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No, tener pocos autónomos en España no es bueno

Correlación no implica causalidad, y menos en economía. Sorprende tener que explicarlo a esta alturas, pero así estamos. Durante las últimas jornadas, ha proliferado en redes la idea de que tener pocas personas autoempleadas -lo que viene a ser un autónomo, vamos- es sinónimo de una economía sólida. ¿El origen de la afirmación? La aparición de una tabla en X, que indica que los países más pobres del mundo tienen una alta presencia de «autónomos» y el hecho -casual, por supuesto- de que este relato deja en buen lugar al Gobierno, puesto que nuestra tasa de autoempleo está bajando.

Se trata de una verdad a medias, pero en ningún caso atribuible a la realidad española. Una caída abrupta del autoempleo en un contexto de bajo crecimiento y baja productividad -que, por si alguien lo dudaba, es nuestro caso– no es síntoma de “bonanza”, sino de asfixia. Cuando emprender o trabajar por cuenta propia deja de ser viable -por impuestos, trabas administrativas o falta de seguridad jurídica-, no es que la economía mejore: es que se está estrechando el espacio para la iniciativa individual.

El razonamiento es, por lo tanto, pobre. Sí, los países ricos permiten, en su prosperidad, que parte de la población opte por el trabajo asalariado sin que eso suponga precariedad. Pero eso no convierte al bajo autoempleo en un indicador de éxito. Las economías más competitivas tienen un tejido autónomo y de pymes sólido, flexible y altamente productivo. Es el caso de Alemania, Japón, Países Bajos, Corea del Sur y Estados Unidos, donde las pequeñas empresas generan más de la mitad de los nuevos empleos y el 45% del PIB.

En los países más pobres, el alto número de trabajadores por cuenta propia aparece por necesidad, sí; pero eso no convierte al autoempleo en algo negativo, sino que refleja la falta de oportunidades formales y de apoyo institucional en contextos misérrimos. El error es usar ese contexto de precariedad para desacreditar al autónomo de un país desarrollado, que no se autoemplea por falta de opciones, sino porque aporta valor, innovación y competencia al sistema. La diferencia no está en la cantidad, sino en la calidad, la productividad y la libertad con la que se emprende.

Confundir eso con un argumento a favor de reducir el autoempleo en un país desarrollado es no entender la causalidad económica. Punto. En las economías avanzadas, los autónomos y las pymes son el núcleo de la competencia, la innovación y la distribución equilibrada de la riqueza.

Reducir el número de autónomos sin fortalecer el tejido productivo significa concentrar la actividad económica en menos manos, lo que a su vez deriva en mayor poder de mercado, prácticas oligopolísticas y menor dinamismo. Justo lo contrario de lo que necesita una economía sana.

Una economía que penaliza el riesgo, desalienta la independencia y castiga al que genera actividad está cavando su propia tumba productiva.

Guillem Espaulella
Guillem Espaulella
Politòleg per la Universitat Pompeu Fabra.

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