El sector del vino atraviesa una de las crisis más graves de su historia reciente. Según el último informe publicado por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el consumo mundial de vino se desplomó en 2024 hasta los 214 millones de hectolitros. No se veía una cifra tan baja desde 1961. Este descenso representa una caída del 3,3% respecto al consumo de 2023
Una caída multifactorial
Aunque el número total de consumidores de vino no ha disminuido —e incluso ha crecido en mercados como Estados Unidos, Japón y Corea del Sur—, el consumo global se ha reducido debido a un cambio en los patrones de consumo. Según datos recogidos por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), la frecuencia e intensidad con la que se bebe vino están en descenso.
Este giro responde a un creciente interés por la moderación , motivada por la búsqueda de un mayor bienestar y salud. De hecho, encuestas citadas en el informe indican que al menos la mitad de los compradores de vino han reducido de forma activa su ingesta de alcohol.
Otro factor influyente es la tendencia cada vez mayor a socializar sin alcohol. Muchos consumidores optan por refrescos, bebidas sin alcohol o directamente por actividades que no involucren bebida. Esta actitud se ve reforzada por movimientos populares en redes sociales como «enero seco» o «octubre sobrio», que promueven el consumo responsable. Además, la exposición pública en internet lleva a muchos a evitar situaciones en las que podrían perder el control.
El cambio también refleja marcadas diferencias generacionales. Los menores de 30 años lideran la reducción en el consumo, rompiendo con hábitos tradicionales como acompañar la comida diaria con vino.
Por otro lado, el auge de nuevas bebidas y cócteles más modernos, promovido por las redes sociales, ha diversificado las opciones y desviado la atención del vino. A esto se suma una transformación en el enfoque del consumo: ahora se prioriza consumir en menos ocasiones, pero más especiales. Esto favorece a los productos premium. Sin embargo, incluso esta categoría está empezando a ver una desaceleración en su crecimiento.
Además, el sector ha sido golpeado por el encarecimiento de los precios debido a la inflación global, el aumento de los costes de producción y distribución, y los efectos de las crisis climáticas que han reducido las cosechas en varias regiones clave. Esto ha hecho que el vino se perciba como un producto más caro y menos accesible, incluso en mercados tradicionalmente fieles como el francés, italiano o español.
Europa y USA: epicentros de la debacle
Francia y Estados Unidos, dos de los mayores consumidores mundiales de vino, han registrado caídas notables en la demanda. En Francia, la reducción ha sido tan significativa que algunas bodegas han solicitado ayudas al gobierno para poder destruir excedentes. En Estados Unidos, el auge de las bebidas alternativas y las restricciones legales en torno al consumo de alcohol han reducido considerablemente las ventas.
En España, el tercer productor mundial de vino, la situación es especialmente preocupante. A pesar de tener la mayor superficie de viñedo del mundo, el consumo interno sigue a la baja. Además, las exportaciones se enfrentan a obstáculos como la competencia de países como Chile, Australia o Sudáfrica y a los aranceles comerciales impulsados por tensiones geopolíticas.
Producción y excedentes
La caída del consumo no ha venido acompañada de una reducción proporcional en la producción, lo que ha generado un creciente excedente de vino sin vender. Esto ha obligado a algunos países como Francia a plantear medidas extraordinarias, como la destilación de vino en alcohol industrial o incentivos para arrancar viñas.
¿Un cambio de era?
El sector del vino se enfrenta a una encrucijada. Los modelos de negocio basados en la exportación masiva y en la fidelidad de los consumidores tradicionales están siendo cuestionados. Cada vez más bodegas apuestan por innovaciones como vinos ecológicos, formatos pequeños, etiquetas interactivas y estrategias de marketing enfocadas en el público joven y urbano. Es por ello que el vino deberá seguir reinventándose si quiere ocupar un lugar en la mesa del futuro.