España afronta el cierre de 2025 como alumna aventajada de la eurozona: el FMI, la Comisión Europea y la OCDE sitúan el crecimiento del PIB de este año en torno al 2,9 %, claramente por encima de la media del área del euro. La Seguridad Social acaba de firmar el mejor octubre de la serie, con 21,84 millones de afiliados medios, máximo histórico. El Gobierno vende el relato de “locomotora europea”. Pero bajo el titular, la fisura es evidente: según los últimos estudios de productividad, el PIB por hora trabajada ha aumentado menos de un 3 % desde el 4T2019, apenas medio punto anual, mientras el PIB per cápita solo crece la mitad que el PIB agregado.
En clave triunfalista, @sanchezcastejon, presidente del Gobierno, celebra que el FMI sitúe a España como “la gran economía avanzada que más crece” y presume de que el PIB subirá un 2,9 % en 2025, “más que duplicando” la previsión para la eurozona.
Los viejos fantasmas se ven en los precios y en el sector exterior. El INE confirma que la inflación de octubre fue del 3,1 %, la más alta del año y muy por encima del objetivo del 2 %. La pérdida acumulada de poder adquisitivo de los hogares desde la pandemia es evidente. A la vez, el déficit comercial se dispara: el Ministerio de Economía cifra el agujero en 41.106,6 millones de euros entre enero y septiembre, un +51,7 % interanual, con una tasa de cobertura del 87,5 %. Importamos mucha más energía y bienes de consumo de los que somos capaces de vender fuera, justo cuando la industria europea muestra fatiga.
La deuda privada tampoco invita a la complacencia. El Banco de España sitúa el endeudamiento consolidado de hogares y empresas en el 106,5 % del PIB en el segundo trimestre de 2025, el nivel más bajo en más de veinte años, sí, pero con un aumento del 2 % en términos absolutos hasta 1,74 billones de euros. Es decir, el peso relativo baja porque el PIB sube, pero los pasivos en euros vuelven a crecer. En un país tan cíclico como España, con tipos aún relativamente altos, la combinación de inflación, más deuda y déficit externo empieza a recordar demasiado a la antesala de 2008.
El supuesto colchón externo también tiene letra pequeña. Hasta agosto, la capacidad de financiación del conjunto de la economía se mantiene en torno al 4 % del PIB, con un superávit por cuenta corriente del 2,9 %. Pero el propio Banco de España reconoce que casi todo descansa en el turismo: el superávit turístico alcanza el 4,3 % del PIB, mientras que el saldo de bienes y servicios no turísticos se ha ido a terreno negativo (alrededor del –0,4 % del PIB). En paralelo, el FMI y otros organismos anticipan que el crecimiento español se desacelerará hacia el entorno del 2 % a partir de 2026. Si el turismo tose o el crédito se encarece, el “éxito” puede mutar en susto en cuestión de trimestres.
Las redes han reaccionado de manera muy crítica al relato triunfal de “España va como un tiro”:
En su reacción, @dlacalle, economista liberal y gestor, alerta en X con un «¿Empieza?…» y avisa de que los desequilibrios actuales recuerdan demasiado a los que precedieron la crisis de 2008.
@Capitana_espana, creadora de contenido patriótica y crítica con el Gobierno, denuncia que «Nos van a subir la cesta de la compra 500€!!!! Feliz Navidad Spain!» como símbolo de una inflación que devora el salario de la clase media.
La foto completa es menos brillante de lo que sugieren los discursos oficiales: más PIB agregado, pero poca mejora del PIB per cápita; más empleo, pero con productividad casi plana y un mercado laboral polarizado; más superávit externo, pero apoyado casi exclusivamente en un sector —el turismo— vulnerable a cualquier shock en Alemania, Reino Unido o al simple cambio de ciclo. No hay un colapso inminente, pero sí un equilibrio frágil, sostenido por tipos todavía altos, deuda privada volviendo a crecer en euros y un déficit comercial en máximos desde la crisis energética.
La alternativa pasa justo por lo contrario de lo que se está haciendo: bajar la presión fiscal sobre trabajo y empresa, reducir cotizaciones y trabas para que las empresas puedan ganar tamaño, recortar gasto improductivo y apostar de verdad por la I+D privada y el capital humano, en lugar de seguir confiando en el sol, la barra de bar y el BOE. Menos propaganda de “milagro español” y más reformas que aumenten la productividad y la resiliencia. Si no se cambia de rumbo, la pregunta ya no es si se avecina una nueva crisis en España, sino cuándo volveremos a pagar el precio de mirar hacia otro lado.




