Los mapas no engañan… ¿verdad? En los últimos años de concienciación climática, un fenómeno curioso viene sucediéndose en los principales informativos occidentales por lo que se refiere a las infografías y el uso de leyendas de colores para representar las temperaturas que enfrenta una región en la sección del tiempo. Los críticos lo han bautizado como «cambio cromático», y se refiere al uso de una paleta de colores cada vez más dramática para representar exactamente las mismas previsiones climáticas que se daban años atrás. Los 28 grados que antes se representaban con un apacible verde o un neutral amarillo, aparecen ahora en un fuerte púrpura, sino un infernal rojo o un catastrófico negro. ¿El objetivo? Alarmar.
El cambio cromático no existe.
— Xaviconde (@club_conde) August 7, 2025
El cambio cromático: pic.twitter.com/jO3xjco1cN
Oigan, pocos ponen en duda el cambio climático. Ni siquiera Vox se atrevió a tal desfachatez –al menos no en tiempos de Espinosa de los Monteros-. Pero estos experimentos sociológicos no ayudan a convencer al público; al exagerar la presentación, se corre el riesgo de erosionar la confianza de la ciudadanía. Los datos son claros y muestran una tendencia, pero nada es definitivo en cuanto a celeridad.
Los registros instrumentales globales apenas comienzan a mediados del siglo XIX -alrededor de 1850–1880-, y aunque sirven para establecer tendencias, representan una escala temporal muy limitada -atómica prácticamente- en la historia del planeta. Dentro de este marco, sí hay un claro patrón de calentamiento: desde 1850–1900 hasta 2011–2020, la temperatura media global ha aumentado entre 0.95 °C y 1.20 °C, depende de que referencias se cojan. A nivel agregado, se experimenta un aumento paulatino década a década, con fluctuaciones dentro de las mismas pero una media al alza.
A pesar de ese calentamiento sostenido en el largo plazo, hay fluctuaciones naturales notables: fases como El Niño pueden generar años excepcionalmente cálidos, mientras que períodos como entre 1940 y 1975 exhibieron estabilidad o incluso enfriamiento relativo y entre 1998 y 2013 hubo un notable hiato en el aumento térmico.
El recurso cromático de los informativos funciona porque nuestro cerebro asocia ciertos colores con peligro: el rojo con calor abrasador o alarma, el negro con lo desconocido o letal. No hace falta manipular los datos; basta con encuadrarlos visualmente para que el mensaje sea más impactante. Una narrativa agorera que no ayuda. Y es que la gente está ya saturada de mensajes tremendistas; la retórica del miedo ya no moviliza, al menos no en estos ámbitos. Cry Wolf Effect lo bautizó Shlomo Breznitz. Fatiga del miedo. Si intentas llenar un vaso lleno de agua, el líquido se desparrama.
El calentamiento global es un fenómeno real, precisamente por ello su comunicación merece cierto rigor. Jugar con los colorines puede retener cierta eficacia para captar la atención, pero confundir la intensidad del color con la magnitud del cambio no ayuda a un debate serio.