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ECOS INDEPENDENTISTAS |Qué puede cambiar el 14-F

Urnas y equipos de protección individual que se repartirán en los colegios electorales de Barcelona para los comicios del 14 de febrero Foto: Europa Press

Vicent Partal nos avisa de las cinco cosas en que nos tendremos que fijar el domingo por la noche. La primera, la abstención, claro. Recuerda que la participación menor que ha habido en unas elecciones autonómicas fue en 1992, con un 54,87%, y afirma que «todo lo que sea inferior al 54,87% será una mala noticia».

Casi treinta años después, y en unas circunstancias muy distintas, la cifra no puede servir de referencia. En general una participación menor del 60% no se suele considerar una buena noticia. Tampoco lo será esta vez, pero la influencia de la pandemia es un factor totalmente nuevo, al que hay que añadir la confusión en que los políticos parecen querer hundir a los electores.

El mismo gobierno de la Generalitat que quería aplazar las elecciones al 30 mayo por razones sanitarias, ahora nos dice que votar es seguro. Y al mismo tiempo que nos dice que votar es seguro, nos ha recomendado votar por correo, preparar el sobre de votación en casa si no hay más remedio que ir a votar en persona, y acudir a los colegios electorales a ciertas horas en función de nuestro estado de salud. Que nadie espere mucho entusiasmo, en estas condiciones.

Y hablando de Correos, un comunicado de CCOO y UGT fechado el viernes 12 afirma que continúa el caos, agravado por «un envío masivo por parte de la Generalitat de las recomendaciones para votar con seguridad», que está siendo «remitido a todos los electores en el que se incluyen todas las papeletas electorales y el sobre de votación». Veremos a cuánta le gente le llegan.

Sigue Partal: «Si la participación no llega al 50% podemos esperar que el mismo lunes se activará una campaña enorme de deslegitimación del resultado, especialmente si se produce la esperada victoria independentista y aún más si la abstención es diferencial —[es decir] si hay más abstención en las zonas con más población española [entiéndase: no independentista]—.» Siempre hay quien se quiere apropiar la abstención, interpretarla en beneficio propio; pero esta vez las causas que van a provocar que aumente son más de carácter humano que ideológico. Harían bien todos en no ahondar en ese aspecto. Una gran abstención es un inconveniente para cualquier gobierno que se pueda llegar a formar, al margen de si los analistas demoscómicos detectan que se han abstenido más unos que otros.

Repetir gobierno

Partal desea la victoria del independentismo en escaños y a ser posible en votos, «cosa que veo muy difícil, a menos que la abstención diferencial sea muy grande», es decir que haya mucha desmovilización del voto contrario al independentismo: «Volver a superar los 70 [de la legislatura que acaba], después de tres años y de todo lo que ha pasado, sería (…) una gran demostración de fuerza del movimiento independentista. Bajar de los 70 sería preocupante. Y bajar de los 68 —que hay algún sondeo que indica que podría pasar— es evidente que crearía un enorme problema.» Un problema, sobre todo, porque haría más difícil la costumbre habitual de convertir los fracasos y los retrocesos en victorias y avances.

En cuanto a la batalla interna entre las formaciones independentistas, opina que si una «se aleja de la otra cinco escaños o más —recordemos que la distancia actual es sólo de dos a favor de JxCat—, entonces sí que sería un indicio de que algo profundo cambia». El acuerdo entre JxCat y ERC para no pactar con los socialistas relativiza bastante la importancia del trasvase de votos entre ambas formaciones y anuncia a los votantes poco menos que su compromiso en volver a formar gobierno. Y a nadie se les escapa que el nuevo gobierno no podrá ser mejor que el de la actual legislatura, que si no ha llegado hasta el final no ha sido por otra razón que los desacuerdos insuperables entre dichas formaciones.

En cuanto a los posibles pactos post electorales, «podríamos acabar teniendo un gobierno monocolor con apoyos parlamentarios cruzados, con aritmética variable, una experiencia normal en muchos países pero completamente insólita entre nosotros». Más insólita que nunca sería. Entre nosotros, dos partidos que están de acuerdo en todo, o al menos en algo tan extraordinario como conseguir la independencia, y en la manera de llegar a ella, mediante detalladas y compartidas hojas de ruta, a la hora de la verdad no consiguen mantener un gobierno de coalición ni tan sólo para administrar un presupuesto autonómico.

Si consiguen la mayoría suficiente —con el imprescindible acuerdo con la CUP, siempre a punto para garantizar la inestabilidad y las locuras de gobierno—, intentarán hacernos creer que esta vez sí, pero serán las mismas personas con las mismas ideas equivocadas y la misma torpeza política.

Partal pone sus esperanzas en que «el proceso independentista se va distanciando progresivamente de las instituciones autonómicas» y en «la bifurcación entre reformistas [ERC] y rupturistas [JxCat y CUP]», siendo previsiblemente la suma de estos superior al resultado que pueda obtener ERC.

Y ya, confundiendo una vez más los deseos con la realidad, concluye que «este balance entre reformistas y rupturistas será también un indicador de dónde está ahora mismo el país y de qué voluntad tiene de proseguir el camino hacia la independencia». Difícilmente el resultado del próximo asalto de la lucha interna de facciones entre, más o menos, la mitad independentista de la clase política indicará donde está el país entero, pero sí puede servir para hacer o deshacer algunos liderazgos.

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