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ECOS INDEPENDENTISTAS / Borrell habla de Puigdemont, o no

El 'expresident' Carles Puigdemont. EP.

Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el lunes 28, elogió al presidente de Ucrania diciendo que «no es el tipo de líder que huye escondido en un coche». Se refería a Víktor Yanukóvich, presidente pro ruso de Ucrania que hace ocho años, a consecuencia de la ola de protestas llamada Euromaidan, abandonó su cargo y se largó a Rusia. Pero también podía referirse a Carles Puigdemont, quien el 29 de octubre de 2017,  habiendo sido cesado en aplicación del artículo 155 de la Constitución, emprendió la ruta del exilio hasta Bruselas. 

¿Cuál era la intención de Borrell? Da lo mismo. Ambas referencias no se excluyen, son complementarias. Los ucranianos, en la medida en que puedan aún permanecer atentos a nuestras pantallas, se acordarán del delincuente común que llegó a presidir su país. Los catalanes, inevitablemente, pensarán en el responsable del referéndum del 1 de octubre y de la subsiguiente declaración de independencia. 

Aunque es algo extraño que, cuando el mundo entero está pendiente de la invasión de Ucrania, un alto cargo de la UE haga un homenaje al protagonista de un episodio que sólo en España es ligeramente recordado, en ámbitos independentistas la presunta alusión ha dolido y se le ha dado a la frase una importancia exagerada. 

El mismo Borrell ha acabado explicando que la referencia a Yanukóvich era clarísima y que «en estos momentos, haciendo frente a una guerra, lo último que se me pasa por la cabeza es el señor Puigdemont». En cambio, ha quedado demostrado que a Puigdemont sí se le pasa por la cabeza el señor Borrell. 

Evitar baños de sangre

El primero en reaccionar fue el presidente en el exilio mediante un tweet en el que afirma: «Borrell sabe que yo nunca he estado en ningún maletero y que fui a Bruselas para denunciar la represión española.» Pero Borrell no se había referido a los detalles del periplo —que si escondido en el maletero, que si en el asiento de atrás—, sino sólo al hecho de un presidente largándose. 

Puigdemont añade algunas consideraciones de índole europarlamentaria que explicarían, en su opinión, que Borrell tenga el «orgullo herido» y, «como es habitual en él», se le haya «calentado la boca». Luego introduce una interpretación algo confusa de los últimos días de su presidencia: 

«No tenía ninguna duda de que el ataque del Estado español contra los catalanes que celebramos el referéndum de independencia el 1 de octubre de 2017 de forma pacífica era propio de un estado autoritario. Al parecer alguien lamenta que en Barcelona no hubiera un baño de sangre. Esto es muy serio. Mi compromiso entonces y ahora fue prevenir todo estallido de violencia.»

Que no hubiera un baño de sangre no lo lamenta nadie decente. Pero el llamado estado mayor del proceso había reunido los elementos para una tormenta perfecta. A base de desobediencia institucional, saturación mediática y exaltación de ánimos durante meses, se llegó a un día en que la concentracion de grupos de personas en espacios reducidos y los encontronazos con la policía aumentaban la probabilidad de un desenlace fatal. 

En todo caso, la mera presencia de Puigdemont en su despacho al día siguiente de proclamar la independencia no hubiera disparado la violencia, ni su salida del país hubiera sido suficiente para impedirla. Estas cosas se preparan con tiempo y no dependen de una figura contingente. Tal vez algún día nos lo cuenten todo. 

Enric Juliana, en un tweet, considera «erróneo comparar Zelenski y Puigdemont (…) No se pueden comparar ambas situaciones. Si algo hizo bien Puigdemont fue no buscar un trágico escenario.» Es un suponer. Pero tuvo muchos meses para reconducir la situación, para evitar lo que se llamó el choque de trenes. 

Por Dios, qué cretino

La portavoz del gobierno catalán, Patrícia Plaja, afirma que ese tipo de bromas que hace Borrell «sólo le hacen gracia a él» y que «buscan ofender a miles de catalanes», informa el Món. El consejero de Economía, Jaume Giró, como recoge el Ara, ha declarado: «Es una frivolidad muy grande. O bien se retracta de lo que ha dicho o, por dignidad, tendría que dimitir.» Joan Vall Clara, en el Punt-Avui, afirma que no debemos preocuparnos por la talla de Borrell: «No lo pusieron ahí para que diera ninguna talla. A nadie le importa un pito la talla que dé Borrell.»

Y Pilar Rahola, más portavoz que nadie de Puigdemont, sostiene en el programa Tot es mou, de TV3, que Borrell es una «mala persona». 

«Por Dios, qué cretino», empieza diciendo. «Es un mentiroso porque miente y lo sabe; es un cobarde porque no se ha atrevido a responder a las preguntas que el presidente [Puigdemont] le ha hecho en el Parlamento europeo; es un manipulador porque utiliza una situación de conflicto para su guerra contra los derechos catalanes, y es una mala persona porque utiliza una guerra para su vendetta personal.» Pues, siendo tan mala persona, deberíamos concluir que nadie mejor que él para enfrentarse a Putin.

Bernat Dedéu, en el Nacional —Borrell—, lo califica de «hombre intencionadamente repelente (…) que necesita un tanto por ciento [muy] ínfimo de su picardía para excitar el narcisismo victimario de mis conciudadanos». Dedéu acepta, aunque ya el miércoles día 2, que Borrell se estaba refiriendo a Yanukóvich: «Borrell no pensaba en Puigdemont, pero da lo mismo; de hecho, si hubiera sido el caso, la raíz de su comentario no sería nada escandalosa, ni mucho menos fruto de la inexactitud.»

Dedéu, aún formalmente independentista y publicando en un digital independentista bien tratado por el gobierno de la Generalitat, tiene muy mala opinión de la clase política independentista: «Por muy inadecuada que me parezca la retórica borrelliana, todavía me resulta más escandaloso, y mira que ha pasado tiempo, que el president Puigdemont declarara la independencia del país, parara la DUI apelando a un arbitraje europeo que sabía inexistente, se fuera a comer tan pancho con los amiguis justo el día después y, una vez acabada la acrobacia, se marchara del territorio contraviniendo no sólo su palabra, sino todos los compromisos parlamentarios que había adquirido con sus votantes en particular y con el pueblo de Catalunya en general.»

«De Borrell podéis decir lo que queráis, pero él ha ganado (…) Si la conciudadanía dedicara el 3% de exigencia que tiene con cada suspiro de Josep Borrell a su clase procesista, creedme, a estas alturas Catalunya no sólo participaría en Eurovisión, sino que sería el país organizador (…) Si algo nos recuerda la presencia de Josep Borell en el cenáculo más alto de la diplomacia europea es nuestra espantosa y nauseabunda derrota.»

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