Por primera vez en veinte años, la izquierda boliviana fracasó en la primera vuelta de unas elecciones presidenciales: el candidato del Movimiento al Socialismo, Eduardo del Castillo, apenas recabó un 3,14% de los votos, y desde la llegada de Evo Morales al poder, el país andino no había presenciado un descalabro de tal magnitud.
Batacazo socialista y el centro en cabeza
Esta desmovilización del electorado progresista redefine el mapa político de Bolivia, que elegirá al sucesor de Luis Arce el próximo 19 de octubre, en un balotaje entre Rodrigo Paz (Partido Demócrata Cristiano) y Jorge “Tuto” Quiroga (Alianza Libre), un centrista y un conservador, respectivamente.
La gran sorpresa fue Paz, que con un discurso moderado atrajo tanto a opositores al régimen como a antiguos afines descontentos. Éxito que muchos atribuyen a Edman Lara, candidato a la Vicepresidencia por el PDC y figura muy querida entre las capas populares. Así, la primera vuelta quedó liderada por Paz con un 32,08%, seguido de Quiroga con un 26,94%, en tercer lugar el empresario Samuel Doria con un 19,93% y en cuarto Andrónico Rodríguez, izquierdista que concurrió sin las siglas del MAS.
Evo Morales celebra el resultado
Esta nueva etapa que se abre en Bolivia es la deriva natural de un Estado sumido en la inflación y un Gobierno más pendiente de pugnas internas que de atajar la crisis económica. El propio Morales, padre del socialismo indígena en el corazón de Iberoamérica, llamó al voto nulo y señaló que “las elecciones estaban amañadas”. Según el expresidente, la inhabilitación que impidió su postulación ha motivado este viraje. “El pueblo dio un mensaje inequívoco a quienes se corrompieron y traicionaron a los más humildes, logramos un resultado histórico”, expresó otorgándose el 19% del voto nulo.
La penúltima cabeza de la marea rosa, tras las irrupciones de liberales y conservadores en Argentina, El Salvador y Ecuador, se niega a abandonar el escenario político, pese a estar imputado por abusar de una menor, y sigue reclamando una reforma constitucional que permita la reelección ilimitada. Pese a ello, la mayor certeza de este embrollo postelectoral es que en octubre, después de un largo periplo por la senda de la izquierda posmoderna, Bolivia tendrá que elegir entre el centro y la derecha.