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ECOS INDEPENDENTISTAS / El Gobierno de Aragonés se tira a la piscina

El uso del burkini vuelve a estar en el centro de la polémica.

El gobierno catalán ha comenzado el verano con la decisión de garantizar que en todas las piscinas públicas se pueda: exhibir topless, llevar el «vestido de baño integral» —lo que vulgarmente se conoce como burkini— y dar de mamar a un bebé. The Objetive presenta la comunicación a los ayuntamientos, que «fue enviada el pasado mes de marzo pero no ha trascendido hasta que ha iniciado la temporada veraniega», tal vez por no complicar más la campaña de las municipales. Como es habitual en todas las izquierdas, tan arbitraria decisión se presenta como conquista de derechos y lucha contra la discriminación.

Pero esta intromisión en los usos y costumbres de los ciudadanos no sólo afecta a las piscinas municipales, también a las piscinas privadas comunitarias. Dice la portavoz del gobierno, como se puede comprobar en este video recogido por e-Notícies, que «se están haciendo contactos con las comunidades de propietarios (…) para que también en las piscinas comunitarias pero de uso privado se recuerde que cada cual puede bañarse utilizando el bañador que quiera». A la pregunta de si no es contradictorio estar a favor a la vez del topless y del burkini, responde que lo que hace el gobierno es «proteger los derechos y las libertades de cada uno», para que «nadie pueda ser discriminado por qué bañador lleva». 

Un extraterrestre en la piscina

El principio de subsidiaridad —que no se imponga desde arriba lo que pueda ser decidido abajo— ha desaparecido del mapa político. Es cuestionable, aunque la ley lo ampare, que la administración autonómica imponga a la administración local normas tan concretas y tan igualitarias. No todos los términos municipales tienen la misma composicion sociológica, y el Ayuntamiento debe conoce mejor que nadie a los usuarios de sus piscinas. Pero lo más grave es que la Generalitat se arrogue la autoridad de imponer normas de vestuario a los clubs privados y a las comunidades de vecinos. Es una manera de sembrar la discordia donde hasta ahora regía la costumbre y las buenas maneras.

Para ilustrar el asunto, el Departamento de Igualdad y Feminismos (¿cuántos feminismos hay?), dotado con 117 millones de euros en los presupuestos para 2023 de la Generalitat de Catalunya, ha dispuesto la campaña: La meva piscina no discrimina. Nos advierte que «las piscinas son refugio climático y espacio de ocio, y deben serlo para todos». El plato fuerte de la campaña es un gran cartel dibujado por Javier Royo —está en la línea de Mariscal pero es mucho mejor— donde figura una piscina llena de personajes felizmente no discriminados: un sujeto bajo y gordo; otro alto y delgado; un ciego con su bastón; alguien con sujetador que luce barba y larga cabellera —el gorro de natación ¿sería una exigencia discriminatoria que hay que eliminar?—; el torso de un niño que sostiene un globo que parece ser su propia cabeza —última versión de la leyenda del jinete sin cabeza—; un ser verde y palmípedo que parece un extraterrestre venido del área 51… Si un día se topan con un auténtico extraterrestre, no se les ocurra avisar a las autoridades: serían acusados de discriminación y xenofobia.

El burkini sí que discrimina

La gente, que es muy mala, está haciendo puyas y chanzas sobre algunos de los personajes dibujados, y echa en falta la presencia de algún burkini en medio del ocio climático, esa indumentaria que sólo deja al descubierto el óvalo de la cara, las manos y los pies y que, por razones que escapan a la razón, el gobierno de la Generalitat quiere hacer coexistir en el mismo espacio con la ausencia de toda prenda excepto el mínimo indispensable para tapar los genitales. Por un lado, tal vez pronto el burkini se perfeccione con guantes y calcetines también de poliéster; pero, por otro lado, no sería de extrañar una movilización de la minoría nudista acusando de discriminación al gobierno por no permitir el desnudo integral.

Si el burkini no aparece en el cartel es porque hasta el Departamento de Igualdad y Feminismos se da cuenta de que es una incongruencia. No ha lugar, en una piscina que no discrimina, un bañador que lo que hace es precisamente discriminar. Como versión acuática del velo islámico, la función del burkini es diferenciar la mujer púdica, piadosa y obediente, de la mujer impúdica, infiel y libre. En palabras de Chahdortt Djavann (¡Abajo el velo!, 2003): «El velo, ante todo, anula la capacidad de mezclarse en el espacio y materializa la separación radical y draconiana del espacio femenino y del espacio masculino. O, más exactamente, define y limita el espacio femenino. El velo, el hijab, es el dogma islámico más bárbaro que se inscribe en el cuerpo femenino y se apodera de él.»

Aunque no sean muchos los burkinis que se vean este verano en las piscinas comunitarias, a pesar del interés manifestado por nuestras autoridades, ya sabemos cuál será el siguiente paso, como está sucediendo en Francia, en Suecia y tantos lugares: pedir piscinas segregadas por sexo, o bien franjas horarias exclusivas para mujeres islámicas. En cuanto a la tan invocada integración, ni está ni se la espera; incluso parece que se la evita. El presidente Aragonès, dirigiéndose a un público musulmán afirmaba hace poco: «Vosotros no hace falta que os integréis en Cataluña, sois Cataluña, también». Pues ya estaría.

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