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Torrejón y Salazar o viceversa

Un análisis sobre la privatización sanitaria, la hipocresía política y la falsa superioridad moral de unos y otros en plena polarización española

Vista del Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz.
Vista del Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz.

Por Antonio de Lanjarón

Es un hecho notorio que en España tenemos una sanidad pública tan buena que no podemos permitirnos el lujo de mantenerla, aunque nos cuesta mucho reconocerlo.  Una de las maneras de engañarnos es el concierto para la gestión privada de los hospitales, posible legalmente desde 1997 aunque sin que nadie ignore que hoy los sujetos son otros: ya no órdenes religiosas o entidades del tercer sector, sino fondos de inversión, de los de la tabla Excel, el quarterly report y -al final de todo- el ebitda y  casi siempre aprovechando la menor ocasión para pegar el pase -el pelotazo-, traspasando a la actividad al primer tercero que pase por la puerta. La consecuencia resulta inevitable: cualquier resquicio en la regulación va a aprovecharse para maximizar las cuentas, a costa inexorablemente de la calidad del servicio. Tan previsible como el resultado de la suma de dos más dos. Dicho sea de paso, en la educación superior sucede algo de lo mismo: los centros privados ya no son de los jesuitas, el CEU o el Opus, sino de esas otras criaturas. La tabla Excel es un producto -implacable- que ha cundido.

Por supuesto que el esquema sólo se mantiene sobre el silencio generalizado, pero eso está cogido con alfileres. Las filtraciones o chivatazos pueden surgir y de hecho surgen en cualquier momento y entonces viene la hipocresía: el partido de la oposición se rasga las vestiduras, constituyéndose en un implacable Santo Oficio, mientras que el del Gobierno de turno echa mano de sus asesores más sesudos para montar un relato -la narrative– que intente minimizar los daños reputacionales. Conocemos el percal.

Los partidos son organizaciones tan verticales como el ejército prusiano

Es también un secreto a voces que, aunque el Art. 6 de la Constitución establezca que el funcionamiento de los partidos será democrático, la realidad es justo la contraria: son organizaciones tan verticales como el ejército prusiano, si acaso con la diferencia de que la disciplina no se basa en el palo sino en la zanahoria o, mejor dicho, en el temor atávico a la pérdida de la zanahoria. En cualquier caso, la consecuencia también imposible de evitar es que el jefe, o la gente de la camarilla del jefe, gocen de inmunidad aun cuando exhiban conductas tan políticamente incorrectas como el machismo más zafio y paleolítico. Pero tarde o temprano sucede lo mismo que en el caso anterior: hay alguna mujer a la que se le escapa una queja o al menos un comentario del estilo de que “no consiento ni una más” y a partir de ahí todo el tinglado -el secreto de Polichinela- se cae con estrépito. Los papeles de cada uno de los dos grupos son idénticos a los del episodio referido de los Hospitales: la otra organización monta el escándalo -el Santo Oficio pasa a ser lo suyo- y la propia, asediada por las circunstancias, busca todo tipo de coartadas para justificarse en lo posible.

En los últimos días se han juntado los estallidos de las dos cosas: Torrejón de Ardoz por un lado (bajo dependencia no ya del PP, sino de Isabel Díaz Ayuso, lo cual sube varios grados la temperatura ambiente) y Francisco Salazar, el entrañable Paco, el brazo derecho de Pedro Sánchez, por el otro: rien ne va plus. Ambos bandos, con los respectivos tertulianos alineados sin fisuras, han encontrado munición de sobra en las pifias queque se le han descubierto al rival. Y ello, para más morbo, coincidiendo con la celebración del aniversario de la Constitución y entre grandes apelaciones al consenso. Así de fariseos son.

Ambos bandos han encontrado munición de sobra en las pifias queque se le han descubierto al rival

Es una de las peores cosas de la polarización: presentar como coyunturales o ideológicos -del partido del enemigo- lo que son problemas, como también la corrupción de los dirigentes políticos, no ya crónicos sino incluso consustanciales a la estructura de la que nos hemos dotado. Si el diagnóstico resulta erróneo -Iñaki Gabilondo lo acaba de denunciar-, sería milagroso que la terapia acertara.

Entre tanto, las de la tercera España (o la séptima o la octava: ya ha perdido uno la cuenta) asistimos al espectáculo sin el menor regocijo, dicho francamente, e incluso sin tan siquiera hastío. En particular, cuando oímos a los hunos y los hotros -ya se sabe: el haz y el envés de la misma hoja- afirmando con convicción que ellos no se parecen al adversario: y es que las comparaciones –“son todos iguales”- es lo que más les ofende. Vivir para ver.

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