Europa se tensa. Cuatro drones son suficientes para neutralizar el segundo aeropuerto más grande de Alemania. El tráfico aéreo de Múnich quedó ayer paralizado tras el avistamiento de diversos aparatos no tripulados en su espacio aéreo, obligando a desviar 15 vuelos y a impedir la salida de otros 17. Más de 3.000 pasajeros tuvieron que pasar allí la noche, asistidos con camas plegables, mantas y raciones de emergencia.
El incidente, confirmado por la gestora del aeropuerto y el servicio alemán de control de tráfico aéreo, se resolvió al amanecer, pero nos deja un testimonio complicado de asimilar: estamos en constante tensión bélica. Los libros de historia cobran vida y nos dan una muestra de lo que significa vivir entreguerras.
En las últimas semanas, incidentes similares se han registrado en Polonia, Rumania y Dinamarca. Von der Leyen habla un “escudo antidrones” para proteger el continente, agravando la percepción colectiva e instalando en el imaginario la existencia de la amenaza. La guerra en Ucrania y la amenaza rusa, que con cada vuelo ilegal de drones nos recuerda nuestra vulnerabilidad, acaban con la cotidianidad. Ni siquiera en pleno episodio las autoridades fueron capaces de localizar a los drones.