Unas 15.000 personas se manifestaron este jueves en Barcelona para protestar por la detención de la Flotilla Global Sumud de apoyo a Gaza. 25.000 estudiantes el viernes, según la Guardia Urbana. Una oleada de solidaridad y clamor pacifista que se transformó con el paso de las horas en violentos enfrentamientos con la policía o el bloqueo de los campus universitarios para garantizar el éxito de la huelga universitaria.
En el campus de la Universidad Autónoma (UAB) un clásico. Los “estudiantes” que decidieron acampar el jueves tras las protestas amanecían el viernes vestidos de negro, con la cabeza cubierta por las capuchas de sus sudaderas y moviendo contenedores donde hiciera falta para bloquear los accesos a las facultades. Ellos mismos reconocían que el objetivo era impedir las clases, obviando que eso debería decidirlo cada clase.
Horas antes, otros presuntos estudiantes la emprendían a palos y patadas contra un comercio del centro de Barcelona en el transcurso de la manifestación pro Palestina. Viva el pacifismo.
Aunque la imagen más clara de esa borrachera que invade a los habituales de la protesta cuando consiguen una movilización masiva era la portavoz de la protesta en Barcelona, Judit Piñol. Henchida de gozo por el éxito que supone para la causa haber cortado la Ronda Litoral, Piñol se enfrentaba a los micrófonos de TV3 con una sonrisa de oreja a oreja.
“La jornada ha sido fantástica” aseguraba exultante, al tiempo que anunciaba una la acampada indefinida: hasta que se acabe el genocidio. Ahí es nada. Por el mismo precio podría haber anunciado que pensaban acampar en los accesos a la terminal de cruceros del puerto hasta que a las vacas vuelen. Teniendo en cuenta la impunidad con la que ha actuado el Gobierno de Benjamín Netanyahu desde los ataques terroristas de Hamas del 7de octubre, no parece que la acampada vaya a ser corta en el tiempo.
Es un proceso recurrente, que aún así siempre me sorprende. Un evento, el que sea, genera la reacción de centenares, a veces miles de personas. Lo mismo vale para el ‘no a la guerra’ que las protestas independentistas. Una vez completada la protesta, quedan los habituales, y su éxito los emborracha hasta hacerles creer que son invencibles.
De ahí las acampadas que acabarán languideciendo en unos días, semanas a lo sumo. O las huelgas estudiantiles que se prolongan, normalmente hasta el fin de semana. Siempre con más entusiasmo en la pública que en la privada. Como si la universidad pública viviera del aire…
Tras la euforia del jueves, el viernes se multiplicaba la protesta por Barcelona, porque el movimiento está todavía de subidón.
Con motivo, bien es cierto. Las imágenes de niños muriendo de hambre, de edificios colapsando en una ciudad en ruinas o las colas del hambre donde soldados y mercenarios disparan a los hambrientos gazatíes que mueren por un saco de harina dan para alimentar muchas protestas.
“Calla cuando los niños duerman, no cuando los niños mueren” rezaba una de las pancartas vistas estos días.
Sobran los motivos para la protesta. Pero es fascinante ver como siempre, invariablemente, surge entre la multitud el mismo perfil de portavoces y las mismas tiendas de campaña para mantener la protesta. Y los miembros de la acampada son cada vez menos jóvenes, menos inocentes. Cuando pasa esa borrachera de protesta que es justa y necesaria entre los jóvenes. Y que resulta ridícula o impostada en quienes han vivido ya demasiadas protestas juveniles. Aquellos cuya causa no es Gaza, ni la guerra, ni la independencia, sino simplemente la protesta.