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ENTREVISTA | Sonia Sierra: «La izquierda siempre le compra la mercancía averiada al nacionalismo»

La exdiputada y articulista rechaza tanto el carácter reaccionario del nacionalismo como los excesos de la izquierda 'woke'

Sonia Sierra, posando en el Bar La Jabata. ÓSCAR BENÍTEZ.

Exdiputada de Ciudadanos en el Parlament y columnista en The Objective, Sonia Sierra (Tarrasa, 1973) es una de las voces más conocidas del constitucionalismo catalán. Lo que no significa, como deja patente en redes sociales y en esta entrevista, que se amedrente ante ningún debate. Así, aquí nos ofrece su siempre heterodoxo punto de vista sobre asuntos como la inmersión lingüística catalana o la mesa de negociación con el separatismo, pero también sobre la cultura de la cancelación o La ley Trans. Sin olvidarnos de su reciente debut como novelista con Los pasos difíciles (Platero Coolbooks), una exaltación de la amistad de tintes autobiográficos.

En uno de sus últimos artículos, se refiere a la inmersión lingüística como «la gran mentira». ¿Cuál es la razón?

Es un sistema tan indefendible que la única manera de defenderlo es con mentiras. La principal, que es un modelo de éxito. Y es que, cuando se sostiene, por ejemplo, que los niños catalanes tienen mejor nivel de castellano que el resto de niños españoles, es falso. En primer lugar, no es posible establecer comparaciones porque no hay pruebas homologables. Y en segundo, si un alumno da cero horas en infantil, dos en primaria, y dos o tres en secundaria, no va a tener mejor nivel que el que da muchas horas. Otra prueba sin fundamento es que la selectividad de unos y otros no arroja grandes diferencias, pero es que el modelo de Cataluña es mucho más fácil que el de Madrid o Castilla y León. Esto es fácilmente comparable, porque los exámenes están disponibles online. Y así suma y sigue.

También ha definido el concepto lengua propia como un «engendro nacionalista».

Es un engendro porque, ¿qué significa la lengua propia de una región? ¿Cuál es la lengua propia, por ejemplo, de Australia, de Estados Unidos, de India? Podríamos decir que la lengua que uno habla es su lengua propia, pero eso es una redundancia. En el extranjero no entienden el concepto porque carece de sentido. Otros conceptos como lengua vernácula, lengua materna o lengua oficial poseen un significado claro y específico, pero lengua propia no. El problema es que en España los nacionalistas tienen una capacidad fabulosa para fabricar conceptos absurdos —como aquel agramatical derecho a decidir— y que se los compre todo el mundo de manera incomprensible.

«Que el concepto lengua propia sea absurdo no significa que sea inocuo: es terriblemente peligroso porque si una lengua es propia, quiere decir que la otra es impropia»

Y atención, que un concepto sea absurdo no significa que sea inocuo: es terriblemente peligroso porque si una lengua es propia, quiere decir que la otra es impropia. Así pues, le estamos diciendo a más de la mitad de los catalanes —los castellanohablantes— que su lengua es impropia. Por otra parte, resulta especialmente doloroso que este atropello se encuentre consignado, por primera vez, en una ley orgánica: la Ley Celaá.

Yolanda Díaz ha reivindicado la mesa de negociación con el separatismo, señalando que «nunca debió de abandonarse el diálogo entre Cataluña y España». ¿Comparte su diagnóstico?

Lo primero que conviene aclarar es que los nacionalistas catalanes no son Cataluña. De hecho, como se demuestra elección tras elección —excepto la última vez, que hubo una gran abstención—, ni siquiera son mayoría. Por lo tanto, no puedes referirte a Cataluña porque te has reunido con los nacionalistas. Y por lo que vamos sabiendo de esa mesa, más que de diálogo, es una mesa de concesiones. De ahí han salido los indultos o el pacto para incumplir el 25% de castellano. Es lo de siempre, en España la izquierda siempre le compra toda la mercancía averiada al nacionalismo, con lo que éste obtiene una pátina de progresismo. Sin embargo, el nacionalismo es todo lo contrario: es reaccionario y discriminatorio. ¿Qué tiene de progresista, por ejemplo, el monolingüismo vehicular en un territorio bilingüe?

Cayetana Álvarez de Toledo se ha definido como «feminista amazónica de la escuela de Camile Paglia». ¿Cuál es el feminismo en el que usted cree?

Yo siempre he defendido la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. También que no somos iguales, pero que esas diferencias no deben implicar nunca una desigualdad. Ese es el motivo de que en los deportes existan categorías diferenciadas. Yo practico boxeo en el gimnasio y el profesor suele ponernos chica con chica. Y si te toca un chico, este no emplea toda su fuerza. ¿Por qué? Porque si lo hiciera te enviaría a la otra punta de la sala. En definitiva, las diferencias no tienen que suponer ningún tipo de injusticia.

Por suerte, España, aunque aún tengo retos pendientes, es una sociedad bastante igualitaria. Pero el feminismo hegemónico —que es el del Gobierno— suele perderse en micromachismos que solo provocan hilaridad y no denuncia que en nuestra sociedad niñas y adolescentes musulmanas llevan velo aduciendo que es voluntario. Que sea voluntario, habría que verlo. Pero lo grave es que se trata de una prenda inequívocamente machista cuya finalidad es ocultar el físico de la mujer para no provocar a los hombres. ¿Por qué admitimos una práctica con una niña de origen extranjero que no permitiríamos con una niña autóctona? Las tratamos como ciudadanas de segunda, lo cual es inadmisible: deben ser ciudadanas de primera como nosotras.

Se cuenta entre las feministas críticas con la Ley Trans. Cuéntenos por qué.

La Ley Trans tiene tantos elementos negativos, tanto para la infancia y adolescencia como para las mujeres, que han intentado hurtar el debate. De ahí que se haya impulsado por la vía de urgencia, para impedir la opinión de los expertos. Pero ha sido en vano: el debate ya está en la calle. Y es una ley muy negativa porque, a lo largo de la historia, la incidencia de la disforia de genero es muy reducida. Sin duda, esas personas tienen que recibir la mejor atención posible y se merecen todo el respeto. Pero actualmente hay una suerte de contagio social. En Inglaterra, por ejemplo, se produjo un aumento de un 4000% de casos en solo diez años.

«La autoderminación de genero de la Ley Trans implica un borrado de la mujer total y absoluto»

Lo mejor para estas criaturas es permitir que se manifiesten su identidad en libertad. Pero sin olvidar que, cuando termina la pubertad, entre el 75 y el 90% acaba aceptando el sexo con el que ha nacido. Y si esa persona persiste en esa transexualidad hay que ofrecerle todos los recursos posibles. Pero no bloquear su pubertad con medicación que puede afectar al desarrollo de su cerebro u ocasionar problemas cardiovasculares, falta de orgasmos o esterilidad. Por no hablar de la cirugía, que conlleva la amputación de miembros sanos. Además, esa persona luego se puede arrepentir. Alentar todo esto me parece muy peligroso. Por otro lado, la autodeterminación de genero —que permite el cambio de sexo en el registro apelando únicamente a la identidad sentida— puede acabar con las categorías femeninas en el deporte o con las listas paritarias en los partidos políticos. Es un borrado de la mujer total y absoluto.

En una entrevista reciente, la cantante Rigoberta Bandini manifestó que no iría a un concierto de alguien sobre el que cayese la sospecha de «conducta sexual inapropiada». ¿Haría lo mismo?

Entonces no leeríamos a Machado. O nos desagradarían los cuadros de Picasso, y el Guernica dejaría de ser un símbolo antifascista. Ahora reina una suerte de neopuritanismo porque, mientras las relaciones sexuales sean consentidas, no hay nada qué decir. Si no son consentidas, es un delito y quien se tiene que ocupar es la Justicia. Y la obra de un autor no se juzga por su comportamiento. De no ser así, podríamos acusar a los grandes autores del Barroco de apologetas de la Monarquía absolutista. No podemos examinar el pasado con los ojos del presente. Es absurdo y totalmente ucrónico.

«En los 90 no existía esta fijación de hoy en día de que todo esté tan identitariamente marcado. Nos divertíamos más»

En alguna ocasión, ha afirmado que fue afortunada de haber vivido su juventud en los 90. ¿Qué tenía aquella década que no tenga la actual?

Tengo la sensación de que éramos mucho más libres. La impresión de que todo se juzgaba todo el rato no la teníamos. Por ejemplo, ahora muchos padres van a buscar de madrugada a sus hijos a la discoteca. Cuando yo era joven, nunca en la vida vi que los padres nos vinieran a buscar. Es decir, yo salía por Rubí y Sant Cugat, nos íbamos de empalmada a la playa y —aunque evidentemente también habría robos y violaciones— no había esta sensación de miedo permanente. Es cierto que no solíamos tener amigos de otras culturas porque no había tanta diversidad, pero teníamos amigos gays y no ocurría nada. No existía esta fijación de hoy en día de que todo esté tan identitariamente marcado. Ahora, en todo subyace mucha carga, mucho peso. Han surgido cien mil fobias de las que te pueden acusar, con lo que es necesario medir siempre las palabras. Eso resta libertad y ligereza. En los 90 nos divertíamos más.

«La obra de un autor no se juzga por su comportamiento. De no ser así, podríamos acusar a los grandes autores del Barroco de apologetas de la monarquía absolutista»

Su antiguo partido, Ciudadanos, celebrará su congreso de refundación a principio de año. ¿Qué pasos deberían dar, a su juicio, para recuperar la confianza de los votantes?

En mi opinión, un punto de inflexión fue la moción de censura en Murcia, que representó un error muy grave y no se tomaron medidas. La situación exigía una remodelación de calado —tal vez quedarse Inés pero no los responsables de aquello—. Como no se llevó a cabo, recuperar la confianza de los votantes resulta una labor casi imposible. Y lo digo con pena, porque es el único partido en el que yo he militado y el espacio ideológico en el que me siento cómoda.

También creo que se les ha pasado un poco el tiempo. Hubo un momento de hartazgo de la corrupción —y no solo la económica— en el que muchos ciudadanos se refugiaron en fuerzas nuevas como Ciudadanos o Podemos. Pero luego la percepción es que solo han traído inestabilidad, por lo que los votantes han regresado a los grandes partidos, PP y PSOE. El momento de la nueva política pasó. No ayudó que discursos como del acabar con las duplicidades —que tanto me sedujo— se dejasen de lado cuando Ciudadanos empezó a ocupar cargos en esas administraciones. Han traicionado parte de sus principios y el proyecto ahora es difícil de vender. Lo cual es un drama en toda España pero especialmente en Cataluña, donde el problema del nacionalismo dista mucho de haber desaparecido.

Este año ha publicado su primera novela, Los pasos difíciles, una obra que gira alrededor de un sentimiento menos popular que el amor pero no menos esencial: la amistad.

En mi caso, la amistad resulta absolutamente fundamental, y creo que se le canta poco, tanto en el cine y la música como en la literatura en general. Y eso que en la sociedad actual, en la que estadísticamente las parejas duran poco, son más constantes a lo largo del tiempo las relaciones de amistad que las de pareja. Es un fenómeno que yo veo con frecuencia en mi entorno. Por ello quería abordar la amistad en profundidad. En la novela también aparece el amor, el sexo, la homosexualidad… pero el sentimiento fuerte que vertebra la obra es la amistad.

Óscar Benítez
Óscar Benítez
Periodista de El Liberal. Antes, fui redactor de Crónica Global y La Razón; y guionista de El Intermedio.

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