Los 18 escaños del imputado Gallardo (el hombre que, si no renuncia a su escaño, es sólo por respeto a los votantes) constituyen una cifra sorprendente por lo elevada. Aparte de sus nada felices circunstancias personales, es un hecho notorio que concurría por un partido que, sufragios de los pensionistas al margen, lleva una temporada metiéndose goles en propia puerta sin descanso, casi diríase que con entusiasmo. El despropósito más cercano a aquella tierra lleva el nombre de la Central Nuclear de Almaraz. Y, si alzamos la mirada y tenemos a la vista el menú completo, quizá habría que pensar en el apoyo al Fiscal General del Estado durante su enjuiciamiento y, peor aún si cabe, haber movilizado a los Nogaret de turno para que, una vez conocida la Sentencia de condena, se lanzaran en tromba contra ella: el odio a Ayuso, incluso siendo obligatorio dentro de la tribu, se habría podido manifestar con unos modos algo menos groseros. Sí, resulta milagroso que todos esos empeños en hacerlo rematadamente mal no hayan impedido alcanzar la cifra de 18. Casi tiene uno que felicitar al pobre candidato: había que tener mucho valor para prestarse al papelón.
Sorprende en igual medida -vamos a dejarlo así, en empate- que los otros hayan alcanzado nada menos que 29, después de haberse negado a algo tan elemental como concurrir a un debate televisivo para explicar la gestión saliente, por seleccionar de nuevo sólo una pifia entre miles de ellas. Han perdido votos en términos absolutos, aunque, dada la menor participación, el resultado en mandatos parlamentarios incluso haya mejorado un poco. El maquillaje no resulta difícil, aunque ya no engaña a nadie.
Sí, la supervivencia a estas alturas -2026- de los dos partidos sistémicos -en la Restauración se llamaban dinásticos- constituye sin duda un hecho diferencial español. Casi un rasgo castizo. Ellos se empeñan en desaparecer -suicidarse: esa sería la palabra- pero la gente, sin duda apegada a la inercia, no les termina de dejar: se conoce que no han terminado de convencerse de que, hechas las sumas y las restas, la eutanasia acaba siendo la solución menos mala para quien sufre males incurables o al menos atesora una historia más repleta que la mismísima Chelito, la simpar Consuelo Portela, la reina del cuplé de principios del siglo XX.





