Escalada de vértigo en Medio Oriente. En escasos días, la ya de por sí conflictiva zona ha vivido un repunte de las hostilidades militares entre naciones de histórica animadversión, con ataques entre Irán e Israel a infraestructuras críticas y objetivos no militares, que se ha saldado a su vez con víctimas civiles en ambas naciones y una rápida subida de temperatura en el panorama internacional. Las alarmas, que ya tenían a Occidente en alerta, han alcanzado el máximo de decibelios tras la declaraciones más recientes de Trump, que ha instado a través de sus redes sociales a «abandonar Therean» -capital iraniana-, levantando una pregunta clave en el escenario global: ¿es plausible que Estados Unidos intervenga militarmente en Irán?
Bien, la posibilidad no es descartable. Pese al talante conciliador que el republicano pretende hacer suyo en el panorama internacional y sus reiteradas promesas de mantener a la nación americana fuera de conflictos extranjeros, no es descabellado plantear una intervención armada. Hasta el momento, el gobierno estadounidense no ha ordenado una acción militar directa, pero si se han activado mecanismos de apoyo logístico, evacuaciones diplomáticas y advertencias públicas hacia Teherán. Washington ha reafirmado a su vez su respaldo a Israel, lógico teniendo en cuenta que es su principal aliado en la región, y ha condenado con beligerancia los ataques iraníes. En este sentido cabe destacar un punto clave; más de un bombardeo ha causado daños en zonas cercanas a instalaciones estadounidenses, como el consulado en Tel Aviv. Un paso en falso en este sentido es decisivo.
El pincipal escenario en que una intervención directa podría materializarse es un ataque iraní que cause víctimas estadounidenses. Esta posbilidad, pero, no es la única. Una petición formal de ayuda militar por parte de Israel -recordemos, aliado oficial-, o acciones de grupos aliados de Irán -como Hezbollah o milicias chiíes en Irak- contra bases estadounidenses en Medio Oriente son pretexto suficiente. Cualquiera de estos eventos podría desencadenar una respuesta bélica de Washington, amparada en la defensa y la seguridad de sus ciudadanos o aliados.
También existen, por supuesto, razones de peso que frenan esta posibilidad. El Congreso estadounidense mantiene una postura dividida y hay senadores que se han propuesto limitar la capacidad del presidente para autorizar ataques sin su aprobación. La mayoría republicana de las cámaras legislativas no es garantía de nada, incluso aunque Trump quisiera involucrarse en el conflicto; en Estados Unidos, no son extrañas las votaciones dispares entre representantes de un mismo partido. Cada Congresista y Senador es responsable de sus acciones y votaciones. El cargo depende de sus actos ante el electorado de su Estado, no del beneplácito presidencial. En este sentido, el país enfrenta notables presiones internas para evitar involucrarse en un nuevo conflicto de gran escala, también el electorado conservador, que votó en gran escala a Trump por su agenda antibelicista.
Asi pues, si bien nada es descartable, a no ser que los ataques iranianos se salden con vidas americanas, el contexto político doméstico de la nación y el consenso internacional dificultan una intervención militar directa por parte de EE.UU.