La comisión de investigación sobre la gestión de la DANA volvió a vivir un momento de alta tensión ayer durante la comparecencia de Salomé Pradas, exconsellera de Justicia e Interior de la Generalitat Valenciana por el PP. Gabriel Rufián, portavoz de ERC, protagonizó una escena que ha desatado una oleada de reacciones en redes sociales y medios, centrada en su uso de un objeto simbólico relacionado con una víctima infantil para cuestionar la responsabilidad de las autoridades regionales.
▶️#VÍDEO | Rufián entrega una cuerda a Salomé Pradas y ésta rompe a llorar pic.twitter.com/5unNgsDjul
— El Independiente (@elindepcom) December 15, 2025
El incidente ocurrió cuando Rufián presentó un fragmento de cuerda al que, según explicó, se había aferrado una niña antes de ser arrastrada por la riada. Este gesto se interpretó como un intento de visibilizar las consecuencias humanas de las presuntas negligencias, como alertas ignoradas o la ausencia de líderes clave durante la crisis. Pradas, visiblemente afectada, respondió con emociones intensas.
Creo que aquí Rufian ha tocado fondo, es difícil ser más miserable.
— Pilar (@Dirandera) December 15, 2025
Utilizar la muerte de una niña con el paripé de la cuerda es lo más asqueroso que se puede ver.
Y también la poca sangre y la cobardía de Pradas que se echa a llorar en vez de plantarle cara.
Vomitivos.
Los dos.
Rufián está tan orgulloso de su show con la cuerda de la niña muerta en la DANA (ese momento en que hizo llorar a Salomé Pradas mientras la tildaba de insensible) que retuitea cada pedrada que le cae por convertir el dolor ajeno en demagogia barata. Su ego no cabe en el Congreso. pic.twitter.com/NRqDV9knHa
— 𝕱𝖗𝖆𝖓 -𝕰𝖑 𝕸𝖆𝖌𝖓í𝖋𝖎𝖈𝖔- (@franignacio9) December 15, 2025
En redes, el sentir general refleja una profunda polarización política. Las críticas predominan, percibiendo la acción de Rufián como un «espectáculo demagógico» que explota el sufrimiento ajeno para ganar visibilidad. Se le reprocha convertir la comisión en un teatro emocional, priorizando el impacto mediático. Este enfoque, argumentan, humilla a los comparecientes y banaliza el dolor de las familias, transformándolo en herramienta partidista. El término «pornografía del dolor» resume esta indignación: una explotación sensacionalista que genera más espectáculo que otra cosa.
Mientras unos ven en Rufián a un oportunista que alimenta el relato victimista sin proponer reformas, otros lo consideran un catalizador para exponer fallos sistémicos. El episodio ha amplificado el debate público, con miles de interacciones que revelan un cansancio general ante la espectacularización de la política, pero también una demanda de mayor empatía y rigor en las investigaciones.





