Banda de estribor / Una entrevista de Paula Añó
Enhorabuena por su reciente premio La Vanguardia Trayectoria 2025. Un camino de luz, ¿cómo lo recibe?
Recibo este reconocimiento con una enorme gratitud y mucha emoción. Es un honor que un medio como La Vanguardia valore una trayectoria dedicada a devolver la vista a quienes más lo necesitan. Detrás de este premio hay muchos años de trabajo, pero sobre todo un equipo extraordinario y miles de personas que han confiado en nosotros. Cada cirugía, cada mirada recuperada, es lo que da sentido a todo lo que hacemos.
¿Recuerda en qué momento decidió dedicarse a la oftalmología? ¿Siguió la inercia familiar o fue una decisión plenamente consciente? ¿Qué hubiera sido de no escoger este camino?
Creo que en mi caso hubo una mezcla de ambas cosas: la influencia familiar y una vocación muy personal. Desde pequeña viví rodeada de oftalmólogos, de conversaciones sobre ojos y pacientes, de historias sobre la luz y la visión… Era algo muy natural en casa. Pero también llegó un momento en el que entendí que quería dedicarme a esto por mí misma. La posibilidad de devolver la vista a una persona me parecía —y me sigue pareciendo— algo mágico. No sé qué habría sido de mí si no hubiera seguido este camino.. Pero, sinceramente, no me imagino fuera de la oftalmología. Es una disciplina que combina la técnica, la ciencia y la emoción de ver a alguien volver a mirar el mundo.
Usted fue una pionera. Ha explicado que en sus años de estudiante apenas un 25% del alumnado era femenino. Ahora las cosas han cambiado. Sin embargo, ¿en qué rama de la medicina sigue habiendo un % bajo de alumnas?
Efectivamente, cuando yo estudié Medicina las mujeres éramos una minoría. Hoy la situación es muy distinta y me alegra enormemente ver que las nuevas generaciones están formadas por muchísimas mujeres talentosas, comprometidas y con una enorme vocación.
Aun así, todavía existen ciertas especialidades en las que la presencia femenina es más reducida, sobre todo en aquellas que implican una alta carga quirúrgica o una gran exigencia técnica y horaria, como puede ser la cirugía cardiovascular, la traumatología o incluso algunas ramas de la neurocirugía.
Creo que no se trata de una falta de capacidad, sino de que las estructuras aún no están completamente adaptadas para facilitar la conciliación y ofrecer las mismas oportunidades de desarrollo profesional. Estoy convencida de que esto seguirá cambiando, porque el talento no tiene género, y la medicina necesita tanto a hombres como a mujeres comprometidos con el bienestar de los pacientes.
Hablemos de los niños de aquí. Hay ya algunas voces que alertan del aumento de la miopía en niños. ¿Podemos decir que es consecuencia del uso y abuso de las pantallas? ¿Notan un aumento de pacientes menores en estos años?
La miopía consiste en tener el globo ocular más largo de lo considerado estándar y su principal causa es la genética. Los factores ambientales como el excesivo uso de pantallas y la falta de luz solar también pueden influir.
Es verdad que cada vez hay más niños miopes, esto se podría atribuir a la evolución de los seres humanos a través de los tiempos, adaptándose a las necesidades del momento: ya no somos cazadores como en la prehistoria, nuestra vida diaria está más enfocada en cosas cercanas. Y los miopes son quienes ven más bien a corta distancia.
Volviendo a su faceta solidaria y a su Fundación, ¿en qué momento decidió que la solidaridad debía convertirse en una misión permanente? La lista de países donde han ido de expedición es enorme. ¿Tienen en mente algún país nuevo?
La solidaridad siempre ha estado muy presente en mi vida, pero hubo un momento en que sentí que debía convertirse en algo estructurado y constante. Cuando realizas una primera misión y ves el impacto inmediato que tiene devolver la vista a una persona, ya no puedes mirar hacia otro lado. Comprendes que ese debe ser tu camino.
Me di cuenta de que la única manera de continuar con la labor que había iniciado era profesionalizando la Fundación. Hoy en día, la Fundación Elena Barraquer funciona como una empresa social, cuyo objetivo es devolver la visión al mayor número posible de personas. Tenemos planes específicos para cada área de actuación, y la gestión diaria está en manos de un equipo de profesionales altamente comprometidos. Ya no es algo que haga personalmente entre paciente y paciente, como en los primeros años; ahora contamos con un equipo de unas diez personas en Barcelona que se ocupa de coordinar cada detalle: desde la logística de las expediciones hasta la captación de fondos y la comunicación.
A lo largo de estos años hemos trabajado en más de 29 países de África y América Latina, y seguimos recibiendo solicitudes de colaboración. Para 2026, por ejemplo, tenemos previsto incorporar Sri Lanka y Benín como nuevos destinos, además de continuar fortaleciendo nuestra presencia en lugares como Honduras, Botsuana o Congo, donde la necesidad sigue siendo enorme.
¿Colaboran con otras fundaciones o entidades locales en los países a los que viajan?
Sí, absolutamente. De hecho, la colaboración con entidades locales es esencial para que nuestras misiones sean efectivas y sostenibles. Siempre trabajamos de la mano de hospitales, fundaciones, organizaciones locales y, cada vez más, gobiernos, que son quienes mejor conocen las necesidades de la población y nos ayudan a identificar a los pacientes que más lo necesitan.
Estas alianzas nos permiten no solo operar, sino también formar a profesionales locales, compartir conocimiento y asegurar que el trabajo tenga continuidad una vez que nosotros regresamos. La idea no es llegar, operar y marcharnos, sino dejar capacidad instalada: equipos más preparados, procesos más eficientes y comunidades con mejor acceso a la salud visual.
En muchos países hemos establecido relaciones duraderas con instituciones —y ahora también con autoridades sanitarias nacionales— que ya son parte de nuestra gran familia. Gracias a ellos, podemos seguir ampliando nuestro impacto y cumplir con nuestro compromiso de luchar contra la ceguera evitable en todo el mundo.
Llevan más de 100 expediciones. ¿Recuerda ese primer viaje? ¿La primera operación? ¿El primer paciente?
Por supuesto, es imposible olvidar aquella primera expedición, pero lo más bonito es que todavía tengo la misma ilusión que entonces. Cada viaje y cada paciente son únicos y especiales.
La experiencia, por supuesto, me ha dado seguridad y madurez profesional, pero la emoción de devolver la vista sigue siendo exactamente la misma. Cada vez que un paciente vuelve a ver, es como si fuera la primera vez. Esa sensación es lo que me impulsa a seguir, a dar siempre lo mejor de mí y a no perder nunca la pasión por lo que hacemos.
¿Cuáles son los mayores retos actuales para la Fundación —financieros, logísticos o humanos?
Diría que los retos son una combinación de todos ellos. Por un lado, el financiero siempre es un desafío constante: mantener una estructura profesional, planificar expediciones a distintos países y garantizar que cada misión se realice con los mismos estándares de calidad requiere recursos importantes y una planificación rigurosa.
En el aspecto logístico, cada país presenta sus propias particularidades. Trasladar material médico, adaptar quirófanos, coordinar equipos locales y voluntarios internacionales… todo implica una gran coordinación y una enorme capacidad de adaptación.
Y, por supuesto, está el factor humano, que es quizás el más delicado y valioso a la vez. Conseguir que médicos, enfermeras, optometristas y voluntarios sigan comprometidos, motivados y dispuestos a donar su tiempo y su talento es fundamental. Sin ellos, nada de lo que hacemos sería posible.
Aun así, creo que los retos son también lo que nos mantiene vivos como organización. Nos obligan a innovar, mejorar y no conformarnos, siempre con un único objetivo: seguir devolviendo la vista al mayor número posible de personas.
Con una carrera académica brillante, una trayectoria profesional como pocas y una Fundación con centenares de misiones en la operación de cataratas, ¿qué reto le queda a Elena Barraquer?
Creo que los retos nunca se acaban, y eso es lo bonito. Profesionalmente, me siento muy afortunada por todo lo que he vivido, pero siempre hay algo más que aprender, mejorar o compartir. Mi gran reto ahora es garantizar la continuidad de la Fundación, que el trabajo que hemos construido siga creciendo y llegue a muchas más personas, incluso cuando yo ya no esté al frente.
También me gustaría que la sensibilización sobre la ceguera evitable formara parte de la agenda global de salud, y que cada país pudiera contar con los recursos necesarios para ofrecer una atención oftalmológica básica a todos sus ciudadanos.
En lo personal, mi reto sigue siendo el mismo que el primer día: mantener la ilusión. Cada vez que veo a un paciente recuperar la vista, me recuerdo por qué elegí este camino. Mientras siga sintiendo esa emoción, seguiré adelante.
Y además, soy muy joven todavía y me queda mucho por dar, así que pienso seguir haciéndolo con la misma pasión de siempre.
Si pudiera legar un valor a las futuras generaciones de médicos, ¿cuál sería?
Les diría que nunca pierdan la empatía. La técnica y la ciencia son esenciales, pero lo que realmente marca la diferencia en la medicina es ver al paciente como una persona, no como un caso clínico. Escuchar, comprender y acompañar son tan importantes como operar o diagnosticar.
También les transmitiría la importancia de la vocación de servicio. Ser médico es un privilegio, pero también una enorme responsabilidad. La medicina no es solo una profesión, es una forma de vida que exige entrega, honestidad y compromiso.
Y, sobre todo, les animaría a mantener viva la curiosidad y la pasión. La ciencia avanza, los tratamientos cambian, pero la ilusión por ayudar a los demás debe seguir siendo el motor. Cuando haces tu trabajo con pasión y con el corazón, todo lo demás llega por sí solo.
Usted es un referente, pero ¿cuál es la persona que más le ha inspirado? ¿En qué ojos se mira?
Sin duda, en los ojos de mi padre. Él ha sido y sigue siendo mi gran inspiración, tanto en lo profesional como en lo personal. De él aprendí no solo la técnica y la excelencia médica, sino también la humanidad, la generosidad y la humildad con las que debe ejercerse esta profesión.
Mi padre me enseñó que la oftalmología no consiste únicamente en devolver la vista, sino en devolver esperanza y dignidad. Siempre decía que “el verdadero privilegio del médico es poder cambiar una vida con sus manos”, y esa frase me acompaña cada día.
Cuando pienso en el camino recorrido y en todo lo que aún queda por hacer, sigo mirándome en sus ojos, porque en ellos encuentro el ejemplo más puro de vocación, entrega y amor por los pacientes.