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Iglesias no responde a Sánchez, pero carga contra el periodista que reveló los mensajes

El exvicepresidente evita toda alusión a las descalificaciones del presidente y difunde un artículo que insulta al autor de la exclusiva

Iglesias y Sánchez
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante la firma del pacto de Gobierno / X

Pablo Iglesias ha sido insultado por el presidente del Gobierno. Se le ha llamado “cuñado” y “maltratador emocional”. Se le ha diagnosticado, entre bromas privadas, como un lastre. Se le ha ninguneado. ¿Su reacción? No un desmentido. No una defensa. Ni siquiera un escueto “Pedro, ¿qué te pasa conmigo?”. Lo único que ha hecho Iglesias ha sido compartir en redes sociales un artículo de Fonsi Loaiza que no le defiende de nada, sino que insulta a Esteban Urreiztieta, el periodista que reveló los mensajes. Esto, en lógica elemental, se llama disparar al cartero.

Loaiza y su estulticia

El artículo en cuestión —una pieza de prosa anabolizada y gramática en huelga— tacha a Urreiztieta de “sicario mediático”, “periodista basura”, “mercenario del poder” y “pinche de Inda”. Añade que “cobra de las cloacas del Estado” y lo acusa de ser “el máximo exponente del amarillismo rancio y del periodismo criminal”.

No se cita una sola falsedad de su artículo. No se desmonta una sola frase de los mensajes entre Sánchez y Ábalos. No hay rectificación, ni contexto, ni sombra de autocrítica. Solo bilis. Y ahí está Iglesias, retuiteando con entusiasmo.

No sorprende. Desde hace años, Iglesias ha perdido todo reflejo de dignidad crítica. Vive en el espejo invertido de la política: cuando le golpea el poder, él acusa al cronista. Cuando lo insultan sus antiguos socios, él calla, pero celebra que alguien le recuerde lo mucho que odia a los periodistas que no son de su cuerda. El problema no es el contenido del mensaje, sino quién lo ha publicado.

La secta podemita

En el mundo de Iglesias, los hechos importan menos que las filias. No importa que Sánchez lo retrate como una figura tóxica. No importa que Ábalos lo reduzca a caricatura. Lo que importa es que quien firma la pieza no sea del equipo. El sectarismo, en su versión más barata.

Es fascinante el mecanismo mental que permite a un político, con formación y bagaje intelectual, reaccionar ante una humillación institucional diciendo, en esencia: “Gracias por insultarme, pero ojo con el periodista, que es facha”. Ese “cuñado” del que se ríe Moncloa le sirve a Iglesias como identidad estética. Un sello de autenticidad. Una medalla.

Podríamos cerrar con una cita de Quevedo, por mantener el tono clásico de Ábalos, pero bastaría con una del propio Iglesias. Aquel que se proclamaba azote del poder y guardián de la verdad. Hoy, ni lo uno ni lo otro. Hoy solo queda el eco ridículo de un retuit.

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