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Pandemia, recuperación e inflación y medio ambiente I

Una mujer pasea junto a un lago en Wuhan. EFE.

Comencemos por reconocer la verdad, a riesgo de que mis palabras puedan interpretarse como una mera excusa fruto de la ignorancia atribuida con demasiada frecuencia al gremio de los economistas: existe una enorme incertidumbre sobre el futuro económico a todos los niveles: mundial, europeo y español.

Nadie sabe con certeza si la recuperación que comenzó con el inicio del proceso de vacunación en los países desarrollados se afianzará a nivel mundial, ni tampoco cuál será la intensidad de las turbulencias que pueden desatarse en los mercados financieros por el cambio en la orientación de las políticas de los Bancos Centrales, puestas ya en marcha para contener el aumento de la tasa de inflación, cambios que podrían afectar a la postre a la actividad económica y a la ocupación en las economías desarrolladas que, no olvidemos, sobrellevaron con respiración asistida la Gran Recesión y sobrellevan ahora la Recesión Pandémica.

«Nadie sabe con certeza si la recuperación que comenzó con el inicio del proceso de vacunación en los países desarrollados se afianzará a nivel mundial».

En el ámbito más próximo de nuestra burocratizada y acomodada UE, nadie conoce cuáles son los objetivos de las políticas económicas para los próximos años, más allá de las discusiones habituales entre los líderes europeos para repartirse los presupuestos comunitarios y el empecinamiento de las instituciones europeas en apostar unilateralmente por la transición ecológica, un empeño que sólo producirá más estancamiento y subidas de precios y salarios que acelerarán la deslocalización de las actividades productivas a países con estándares medioambientales y salarios más bajos, dificultarán la creación de puestos de trabajo y perpetuaran las elevadas tasas de paro que registran tantos países de la UE, y, en fin, elevarán las demandas sociales para destinar más y más recursos a financiar las necesidades de una fracción creciente de la población que vive al margen (o en el margen) del mercado laboral.

Dos o tres conclusiones, sin embargo, emergen con claridad tras atravesar este período crítico en el que muchos ciudadanos han pasado del miedo inicial al contagio por Covid-19 a despreciar el riesgo de contraer la enfermedad una vez vacunados. La primera es que el principal enemigo de la recuperación económica a nivel mundial es la pandemia y que, por tanto, no habrá una recuperación sostenida a menos que los gobiernos de las economías desarrolladas implementen políticas de salud pública que reduzcan drásticamente las cifras de contagios (no sólo las de fallecidos) en sus propios países y organicen programas para impulsar la vacunación en los países menos desarrollados y reducir el riesgo de que sigan apareciendo mutaciones de consecuencias imprevisibles.

«Muchos ciudadanos han pasado del miedo inicial al contagio por Covid-19 a despreciar el riesgo de contraer la enfermedad una vez vacunados«.

Como se reconoce en la declaración emitida por el Comité de Mercado Abierto Federal (FOMC, por sus siglas en inglés) el 15 de diciembre “el curso de la economía continúa dependiendo de la evolución del virus. El progreso en la vacunación y la suavización de las restricciones de oferta refuerzan la expectativa de ganancias sostenidas en la actividad económica y el empleo, así como una reducción en la inflación”. No será fácil contener la epidemia en muchos países desarrollados donde los ciudadanos están hartos de soportar restricciones intermitentes de dudosa eficacia y con frecuencia contradictorias.

«El curso de la economía continúa dependiendo de la evolución del virus. El progreso en la vacunación y la suavización de las restricciones de oferta refuerzan la expectativa de ganancias sostenidas en la actividad económica y el empleo, así como una reducción en la inflación».

El gasto preventivo para mantener a raya la pandemia no sólo reducirá los elevados costes sanitarios que están soportando los presupuestos de los Estados en las economías desarrolladas para tratar a los enfermos, especialmente a los que requieren hospitalización, sino que posibilitará normalizar la vida social, reactivar la actividad económica y reducir los costes de producción.

La prioridad de las organizaciones no gubernamentales debiera reorientarse de recoger náufragos en el Mediterráneo a participar en programas de vacunación masiva y desarrollo en los países emisores para frenar los flujos migratorios. Hacer llegar a los países en vías de desarrollo capital humano y productos excedentes que se desechan cada año en las economías desarrolladas sería una política más inteligente y humanitaria que hacer pasar por el calvario de la emigración a seres humanos que acaban con frecuencia malviviendo en condiciones miserables en edificios abandonados y campamentos infectos cuando logran culminar con éxito el viaje.

La segunda es que los mecanismos de gobernanza de la mayoría de los países desarrollados han fracasado estrepitosamente en su intento de controlar la pandemia y posibilitar una pronta recuperación económica. En un artículo titulado “El Covid-19 desnuda a la clase política de Occidente”, publicado en El Liberal-Vozpópuli el 20 de mayo de 2020, indicaba que “el mundo presenta un panorama muy preocupante con 5,18 millones de infectados, 333.612 fallecidos y más de 2,06 millones de casos activos.

«La mayoría de los países desarrollados han fracasado estrepitosamente en su intento de controlar la pandemia y posibilitar una pronta recuperación económica».

Con una población de 6.388,4 millones, la tasa de mortalidad sobre casos totales en el resto del mundo se sitúa en 6,4%, 0,8 puntos por encima de China (5,6%), y el número de muertos por millón de habitantes, 52,2, es casi 16 veces la cifra de China (3,3). Estas cifras, por sí solas, bastarían para poner en duda la gestión realizada por quienes están al frente de los gobiernos para contener la epidemia y evitar las consecuencias económicas que está ya teniendo en casi todos los países”.

«Con una población de 6.388,4 millones, la tasa de mortalidad sobre casos totales en el resto del mundo se sitúa en 6,4%, 0,8 puntos por encima de China (5,6%), y el número de muertos por millón de habitantes, 52,2, es casi 16 veces la cifra de China (3,3)».

¿Qué podríamos decir dieciocho meses después cuando vemos que la cifra de infectados supera 273 millones, más de 5,3 millones de personas han fallecido y todos los días mueren miles de personas, incluso en los países más desarrollados?. En otro artículo titulado “China: ¿ángel o demonio” publicado en El Liberal el 24 de octubre de 2020, dedicaba un apartado (“Un americano en Chengdu”) a narrar la epopeya personal del profesor estadounidense Peter Hessler publicada en la revista The New Yorker el 10 de agosto de 2020.

«¿Qué podríamos decir dieciocho meses después cuando vemos que la cifra de infectados supera 273 millones, más de 5,3 millones de personas han fallecido y todos los días mueren miles de personas, incluso en los países más desarrollados?».

En una reciente entrevista, Hessler, a quien las autoridades académicas chinas rechazaron renovarle su contrato en la universidad de Sichuan, quizá en represalia por otro artículo publicado tras visitar Wuhan, se ratificaba en su valoración del éxito alcanzado por las autoridades chinas para contener la pandemia y minimizar las pérdidas humanas y económicas: “muy pronto -dice Hesler- podía decirse que lo que habían hecho funcionaba realmente y ese tipo de afirmaciones irritaba al otro lado. Porque se suponía que estaba ensalzando a China. Pero, de qué otra manera podía mirar a ello. Y China es un ejemplo asombroso que creo está todavía infravalorado y esto es algo distinto de lo que se pueda pensar sobre el Partido u otras cosas”.

La tercera es que las políticas de liberalización en las últimas décadas han producido la deslocalización de la producción de manufacturas hacia países con estándares laborales y medioambientales laxos, no sólo con bajos salarios. El resultado de la nueva división internacional del trabajo ha reducido las oportunidades de empleo relativamente bien remuneradas y aumentado las tasas de paro en muchas economías desarrolladas, al tiempo que han elevado las emisiones en la producción y el transporte de esos bienes desde los países donde se localiza ahora su producción hasta los mercados de los países desarrollados. Además, esta nueva situación impide asegurar los suministros de productos indispensables en los países desarrollados para satisfacer la demanda final en situaciones de emergencia, como la vivida tras la irrupción del Covid-19, así como las demandas de bienes intermedios requeridos en los procesos productivos.

«Las políticas de liberalización en las últimas décadas han producido la deslocalización de la producción de manufacturas hacia países con estándares laborales y medioambientales laxos, no sólo con bajos salarios».

Las emisiones de la República Popular China, la fábrica del mundo, no han cesado de aumentar desde 1990 y es responsable de entre el 28% y el 30% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero en los últimos años, mientras las emisiones en algunos países desarrollados se han reducido o contenido.

Aunque las emisiones per cápita de China son todavía inferiores a las de algunos países desarrollados, como Estados Unidos o Canadá, si el objetivo de los primeros es reducir las emisiones, la solución no pasa por alcanzar acuerdos en reuniones internacionales de dudoso contenido e incluso más dudosa implementación, sino por imponer aranceles a las importaciones provenientes de países con regulaciones más laxas, con la finalidad no de proteger a los productores locales, sino para obligar a incorporar al precio de los productos los costes atribuibles a las emisiones realizadas en la producción y transporte de los bienes importados. Los países desarrollados podrían obtener así un triple dividendo: Más recursos para la hacienda pública, más empleo para sus ciudadanos y menores emisiones.

Sirva este artículo a título de presentación general de los artículos más detallados en que examinaré la situación de la pandemia, la desigual recuperación en Estados Unidos, China y la UE y las políticas medioambientales en las próximas semanas.

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