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Quim Torra nos manda desobedecer leyes injustas

El presidente Quim Torra durante la clausura de la 52 edición de la Universitat Catalana d'Estiu Foto: Europa Press

A propósito de la confrontación inteligente que reclama Carles Puigdemont, el dueño del Punt-Avui, Joan Vall Clara, en La via Puigdemont, se hace una pregunta muy pertinente: «Si después de diez años de confrontar viene la confrontación inteligente, ¿significa eso que hasta ahora estábamos en la confrontación necia?»

A lo largo de la última década, en el discurso independentista, parecía no haber más que jugadas maestras, estrategias ganadoras y victorias inevitables, y duele tener que reconocer que el uso de la inteligencia ha sido insuficiente, por no decir que ha brillado por su ausencia. Tal vez el presidente Quim Torra ya había leído el artículo de Vall Clara cuando, el mismo día que se publicó, el domingo pasado, evitó el uso del adjetivo «inteligente» en su conferencia en la Universitat Catalana d’Estiu, como señala el diario Ara, en Si no arrisquem, no avancem.

En lo demás coincide con Puigdemont, sobre todo en la consigna básica: «Nos hace falta arriesgar para ganar y si no confrontamos no avanzaremos.» De convocar elecciones no dijo nada, consciente de que, en cuanto lo haga, el interés por sus intervenciones pasará de escaso a nulo. Tampoco concretó de qué manera «la gente» ha de ejercer la confrontación, aunque sí dejó claro que «nos corresponde desobedecer leyes injustas y nos corresponde ejercer nuestra soberanía».

Cuando un gobernante habla de desobedecer leyes injustas a partir de criterios particulares está abriendo una caja de Pandora que Quim Torra, atento sólo al substantivo «confrontación» y menospreciando el adjetivo «inteligente», puede que no perciba. Mucha gente considera que el impuesto de sucesiones, reintroducido por la Generalitat en los presupuestos del 2020, que fueron aprobados en plena pandemia, es un magnífico ejemplo de ley injusta, o las subidas del IBI en muchos municipios, o las inconcebibles restricciones a la circulación en las calles de Barcelona. Pero las autoridades catalanas no reconocen el derecho a la desobediencia a sus ciudadanos; de lo que realmente están hablando es del deber de obedecer la orden de enfrontarse al Estado.

Pere Aragonès quiere una mayoría más amplia

Con estas llamadas a la confrontación, aunque sería mejor decir al enfrentamiento, el nuevo JxCat de Puigdemont intenta llevar la iniciativa en el mundo independentista. No sorprende que sean seguidas inmediatamente por réplicas de ERC, moderadas en el tono pero firmes en el fondo.

Entrevistado por el Ara, el domingo aparecía el vicepresidente Pere Aragonès para afirmar que ante las exigencias de pureza ideológica nosotros decimos: “Hay que sumar más”.

El rechazo al discurso de Puigdemont del viernes es obvio: «Ya nos explicarán cómo se concreta esta propuesta más allá del titular. Pero es que la negociación y el diálogo deben ser tan inteligentes como la confrontación. Nuestra propuesta es clara: forzar al Estado a una negociación. Y para ello necesitamos sumar mucha más gente. Necesitamos mayorías más amplias y necesitamos fortalecer las instituciones, un buen gobierno republicano e internacionalización de nuestra causa.»

No existen las negociaciones forzadas. Se puede edulcorar con mucha retórica, pero enseguida se ve quién pone condiciones y quién las acepta. Si uno va forzado a una negociación, es que se ha rendido. Por ahora no se divisa en el horizonte inmediato un gobierno en Madrid forzado a negociar nada remotamente parecido a la autodeterminación; otra cosa es que quiera promover el sosiego, la estabilidad y la normalización de relaciones institucionales.

Aragonès no nos cuenta tampoco mediante qué procedimientos podría llegar a forzar al Estado, pero conseguir «mayorías más amplias» parece un buen punto de partida: es una manera de reconocer que no existe todavía una mayoría independentista suficiente. «Fortalecer las instituciones» no deja de ser también un reconocimiento, el de que, en manos de los independentistas, las instituciones sólo han cosechado debilidad y descrédito. Por otra parte, un «gobierno republicano» no puede significar en estos momentos otra cosa que un gobierno presidido por ERC, e «internacionalización de nuestra causa» no significa nada.

ERC no se equivoca de adversario

El lunes, la portavoz de ERC, Marta Vilalta, dejó clara la posición oficial del partido con una clara acusación a JxCat: «Algunos han llevado la vía de la confrontación tan al límite que han olvidado dónde está el adversario (…). Lo olvidan por puro cálculo electoralista y es muy triste.»

De esta manera, relatan en la Vanguardia, los de Junqueras «evidencian su hastío ante un debate que consideran premeditado para situarles en una posición de debilidad con objetivos electoralistas». Está claro que no se sienten cómodos ante una puja por ver quién es más independentista o quién desprecia más todo lo que provenga de España, y es a esa puja a donde los de Puigdemont quieren llevarlos.

La portavoz «ha garantizado que ERC no se equivocará nunca de adversario, el Estado español con el que, aunque admite que “usa la represión” en una “causa general” contra el independentismo, “es posible” el diálogo y la negociación. Es por tanto “un falso debate que creemos que es estéril” porque “siempre hemos tenido una posición clara”».

Dentro de un partido, la posición oficial de hoy siempre se ve clara. La de mañana también se verá muy clara, aunque sea contraria a la de hoy. Pero desde fuera puede parecer muy confusa. Se entiende que «la meta es compartida con el resto de formaciones independentistas», pero no tanto la apuesta «por “cultivar” y “abonar todos estos caminos, tanto el de la confrontación “democrática”, puntualizan, como “la vía del diálogo y de los acuerdos”».

En ERC pueden estar hoy «convencidos de que ambas vías “no son indisociables ni contrapuestas”». En JxCat están convencidos de que no hay otra vía practicable que la de la confrontación. El resto de la sociedad catalana, que algo debería decir ante este embrollo, no entiende cómo los mismos que han de garantizar el orden —para cuyo cometido disponen de excelentes efectivos policiales— se preocupen al mismo tiempo de garantizar el desorden convocando a pandillas de saboteadores.

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