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Los peligros del sedentarismo emocional

No solo el cuerpo necesita moverse: la mente también se atrofia cuando dejamos de desear, crear o sentir

Mujer pensativa sentada en un sofá iluminado por la luz natural, con gesto de cansancio emocional y mirada introspectiva.
El sedentarismo emocional puede pasar desapercibido, pero afecta tanto como la falta de movimiento físico.

Pasamos horas frente a una pantalla, días repitiendo rutinas y meses en piloto automático. Pero el verdadero sedentarismo no siempre se mide en pasos: también puede instalarse en el alma. El sedentarismo emocional aparece cuando dejamos de emocionarnos, de probar cosas nuevas o de escuchar lo que realmente queremos. Es ese momento en que nos volvemos espectadores de nuestra propia vida, sin energía ni curiosidad.

Al principio no se nota. Seguimos cumpliendo, trabajando, cuidando, pero con una sensación sorda de vacío. No es depresión, no es tristeza profunda: es una especie de anestesia vital. El cuerpo se mueve, pero la mente y el corazón se quedan quietos.

El precio de la comodidad emocional

Nos han vendido la estabilidad como sinónimo de bienestar. Sin embargo, cuando todo es predecible y no hay espacio para el deseo ni el cambio, el alma empieza a oxidarse. Vivir siempre dentro del mismo círculo —las mismas conversaciones, los mismos pensamientos, las mismas emociones— es una forma sutil de estancamiento.

La consecuencia más habitual del sedentarismo emocional es la apatía: ese “me da igual” que se instala en lo cotidiano. No apetece salir, no ilusiona nada, no hay chispa. También puede manifestarse en el cuerpo: insomnio, cansancio sin causa aparente, dolores musculares, dificultad para concentrarse. Es el cuerpo pidiendo movimiento, pero no físico: emocional.

¿Por qué sucede?

Hay tres causas frecuentes:

  1. El miedo al cambio. Preferimos la seguridad de lo conocido, aunque nos haga daño, antes que enfrentarnos a la incertidumbre.
  2. El exceso de control. Querer tenerlo todo bajo dominio nos deja sin espacio para lo espontáneo.
  3. La sobrecarga mental. Cuando vivimos saturados de tareas, no queda energía para sentir.

En muchos casos, el sedentarismo emocional es una forma de autoprotección. Nos desconectamos del deseo o de la pasión para no sufrir. Pero ese “modo ahorro” nos termina consumiendo desde dentro.

¿Cómo volver a moverte por dentro?

Revertirlo no requiere mudarse a Bali ni dejar el trabajo. Lo que hace falta es recuperar el deseo de sentir. Volver a hacer cosas por primera vez: un curso, una cita, una escapada, una conversación pendiente. Salir del entorno cómodo, decir “no” sin miedo o reírte sin filtros.
Algunos pequeños gestos pueden marcar la diferencia:
Escuchar música que te remueva.
Hacer algo sin planearlo.
Recuperar un hobby olvidado.
Cambiar el recorrido de cada día.
Dormir más, mirar menos el móvil y mirar más el cielo.
Mover el cuerpo ayuda, pero mover el alma es lo que realmente nos devuelve la vida.

No hay pastilla que sustituya a la emoción. El entusiasmo, la risa, el asombro y el deseo son vitaminas mentales. Reír libera endorfinas, emocionarte mejora la memoria y enamorarte —de una persona o de una idea— rejuvenece el cerebro.

Por eso, la próxima vez que te sientas cansada sin motivo, no pienses solo en ejercicio físico o descanso: pregúntate cuándo fue la última vez que algo te emocionó de verdad.

María Riera
María Riera
Licenciada en Ciencias de la Información por la UCM.

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