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Opinión/ «Ellas mismas se lo buscan»

Fuente- Fiscalía General del Estado

Era Halloween y decidió salir a divertirse con sus amigas a una discoteca en Igualada, pero lo que debería haber sido una noche de risas entre música y disfraces terroríficos en busca de amenizar la velada acabó convirtiéndose en una pesadilla real, que la dejará marcada de por vida.

Tiene 16 años y unos monstruos de carne y hueso con disfraces invisibles al ojo ajeno la interceptaron en un trayecto de, apenas 1,5 kilómetros que debía recorrer desde el local hasta la estación de tren. La atacaron y violaron de forma salvaje. Tanto es así, que el camionero que la encontró tirada en la calle pensó que estaba muerta. Por suerte, estaba equivocado y la joven se recupera poco a poco de las lesiones.

Como es lógico, todos los medios de comunicación contaron lo ocurrido y las redes volvieron a arder de indignación, de muestras de apoyo a la familia y de peticiones incesantes de castigos ejemplares para estos criminales. Según Epdata, hasta el tercer trimestre de 2021 se registraron en España un total de 1.601 violaciones, un 24,6% más que las registradas en el trimestre anterior.

Estamos ante un problema social alarmante que cada vez va a más. El maltrato, las agresiones sexuales y las violaciones se han convertido en un problema social delirante que puede tocarle a cualquiera. Sin embargo, hay quienes consideran que estos terribles sucesos no deberían ser noticia porque «se da propagada a los agresores y se contribuye a que haya más casos». Otros, tras la noticia solo ven un afán de clicks y lucro. Luego están aquellos que viven obsesionados con saber de qué nacionalidad es el agresor, como si saber que no es, o son españoles, otorgara cierto alivio.

Hasta el tercer trimestre de 2021 se registraron en España un total de 1.601 violaciones

Todas estas reacciones u opiniones, por mucho que nos duelan, son legítimas y uno, cuando empieza a teclear sabe que por alguna parte llegará el azote. Así es y así debe ser. Por delante siempre debe estar la libertad de expresión, faltaría más. Por eso mismo, haciendo uso de ella, he decidido escribir estas líneas. Me parece demencial que algun@s se permitan el lujo de culpabilizar a la víctima o a los padres por permitirles andar a esas horas por esos lugares.

«¿Qué haría una niña sola en esos andurriales a esas horas de la madrugada? A veces ellas mismas buscan lo que les ocurre y los padres deberían tener más control sobre los hijos», contestó un usuario de Facebook a la noticia.

Al autor de semejante despropósito le preguntaría si no cree que los que no deberían andar por esos andurriales, ni por ningunos otros, son los desalmados que hicieron eso con ella. Le preguntaría si no tiene hijas, hermanas o madre.

«¿Qué haría una niña sola en esos andurriales a esas horas de la madrugada? A veces ellas mismas buscan lo que les ocurre y los padres deberían tener más control sobre los hijos».

No suelo entrar al trapo con comentarios hirientes. Sin embargo, hay ciertos jueces, psicólogos, sociólogos o policías virtuales que parapetados tras el anonimato, calentitos y en pijama se permiten el lujo de hacer comentarios como el que he citado anteriormente. Se dejan la empatía a los pies de la cama y, sin que les tiemble el pulso, incrementan el dolor de una familia destrozada, culpabilizando a una niña de que unos criminales le hayan desgraciado la vida. Es inadmisible y síntoma de que no hay una conciencia real del enorme problema social que tenemos con la violencia de género.

El furor por este ataque salvaje ha llevado a muchas personas a pedir penas de muerte, sufrimiento insoportable, cadena perpetua y un sinfín de alternativas que nacen del miedo y de la impotencia de ver como más y más mujeres pierden la vida cada día sin que se vea a lo lejos una solución a este drama.

Hay ciertos jueces, psicólogos, sociólogos o policías virtuales que parapetados en el anonimato, calentitos y en pijama se permiten el lujo de culpabilizar a una niña de que unos criminales le hayan desgraciado la vida.

Estoy de acuerdo en que se debe informar con rigor, de forma diligente y cuidadosa sin olvidar que a veces las palabras equivocadas pueden provocar un efecto devastador. Hay que hablar de presuntos hasta que un juez dicte condena porque nosotros no somos jueces, sino aquellos que cuentan a la gente lo que le pasa a la gente porque el silencio no arregla nada. Muestra de ello, el cambio rumbo que está tomando el periodismo con ese «tabú llamado suicidio» gracias a la insistencia de profesionales, víctimas y asociaciones para que se hable, y que se hable bien. «En silencio no se salvan vidas», así titulé un duro reportaje sobre la primera causa de muerte no natural en España. Con mimo, dedicación y mucha documentación decidí alzar la voz. El resultado fue maravilloso. ¿Saben una cosa? Esa noche, tras publicarlo, descubrí que no hay una mejor almohada que una buena conciencia.

La familia no quiere que esto quede en un cajón

La madre de la menor ha escrito al presidente del gobierno y ha querido que sus palabras sean públicas, la familia pide ayuda ciudadana para atrapar a los agresores, el abogado de la víctima hace declaraciones en los medios y todavía hay quienes consideran que hablar del tema es un atropello insultante para la dignidad de la menor.

Quizás, sería más conveniente dar un golpe en la mesa y decir basta, pero un basta de verdad, luchar para que cambien las leyes, para que se endurezcan las penas y que, a través de la educación, las nuevas generaciones crezcan con unos valores que, a la vista está, muchos no tienen. Todo esto para que nuestros hijos o hijas vuelvan a casa sanos y salvos.

Si algo tienen en común todos los periodistas es que no son protagonistas de nada

Hay muchas clases de periodismo y muchos periodistas, hay muchas líneas editoriales, mucha politización y muchos intereses económicos. Por supuesto que sí. También hay quienes se recrean en el morbo o en detalles que, por respeto, sería mejor y más elegante omitir, pero también hay quienes sufren cada una de las letras que escriben en el texto porque es muy difícil inmunizarse a la desgracia diaria que tienes que contar, muchas lágrimas mientras cuentas cosas terribles pero no te queda otra, porque es tu trabajo. Es muy difícil no sentir dolor ante algunos dramas que te dejan días sin poder pegar ojo durante noches. Es muy difícil vivir junto a una madre durante 6 meses la desaparición de su niña y tener que ser tú quien escriba el peor de los desenlaces para esa mujer a la que has cogido tanto cariño.

Pero todo eso es normal, y la crítica es uno de los ingredientes que mantiene viva a esta profesión. Por eso, tienen que seguir opinando y cuestionando aquello con lo que no estén de acuerdo. Mientras, el que explica, deberá encajar los comentarios con todo el respeto y humildad del mundo. También con la mente abierta para subsanar errores futuros.Pero sobre todo, con agradecimiento, porque quien cuestiona tus letras es porque antes se ha tomado la molestia de leerlas. Gracias por eso.

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