Alvise Pérez -SALF-, protagonizó ayer jueves un acto multitudinario en el Hotel Reina Isabel, donde el aforo se vio del todo saturado. Cientos de personas quedaron fuera del recinto, en una muestra del creciente poder de convocatoria del eurodiputado, cuya figura sigue generando adhesión masiva pese –o quizá gracias– a su fuerte carga de polémica.
Silenciados, saboteados y criminalizados, pero creciendo masivamente cada día.
— Alvise Pérez (@Alvise_oficial_) July 31, 2025
Boca a boca, en silencio, para dar en las próximas generales el mayor golpe electoral de la historia de este país.
Seguimos.#SeAcabóLaFiesta 🐿️ pic.twitter.com/LyiqzZYBqm
El evento, inicialmente programado en un espacio municipal y posteriormente cancelado por las autoridades locales, fue trasladado a un hotel privado. Lejos de disminuir la asistencia, esta modificación alimentó la narrativa de censura que Alvise utiliza como una de las columnas de su discurso. En el acto, volvió a cargar contra la inmigración irregular y denunció la complicidad institucional con el deterioro del país.
El crecimiento de su movimiento coincide con un aumento de los frentes judiciales abiertos. El Tribunal Supremo investiga a Pérez por presunta financiación ilegal, tras recibir 100.000 euros en metálico por parte de un empresario, cuya declaración contradice la versión del político.
El fenómeno Alvise plantea interrogantes sobre la eficacia de las estrategias institucionales para contener figuras de su perfil. De hecho nos da bastantes pistas y corrobora el consenso general para este tipo de casos. La cancelación de actos o la exclusión de espacios públicos son contraproducentes, refuerzan su relato de persecución política y convierten cada obstáculo en una victoria narrativa. Su capacidad para convertir la marginalidad en combustible político lo posiciona como un actor difícil de neutralizar por los canales convencionales.
Alvise Pérez no solo llena salas: marca la agenda, incomoda al sistema y desafía las reglas del juego político tradicional.