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23-Julio: elecciones generales

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el momento de anunciar la convocatoria de elecciones generales.

Cuando algún suceso nos pilla por sorpresa, nos esforzamos por buscar una explicación a lo sucedido, incluso cuando somos conscientes de que muchas de nuestras decisiones, incluso las más decisivas en nuestras vidas, no son siempre fruto de un análisis meditado sino de las urgencias irresistibles del momento, la inasible vocación unas veces y las pulsiones del inconsciente otras. Unos buscan explicaciones por exigencia profesional, como ocurre con quienes están obligados a proporcionarnos las ‘claves’ de la actualidad en los medios de comunicación, otros por mera inclinación a comprender un entorno preñado de incertidumbre.

No cabe duda de que el anuncio realizado por el presidente Sánchez a las 11:16 horas el 29 de mayo de convocar elecciones anticipadas el próximo 23 de julio, cuando no habían transcurrido ni 12 horas de conocerse los resultados las elecciones autonómicas y municipales celebradas el 28 de mayo, cuando el PP festejaba los buenos resultados obtenidos y Unidas Podemos trataba de digerir el profundo batacazo recibido, nos pilló a casi todos los españoles por sorpresa. Sánchez, como ya he comentado en mis artículos de las dos últimas semanas, había desnaturalizado las elecciones territoriales al hacerse omnipresente en la campaña, incluso cuando su presencia no había sido solicitada y ni siquiera era bien recibida por los candidatos de su partido que optaban a presidir Comunidades y Ayuntamientos.

Sánchez había desnaturalizado las elecciones territoriales al hacerse omnipresente en la campaña

Y esa es la explicación ofrecida por el propio presidente en su comparecencia institucional sin preguntas: asumir en primera persona los resultados que suponían, además de una pérdida notable de respaldo electoral, la casi imposibilidad de gobernar en varias Comunidades y numerosas Corporaciones. Sólo Sánchez-Paje, el barón más díscolo, había resistido en Castilla La Mancha. A partir de ese instante se han multiplicado las explicaciones en los medios de comunicación. ABC achaca la decisión a su intención de “neutralizar a los barones y descolocar a Yolanda Díaz“. El Mundo interpretaba la dimisión en clave de partido y subrayaba que “Sánchez improvisó elecciones para atajar la rebelión interna”. The Objective ha puesto el foco en la intención de Sánchez de sacar partido de la debilidad de Podemos para “aglutinar el voto de izquierdas” y “mantener el control del partido”, una explicación a la que bien podría añadirse aprovechar la división del voto del espectro de centro derecha (PP y VOX) que podría agudizarse en caso de que las negociaciones en las próximas semanas para alcanzar acuerdos entre PP y VOX se agrien.

La Razón apunta a que  “PP-Vox… se han quedado en el 38,68% de los votos, lo que, según los cálculos que maneja el partido [PSOE], se traduciría en unos 160 escaños”, un número bastante alejado de los 176 necesarios tener mayoría en el Congreso.

Pocas de las medidas adoptadas durante esta legislatura finalmente abortada pueden calificarse como progresistas

El País, diario generalista que se ha destacado en la defensa de los gobiernos de Sánchez desde que ganara la moción de censura el 1 de junio de 2018, explica la decisión “más peligrosa” adoptada por el presidente atribuyéndole la intención de poner “a los votantes, en especial a los progresistas, ante la tesitura de tener que decidir casi inmediatamente si quieren consolidar el resultado de las elecciones autonómicas y municipales, que entrega casi todo el poder al PP y Vox, y permitir que eso sea lo que llegue también a La Moncloa, o se movilizan para impedirlo”. Permítanme añadir que pocas de las medidas adoptadas durante esta legislatura finalmente abortada pueden calificarse como progresistas, unas por franca ineptitud de quienes las pergeñaron, otras por su descarado cariz electoralista y elevar la crispación social azuzando la memoria democrática de forma selectiva y perversa. 

En cuanto a la tan cacareada gestión de sus gobiernos por la que el presidente ha sacado pecho durante la pasada campaña sólo me cabe decir que resultó desastrosa en el caso de la pandemia, ya sea si atendemos tanto a las consecuencias humanitarias como a las sociales o económicas. Los 54 artículos que publiqué entre el 20 de marzo de 2020 y el 12 de junio de 2021, recogidos en mi libro “Covid-19: la Gran Decepción. Algunas lecciones para España y Occidente” proporcionan semana o semana un análisis de la imprevisión, irresponsabilidad y prepotencia con la que el gobierno Sánchez abordó la mayor crisis sanitaria vivida por los españoles desde que tengo uso de razón. Y hace muchas décadas de eso. Solamente el descubrimiento de las vacunas nos salvó de un desastre todavía mayor que tampoco fue menor: un exceso de mortalidad en las tres primeras oleadas próximo a 100.000 muertos en un año y una caída del PIB en 2020 de 11% de la que todavía la economía española no se ha recuperado por completo.  

La inclusión de terroristas condenados, algunos de ellos por delitos de sangre, en las listas de EH-Bildu fue la gota que colmó el vaso

Más allá del ruido mediático, casi siempre interesado, me gustaría algunas circunstancias que han pasado inadvertidas o, cuando menos, han recibido menos atención de la que merecen. El malestar interno en las filas socialistas fue tomando cuerpo tras consumarse las indecorosas alianzas fraguadas por Sánchez para plantear la moción de censura a Rajoy y se acentuaron tras la formación de un gobierno de coalición con aquellos que le quitaban el sueño al presidente y han pasado a quitarnos el sueño a muchísimos ciudadanos desde que decidió sumar a Podemos al Gobierno y convertir a ERC y EH-Bildu en socios prioritarios para sacar adelante sus políticas ‘progresistas’. La inclusión de terroristas condenados, algunos de ellos por delitos de sangre, en las listas electorales de EH-Bildu, fue la gota que colmó el vaso. El malestar de fondo se remontaba mucho más atrás y ha emergido a la superficie de tanto en tanto desde la llegada de Sánchez a La Moncloa por boca de algunos líderes históricos del partido como Pérez Rubalcaba, Rodríguez Ibarra, Joaquín Leguina y Francisco Vázquez, otros más jóvenes como Tomás Gómez, las dos figuras señeras del PSOE desde su refundación en Suresnes, Felipe González y Alfonso Guerra, e incluso de los presidentes autonómicos de Castilla La Mancha, Aragón y Extremadura. Muchos han sido los socialistas incomodados, cuando no abiertamente contrariados y hasta espantados, por los modos y maneras con que Sánchez se abrió camino primero en el partido, culminó su asalto a La Moncloa y desarrolló su obra de gobierno.

Cualquier persona razonable comprende que las concesiones en política (y no solo en política) resultan indispensables para encontrar un acomodo entre puntos de vista divergentes y resolver conflictos de intereses de manera civilizada, evitando el recurso a imponerlos por la fuerza. Los principios pueden servirnos de guía en nuestras actuaciones, pero se precisa tener cierta cintura para aceptar desviaciones sin abandonarlos completamente. El pecado original de Sánchez se remonta al 1 de junio de 2018 cuando ganó la moción de censura contra el presidente Rajoy y se colocó en una situación donde resultaba imposible gobernar sin hacer concesiones indecorosas a sus avalistas. Esto es lo que publiqué en el diario Expansión al día siguiente de la moción:

A muchos socialistas y votantes del PSOE les empezó a resultar indigerible un gobierno dispuesto a blanquear a golpistas

“La principal razón que me lleva a hacer una valoración tan negativa de la moción de censura de Sánchez es la simple constatación de que para su aprobación, los 85 diputados del PSOE (77 de sus federaciones, 7 del PSC y 1 de Nueva Canarias) han necesitado los apoyos de varios grupos con intereses contrapuestos entre  sí, y cuyo único denominador común era acabar, no con Rajoy y la corrupción, sino con lo que a mi modo de ver es la aportación y el éxito político más importante  de la sociedad española: la Constitución de 1978.”

Sánchez logró en las dos elecciones que se vio obligado a convocar en abril y noviembre de 2019 aumentar a 123 y 120, respectivamente, el número de diputados del PSOE-PSC, pero tuvo que aceptar finalmente abrir el gobierno a Unidas Podemos y contar con el apoyo de ERC y EH-Bildu en el Congreso para sacar adelante sus políticas. A muchos socialistas y votantes del PSOE les empezó a resultar indigerible un gobierno dispuesto a blanquear a golpistas y alcanzar acuerdos con los apologetas y herederos del terrorismo de ETA. Sánchez engañó a quienes le votaron en noviembre de 2019 tras asegurarles que no gobernaría con Podemos; renunció para seguir en La Moncloa a la senda de moderación y compromiso con la Transición de su propio partido; y ha vuelto, haciendo honor a su nombre, a desdecirse por tercera vez cuando decidió incumplir su promesa de terminar la legislatura hace unos días. Los votantes socialdemócratas deberían sopesar cuidadosamente si pueden volver a votar el 23 de julio a un político de principios tan dudosos y tan escasa palabra.

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