Entre 1991 y 1993, el mundo atravesó una dura recesión. Si nos remitimos a los resúmenes de la manuales de economia para la época, sus principales causas fueron «el estallido de la burbuja inmobiliaria en Japón, la guerra del Golfo -que provocó la subida de precios del crudo- y la crisis del Mecanismo de Tipos de Cambio en Europa». España, sin embargo, pareció «librarse». Mientras países como Estados Unidos y Alemania sufrían contracciones, nosotros desafiábamos la tendencia gracias a una fuerte inversión pública en infraestructuras y eventos internacionales como la famosísima Expo y los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Pero el impulso fue efímero. Se trataba de una ilusión. En 1993, cuando gran parte del mundo comenzaba a recuperarse, España entró en una de sus peores recesiones, que se prolongó hasta 1996 y marcó una etapa muy dura para el desarrollo profesional de su generación. El desempleo se disparó del 16% al 24%, la deuda pública alcanzó el 68% del PIB y el déficit superó el 7%. La finalización de los grandes proyectos dejó un vacío económico. Al no haber aprovechado el tiempo de bonanza para llevar a cabo reformas estructurales, la situación financiera se agravó.
Hoy, Europa vive una paradoja similar. El crecimiento en países como Alemania, Francia o Italia se estanca. Sin embargo, España lidera el repunte económico de la eurozona. ¿La razón? Un modelo basado en turismo masivo, inmigración laboral y salarios bajos.
Las claves del modelo actual español
El turismo como motor. España ha recuperado su posición como uno de los destinos más visitados del mundo. Grandes notícias para el sector, sin duda, pero también tiene sus contrapartidas. En 2023, el país recibió más de 85 millones de turistas, generando un impacto directo en el PIB y el empleo, especialmente en regiones como Andalucía, Cataluña y Baleares. La bonanza impostada que el sector nos brinda en los marcadores macro, sin embargo, vela el sentido crítico de los agentes económicos -en especial los políticos- y no incentiva una inversión de mayor calidad en otros apartados. «Si las cosas funcionan, para que cambiarlas.»
Inmigración y mercado laboral. La llegada de trabajadores extranjeros ha permitido sostener estos mismos sectores, como la hostelería, y también otros de escaso -sino nulo- valor añadido, como la agricultura y los cuidados. Los empleos se caracterizan por baja cualificación, temporalidad y salarios reducidos, generando tensiones sociales, una balanza fiscal -relación aporte/gasto al estado del bienestar- negativa y una creciente desigualdad, cada vez más manifiesta. El Gobierno se vanagloria de la «alta integración laboral del inmigrante», que usa a su vez para desmentir las tesis «catastrofistas» de la derecha. Sin embargo, en los propios datos que esgrimen contra nostros está la confirmación de nuestros temores; un 57% de los nuevos puestos de trabajo son ocupados por inmigrantes. Dicho de otro modo, por personas que por las adversas condiciones en que han crecido y se han tenido que desarrollar presentan una muy baja cualificación. ¿De verdad consideramos una buena notícia que más de la mitad de los empleos que generamos tengan esos requisitos? Crecemos en volumen, pero no en productividad, y eso tiene fehca de caducidad.
Estancamiento europeo: El resto de Europa enfrenta desafíos estructurales: envejecimiento poblacional, baja productividad, y una transición energética que aún no despega. España, con una demografía más dinámica gracias a la inmigración y una economía más flexible -por no decir precaria-, ha aprovechado el momento, pero no es más que humo.
La historia de los 90 advierte sobre los riesgos de depender de ciclos cortos y sectores vulnerables. El turismo, aunque potente, es sensible a crisis sanitarias, geopolíticas y climáticas. La inmigración, si no se acompaña de integración y mejora de condiciones laborales, genera precariedad estructural.
España ha aprendido a crecer en medio de la adversidad, pero el reto ahora es consolidar ese crecimiento con reformas que fortalezcan la industria, la innovación y el bienestar social. Como en los 90, el país se encuentra en una encrucijada: repetir el ciclo o reinventarse.