Barcelona no genera suficientes nacimientos para garantizar su continuidad poblacional. Así lo certifica el informe ¿Cataluña, dónde vas? Dinámica demográfica y estructura territorial de España, de Alejandro Macarrón Larumbe. Desde hace décadas, y en la línea de la práctica totalidad de Occidente, la fecundidad se sitúa en niveles por debajo del umbral de reemplazo. En 2024, el promedio en Catalunya fue de 1,08 hijos por mujer y, entre las mujeres españolas residentes, apenas 1,04. Con estos niveles, el saldo natural es negativo y la población envejece de forma acelerada.
Ante esta situación, la ciudad se sostiene demográficamente en base a inmigración. A comienzos del 2025, el 25,1% de la población catalana había nacido en el extranjero, una proporción incluso superior a la del resto de España, que ya destaca en la UE por su elevado saldo migratorio. En Barcelona, el impacto es mayor en las edades clave. En la franja de 20 a 44 años —la más relevante para el mercado laboral y la formación de núcleos familiares— los nacidos en el extranjero ya constituyen la mayoría de la población. Este dato ya no es una proyección abstracta, es una realidad presente y tangible.
El patrón se refleja también en los nacimientos. Una parte creciente de los bebés que nacen hoy en Barcelona tiene padres no nacidos en España. En el conjunto de Catalunya, cerca de la mitad de los nacimientos de 2024 correspondieron a progenitores extranjeros. Incluso entre madres nacidas en España, una proporción ya apreciable de los recién nacidos pertenece a segundas y terceras generaciones de origen inmigrante. El relevo generacional no procede, en absoluto, de la población autóctona.
La inmigración ha evitado hasta ahora un declive demográfico inmediato. Sin ese aporte constante, Barcelona perdería población de forma clara, como ya ocurre con el grupo nacido en España, donde las muertes superan ampliamente a los nacimientos. En este contexto, la inmigración ya no es un «complemento», es el sustituto pleno del relevo que la ciudad no produce.
Barcelona lleva más de un siglo mostrando una fecundidad inferior a la media, y en las últimas décadas se ha consolidado como una ciudad atractiva para adultos jóvenes, pero poco propicia para la formación de familias. Muchos llegan, trabajan y se marchan; otros permanecen sin tener hijos.
La cuestión central es demográfica, con las consecuencias esperables sobre el imaginario ideológico de la población en nuestro contexto. Una ciudad que no se reproduce depende inevitablemente de población exterior para sostenerse. El desafío para Barcelona es si este modelo, basado en una inmigración constante que sustituye al relevo propio, es sostenible a largo plazo y compatible con la cohesión social, cultural y el modelo democrático occidental.





