La manifestación del Día del Trabajo en Barcelona -así como en el resto de España-, convocada por CCOO y UGT, nos deja de nuevo una imagen contradictoria: miles de trabajadores marchan desde Plaza Urquinaona hasta Vía Laietana exigiendo reducción de jornada y reforma del despido, mientras el ministro de Cultura, Ernest Urtasun acompaña a los líderes sindicales en sus reclamaciones al Gobierno. En Madrid, Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, se manifiesta también… ¿contra sí misma? Bajo el lema «Proteger lo conquistado, ganar futuro», la marcha expone otro año la incómoda -y algo absurda- alianza entre sindicatos y un Ejecutivo que tiene el poder de implementar -o al menos hacer valer- las demandas que se corean.
En la Ciudad Condal, la manifestación reune a Belén López, secretaria general de CCOO de Catalunya, y Camil Ros, secretario general de UGT de Catalunya, junto a figuras gubernamentales. Las pancartas piden una jornada de 37,5 horas «sin pérdida salarial y medidas contra la precariedad«, pero las reformas siguen estancadas. Esta cercanía genera críticas de quienes ven a los sindicatos mayoritarios como poco más que un apéndice el Ejecutivo de PSOE-Sumar, abanderado de causas que «ni defiende ni se espera que vaya a defender».
UGT y CCOO celebran 650 semanas consecutivas sin hacer huelga general. Con récord de subvenciones. #1deMayo pic.twitter.com/E72Uj6H28W
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En rojo los países del mundo donde los sindicatos se manifiestan con el Gobierno contra la oposición. #1DeMayo pic.twitter.com/oCYtJwIQuP
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Voces disidentes han organizado actos alternativos, denunciando que CCOO y UGT sacrifican la combatividad por mantener su influencia en el diálogo social. “¿Cómo luchas por derechos si vas de la mano de quien no los aplica?”. Uno podrá suscribir en mayor o menor medida sus proclamas, pero almenos existe una coherencia ideológica con la acción. Mientras, los sindicatos defienden que «la presión en las calles refuerza su negociación con el gobierno y la patronal».
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La población general parece suscribir una visión distinta. CCOO y UGT son percibidas como «agencias de colocación», generosamente subvencionadas con dinero público, que llevan a cabo poco más que una performance -comedia en castellano llano- mientras sus miembros viven a cuerpo de rey a costa de la creciente carga impositiva que aguantan los españoles -seáse sus impuestos-.
El 1 de mayo, aunque masivo -la capacidad de convocatoria es innegable-, deja por lo tanto solventes dudas sobre el rol de los sindicatos mayoritarios. ¿Es coherente exigir cambios al poder mientras se desfila a su lado?