Un argumento recurrente de quiénes se auto identifican de izquierdas es la «superioridad moral« de sus políticas frente a quiénes no se identifican con esa corriente política. La última expresión de esta teoría la ha dado el exministro de Universidades Joan Subirats.
En última instancia esta pretendida superioridad moral permite preconizar, como hace Subirats, la instauración de un régimen antidemocrático sin el menor rubor. Lo importante no es lo que quieren y votan los ciudadanos, sino lo que al progre le parece ético. Y si no coinciden, se acaba con la democracia y punto.
Veamos algunos ejemplos de la ética de la izquierda progresista.
Se denuncia al estado de Israel por las muertes causadas en Gaza pero se ignora el origen inmediato de la guerra: los asesinatos y secuestros del 7–O realizados por Hamás para evitar la aplicación de los acuerdos de Abraham, a sabiendas que iban a provocar una respuesta muy dura de Israel. Lo que quizás no esperaban es que la gran mayoría de países musulmanes no se involucraran a su favor. No se condena a un grupo que no duda en utilizar a la población civil como escudos humanos, que arma a los niños, acapara los alimentos y asesina sumariamente a los palestinos disidentes. La doble vara de medir es incompatible con la superioridad moral.
Mientras se criminaliza a Trump se blanquea a China (comparen la reacción a las manifestaciones antitrump con la plaza de Tiananmen) . Se protege a Maduro, Petro o Ortega, se silencian los crímenes de una mafia militarizada como Hamás, o se pasa por alto la carencia de los derechos de las mujeres o de los colectivos LGTBI en muchos países. Tampoco veo superioridad moral alguna en Bill Gates o Soros frente a Elon Musk. Ello evidencia la carencia de cualquier convicción moral y la aplicación como es habitual de una doble vara de medir nauseabunda.
Al final el argumentario de la izquierda se limita a calificar de fascista o de extrema derecha a quién no piensa como ellos. El argumento ad hominem es el recurso de quién es incapaz de argumentar sus puntos de vista. A mi , por ejemplo, me parece infinitamente más censurable moralmente utilizar la posición de poder para convencer a un menor para que se ampute un órgano o inicie un proceso de transición que le va a condicionar toda su vida, sin la madurez necesaria para valorar las consecuencias, que prohibirlo y que cuando sea mayor haga lo que le venga en gana. Tampoco veo la superioridad moral en permitir que un violador vaya a una prisión de mujeres porque afirme sentirse mujer o que un hombre triunfe en competiciones femeninas aprovechando sus condiciones físicas. Defiendo la despenalización del aborto pero no veo la virtud en promoverlo.
En cuanto al intervencionismo estatal en los medios, nada igualable a España. Televisiones públicas alejadas de cualquier voluntad de neutralidad, presiones y planes de intervención a los medios, amenazas de censura de las redes sociales… La campaña gubernamental contra el periodista David Alandete por preguntar a Trump (preguntar libremente a Sánchez es labor imposible) es un ejemplo de la voluntad indisimulada de controlar a los medios.
No veo superioridad moral alguna en que la izquierda fomente la polarización y la división entre hombre y mujeres, homosexuales y heteros, blancos y otras razas, anteponga derechos colectivos sobre la libertad individual o cancele a personas inquisitorialmente por cuestiones meramente ideológicas.
Tampoco veo virtud alguna en criminalizar a Occidente, especialmente al hombre blanco heterosexual, culpándole de todos los males de la tierra como si turcos, árabes, rusos o chinos no tuvieran un pasado, y en muchos casos presente, colonial y de tráfico de esclavos, o trataran mejor a inmigrantes, mujeres o LGTBI que Occidente.
Fomentar la decadencia económica, política y cultural de occidente, dónde, con todas las críticas que se quieran, es donde más se respetan los derechos humanos, hay menos pobreza y más libertad, como hace la izquierda, significa dejar a las generaciones un mundo mucho peor del que hemos vivido desde la II Guerra Mundial. Los flujos migratorios reflejan que mientras en los países referentes de la izquierda la población huye, en Occidente hay cola por entrar. No hay ningún razón válida para resignarse.