La prudencia, en su justa medida, suele ser una virtud. Sin embargo, en estos tiempos parece haber dejado de estar de moda. Pocas actitudes tan poco prudentes —y a la vez tan irrespetuosas— como la de la entonces alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, cuando tuvo la ocurrencia de decir al Ejército que no debía estar presente en el Saló de l’Ensenyament.
Aquel gesto no fue solo una falta de cortesía institucional: fue un desprecio hacia unas Fuerzas Armadas que ejercen su labor dentro y fuera de nuestras fronteras para garantizar la seguridad de todos. Y conviene recordarlo: sin seguridad no hay libertad. La libertad de la que disfrutamos se sostiene también en el trabajo callado de quienes sirven en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, a los que siempre debemos respeto y gratitud.
Lo paradójico llegó tiempo después, cuando la Sra. Colau, integrante de una de las embarcaciones de la llamada flotilla solidaria, se vio ante un posible riesgo. Entonces, su rechazo al Ejército se transformó en preocupación por si el Buque Furor de la Armada llegaría a tiempo para prestar apoyo. Pasó, literalmente, del desprecio a la bienvenida.
La ignorancia con poder es, sin duda, una combinación peligrosa
Aún más desconcertantes fueron las palabras de la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, quien calificó de error que el Furor no continuara escoltando a la flotilla hasta el final. No solo evidenció un desconocimiento preocupante de los protocolos militares, sino que sus declaraciones rozaron la irresponsabilidad. Tal propuesta habría podido generar un conflicto diplomático de primer orden. La ignorancia con poder es, sin duda, una combinación peligrosa.
Resulta también llamativo que quienes critican el incremento del gasto en defensa —“no compartimos ni apoyamos el aumento del presupuesto en armamento”, han declarado— sean los mismos que, en situaciones de riesgo, reclaman la intervención de aquellos a quienes desprecian. Una contradicción que bordea la incoherencia moral.
Quizás algunos miembros del Gobierno, especialmente de Sumar, sigan anclados en el idealismo de un hermoso libro infantil: Tistú, el de los pulgares verdes. Ojalá la realidad fuera tan sencilla como plantar flores para que todo florezca, pero el mundo adulto exige decisiones complejas y, a veces, incómodas.
Ojalá la realidad fuera tan sencilla como plantar flores para que todo florezca
También sorprende esa especie de “superética” que algunos pretenden imponer, como si solo existiera una verdad posible —la suya—. Todos deseamos la paz, todos sufrimos ante la violencia. Pero la compasión no puede confundirse con la ingenuidad: no se puede ser cómplice de quienes gobiernan mediante el terror, como hace Hamás en Gaza, donde no existen elecciones libres ni se respetan los derechos humanos, ni de las mujeres ni del colectivo LGTBI.
La hipocresía no debería tener cabida ni en la vida ni en la política. Sin embargo, el episodio de la flotilla y el Buque Furor nos deja una lección clara: hay quienes insultan y desprecian a quienes garantizan su seguridad… hasta que los necesitan.
En definitiva: te desprecio, pero cuando tengo miedo te llamo. Y eso, simplemente, es hipocresía en estado puro.