presión fiscal y la competencia de grandes plataformas digitales.
Luego tenemos la vivienda, que no es solo un problema social, si no una bomba económica. El encarecimiento del alquiler y la escasez de vivienda pública están expulsando a los jóvenes del mercado laboral urbano y frenando la movilidad profesional: el 40% del salario medio se destina al alquiler, lo que limita el consumo y la capacidad de ahorro. A su vez, la inversión pública en vivienda social sigue por debajo de la media europea.
Las políticas de regulación han tenido efectos limitados y, en algunos casos, contraproducentes.
Aunque los datos oficiales muestran una ligera mejora en los índices de criminalidad, la percepción ciudadana va por otro camino. Tampoco ayuda la creatividad contable a las que nos tiene acostrumbrados el Ejecutivo. La inseguridad no se mide solo en robos, sino en la sensación de vulnerabilidad económica.
Por su parte, el incivismo urbano afecta la actividad comercial y turística. La falta de mantenimiento del espacio público genera desconfianza en la gestión institucional y la inseguridad económica —precariedad, desempleo juvenil, inflación— es tan grave como la física.
Así pués llegamos a la pregunta ¿por qué crece Aliança?
El auge de Aliança Catalana no es un giro ideológico, es una reacción económica y social. Es el reflejo de una ciudadanía que, tras años de promesas políticas y relatos simbólicos, exige resultados tangibles. Aliança canaliza una demanda de eficacia. Porque habla de lo que la gente vive, no de lo que la política promete. Su crecimiento no se explica por ideología, se explica por economía.
Sus votantes no buscan símbolos, buscan soluciones, y la política tradicional ha perdido el pulso del mercado laboral, del comercio local, del alquiler imposible. Aliança ofrece una narrativa de orden económico que, aunque simplificada, conecta con el hartazgo.
El Govern y el PSC pueden ser bien valorados en encuestas, pero si no hay resultados visibles, la confianza se erosiona. Catalunya no necesita más relato, necesita reformas estructurales: fiscalidad justa, inversión productiva, vivienda accesible, seguridad
jurídica.
Porque si la frustración sigue marcando el paso, el cambio será inevitable. Y no será ideológico: será funcional, económico, pragmático. Una reacción ajustada a la inoperancia institucional. Si tanto quieren saber por qué crece Orriols, mírense al espejo.