- Quiero empezar por el final. Tu agradecimiento a los que lucharon, casi solos, por la unión. Muchos se han quedado en el camino, otros siguen ahí. Pienso en Rivera, que se fue, y en Rafael Arenas, admirable, que aquí sigue, ¿con quién te quedas?
Son situaciones diferentes. Rafael es amigo mío desde hace unos 16 años y es una persona a la que admiro profundamente y no solo por su activismo político y su compromiso cívico, que es su faceta más conocida. En el caso de Albert siempre he tenido una relación muy cordial además de admiración por su valentía y su lucidez política y el tiempo está poniendo en valor su figura, porque creo que fue muy injustamente tratado. Yo no suelo juzgar demasiado a los demás y aunque estoy convencida de que sería muy bueno para España que él siguiera en primera línea, entiendo también que sacrificó su juventud y gran parte de su vida personal y que tiene derecho a vivir otras cosas y, sobre todo, más tranquilo.
- Este libro habla de lo que pudo ser y no fue, de una historia real, los años del procés, y otra “inventada” la historia personal de Mariela, ¿Cuánto hay de autobiográfico en ambos relatos?
Hay muchísimo de autobiográfico. En lo que se refiere a la parte política, todo lo que vive, siente y dice Mariela yo lo viví en primera persona, incluso lo de arrancar el cartel de la manifestación de la Diada, aunque no fue una pareja, sino una amiga mía quien lo hizo. Con respecto al proceso de reproducción asistida, yo no he pasado por él y toda esa parte surge de la lectura del libro No madres y de escuchar el testimonio de mujeres que si que lo han hecho. Creo que es un tema que afecta a muchas personas y del que casi no se habla.
- Si tuvieras que señalar una decisión del personaje que te removió por dentro, ¿cuál sería y qué verdad tuya estaba asomando en esa página?
Cuando decide dejar de luchar. Yo soy tremendamente testaruda y cuando me pongo una meta lucho por ella hasta conseguirla, pero a veces no es posible y hay que saber reconocerlo, aceptarlo con dignidad y no seguir dándose cabezazos contra la pared. Eso de que una retirada a tiempo es una victoria. Creo que la idea que se vende actualmente de que se puede conseguir todo lo que uno quiere solo con desearlo muy fuerte es muy perniciosa porque no, no podemos conseguir todo lo que queramos. Y eso fue, también, en parte lo que pasó con el independentismo: convencieron a mucha gente que se podía conseguir solo porque esa era su voluntad.
- Casi al principio del libro (pag 34) ya das cuenta de la agobiante falta de libertad para expresar la opinión de forma libre en Cataluña y dices que todo empezó hace mucho, ¿dónde colocas ese punto de no retorno?
No sabría decir cuándo empieza exactamente la falta de libertad de expresión porque debió de ser cuando era una adolescente, pero lo más fuerte lo viví en el otoño de 2014. Todavía no me dedicaba a la política, aunque llevaba un año escribiendo en prensa y televisión. Me llamaron de TV3 para participar en un debate sobre la inmersión lingüística en la que eran cuatro contra mí sin contar a los dos presentadores. En aquel momento era profesora asociada en la UAB y días después me llamó la directora del grupo de investigación en el que estaba y me explicó que llevaba días recibiendo presiones para que me expulsara de dicho grupo. Además de ello, en la web de la Facultad de Ciencias de la Educación, en la que daba clases, pusieron un comunicado criticando mi intervención en TV3 y dejando claro que la postura de dicha facultad era contraria a mi opinión. Lo colgaron en noviembre y lo dejaron en la parte superior de la página durante todo el curso. Y yo me cruzaba por los pasillos con profesores y no sabía si eran los que estaban lanzando pestes sobre mí porque nunca nadie me habló del tema directamente. Esta es la forma en la que han conseguido silenciar a mucha gente.
- Tu libro tiene un tono melancólico, lo que pudo ser y lo que no, contado en dos historias – dos situaciones- ajenas la una a la otra: un hijo que no llega y un proyecto político que se hace trizas, en este sentido, ¿quién pierde?, ¿quién perdió?
Sin lugar a duda, perdimos los catalanes. Solo hay que ver lo que era Cataluña y lo que es ahora, especialmente Barcelona. Y lo que es peor de todo, es que ganamos esa batalla, pero Pedro Sánchez nos ha arrebatado el triunfo dándole a los independentistas todo lo que quieren y, lo que es peor todavía, reproduciendo el proceso independentista en toda España. Es que es todo calcado: el cuestionamiento de la justicia, el señalamiento a los jueces, la manipulación de las noticias, la compra de la prensa y de chiringuitos internacionales…
- La historia de Mariela transcurre en unos años terribles, empiezas en aquél 11 de septiembre de 2012 cuando “un populismo desbocado” lo comenzó a transformar todo. Unos años de delirio con no pocos episodios de bochorno. Tras más de 10 años, ¿crees que hay protagonistas de aquella época que siente una secreta vergüenza y/o arrepentimiento?
Cuando escribía la novela intenté ser muy respetuosa con los independentistas porque creo que hubo mucha gente que lo creyó de buena fe y porque no está en mi intención ofender a nadie, pero podría haber sido más sangrante porque hubo episodios de auténtico locurón como cuando se plantaron en macetas por la República, cuando les dio por tejer bufandas amarillas para los árboles o hacer una cadena nudista en una cala de Palamós y ahí estaban todos con todos sus atributos al vent a favor de la independencia. Recuerdo que había una cuenta de Twitter que se dedicaba a recoger todas esas majaderías y era descacharrante. Nuestro querido Ramón de España junto a Albert Soler fueron los mejores cronistas de esa época porque tenían el mejor enfoque posible: reírse de todo aquello porque convirtieron Cataluña en un esplai gigantesco con gente talludita haciendo mamarrachadas. Imagino que la gente que participó de cosas así debe de sentirse avergonzada, pero a mí lo que me daría realmente vergüenza sería ser uno de los responsables políticos que llevaron a la gente a hacer barbaridades con todo el cinismo del mundo y desde la comodidad de tener coche oficial, escolta y sueldazo.
- ¿Cómo lees el presente? ¿a qué nos llevará esta “apaciguamiento”?
Creo que al independentismo se le ha pasado el momento. Mira, a la presentación del libro vinieron chicos de S’ha acabat y al acabar estuve charlando con ellos y me contaron que todo eso les pilla lejísimos, porque eran niños cuando sucedió. Otra cosa es el nacionalismo porque, aunque es minoritario en la sociedad, es mayoritario en el poder, que siempre ha sido y sigue siendo nacionalista y mientras no cambie la ley electoral, seguirán chantajeando al Estado así que mientras se permita que los diferentes gobiernos dependan de los votos de los nacionalistas catalanes y vascos, seguirá todo igual. Para mí es increíble que aunque las pruebas internacionales demuestran año tras años que la mal llamada inmersión lingüística es un desastre para los alumnos y que Cataluña es una de las regiones de Europa con peores resultados, se sigue defendiendo que es un modelo de éxito y la izquierda española sigue diciendo que es progresista, pese a que los hijos de las élites económicas no sufren «l’escola catalana» -todos los centros privados son plurilingües- al que obligan al resto. Cuando prefieren perjudicar a miles estudiantes durante décadas a renunciar a sus fantasías nacionalistas es que esto tiene poco arreglo.
- Cambiando de tema, la profesora Elena Ramallo y tú lanzasteis, hace meses, una propuesta para para prohibir el hiyab en ámbitos educativos y el burka en espacios públicos (ya hablamos sobre ello). Parece que el PP de Barcelona ha recogido el guante. ¿Quién más lo ha hecho? ¿en qué punto se encuentra vuestra -justa- reivindicación?
Además del PP, están presentando propuestas en esa línea Vox y Aliança Catalana. De momento no están prosperando, pero creo que solo es cuestión de tiempo porque en el resto de los países europeos se empieza a prohibir ya. De todas maneras, desde que las presentamos yo he endurecido mi postura y creo que hay que prohibir el hiyab en general porque ahora mismo, paseas por el Raval y a la mayoría de las mujeres musulmanas solo se le ven los ojos o bien porque usan niqab o bien porque se ponen el hiyab y una mascarilla. El velo islámico no es un simple atuendo: es una marca política del islamismo y de la discriminación de la mujer y es muy peligroso porque los centímetros de tela se van alargando hasta cubrir totalmente a la mujer y porque señala a las puras y a las impuras y estas somos susceptibles de ser atacadas sexualmente. En Lyon, por ejemplo, hay una tienda a la que solo pueden entrar mujeres veladas. Me niego a que en mi país haya mujeres de primera y de segunda.
Entrevista realizada por Paula Añó.





