Mientras la natalidad se desploma y los jóvenes se preguntan si algún día podrán tener un hijo o comprarse una vivienda, el presidente andaluz Juanma Moreno, en plena precampaña electoral, presenta su propuesta estelar de premiar con hasta 100 euros de deducción fiscal a quienes llevan al veterinario a su perro o gato. Supongo que también a su hámster. Y, por qué no, que se puedan desgravar los gastos de alimentación de los pececitos de colores y la limpieza semanal de su pecera. ¡Qué visión de futuro! Exactamente lo que Andalucía necesitaba: un progreso sin límites… para los hámsteres.
Conviene desenmascarar el engaño. La realidad es que las desgravaciones fiscales no son ayudas; son un truco de ilusionista barato. Primero, el Estado te confisca más del 50% de tus ingresos entre renta, seguridad social, IVA y tasas varias, mientras tus salarios languidecen. Después, te devuelve migajas como si fueran un regalo. No es un beneficio: es un placebo político, una cacicada con etiqueta electoral. Ni siquiera han deflactado las tablas del IRPF con la inflación. Pero tranquilos: todo ‘vuelve’ en forma de imaginativa desgravación.
En España el poder adquisitivo de los salarios no crece desde hace muchos años. Nos estamos empobreciendo, y la voracidad fiscal deja al ciudadano sin libertad financiera. Esto tiene que cambiar.
Pero mientras esperamos que esto suceda, en Andalucía, y gracias a la estrafalaria ocurrencia electoral de su candidato presidencial a la relección, se posiciona como pionera y da un paso de gigante en fiscalidad autodestructiva moderna, avanzando, con progresismo, hacia la decadencia. Nada mejor para construir un futuro próspero que migajas para los que cuidan mascotas y olvido total de los niños que deberían nacer y de las familias jóvenes que luchan por salir adelante.
El filósofo británico Roger Scruton ya lo explicó: “Las sociedades perduran solo cuando están dedicadas a las generaciones futuras, y se derrumban como el Imperio Romano cuando los placeres y las fantasías de los vivos usurpan las herencias de los no nacidos.”
A ver, que las mascotas no cotizarán en la Seguridad Social, no crearán empresas, ni sostendrán pensiones ni inventarán nada. Eso solo lo harán los hijos que hoy no están naciendo.
Calculan que el invento desgravatorio perruno ascenderá a 12 millones de euros. Doce millones que podrían transformar guarderías, ofrecer ayudas reales a familias, subvencionar viviendas para jóvenes, reforzar permisos parentales, mejorar la educación. Pero no: mejor un placebo electoral para que los votantes se sientan “modernos y sensibles” mientras la comunidad envejece y se vacía de futuro.
Los números hablan por sí solos. Según la Red Española de Identificación de Animales de Compañía, en 2023 convivíamos con 10,2 millones de perros, casi 1 millón de gatos y hasta 52.000 hurones. Mientras, la población menor de 15 años apenas supera los 6,5 millones y los niños de 0 a 4 años son solo 1,8 millones. En otras palabras, hay más de seis mascotas por cada niño pequeño. Seguramente algún analista político de relumbrón calculó que hay más votantes con perro que con hijos y decidió focalizarse en ellos. Corto plazo ante todo.
Los impuestos, por mucho que nos digan que vuelven, no vuelven. Una gran parte se malgasta sosteniendo una mastodóntica y obsoleta estructura estatal: ayuntamientos, comarcas, provincias, comunidades autónomas, gobierno central y Europa, y en miles de chiringuitos impresentables. Hace falta una reestructuración total, bajar la carga fiscal, facilitar la transmisión de riqueza entre generaciones y recuperar una visión lógica y trascendente de la vida.
En fin, “felicidades” a los perros, gatos, hámsters y pececitos de colores y a sus “papás”. A las familias jóvenes de verdad, con hijos, que las zurzan. Scruton nos lo avisó: los imperios y sociedades caen cuando los placeres de los vivos usurpan las herencias de los no nacidos. Nuestros políticos parecen decididos a comprobarlo con esta estrafalaria medida y otras tantas “woke”, regalando placeres efímeros en vez de construir sociedades prósperas. Más fácil soltar una deducción absurda, irracionalmente emotiva, que garantizar el suministro eléctrico o mejorar la sanidad.