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¿Proyecto de progreso?

El líder del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

B.V. Conde (auditor del Estado)

Durante la pandemia del Covid-19 escribí una columna de opinión en la que terminaba pidiendo que Pedro Sánchez estuviese a la altura de las circunstancias. No lo estuvo entonces ni lo ha estado después. Durante aquella pandemia no es que no lograse ningún pacto de Estado, es que ni lo buscó. Más bien al contrario. Los votos del PP debían llegar por sí solos para aprobar los estados de alarma o lo que él considerase necesario, pero bajo ningún concepto podía haber una negociación ―no digamos un trabajo conjunto― con la oposición. Lo prioritario no era el interés general, sino la puesta en escena que mejor sirviese a sus ansias de mantenerse en el poder a toda costa. Pasada aquella crisis su presidencia no ha mejorado.

No es que ciertas políticas suyas hayan resultado dañinas, como algunas de las de sus predecesores. Por ejemplo, Aznar metió al país en la falaz guerra de Irak mientras germinaba la corrupción bajo su mandato. Por su parte, Zapatero permitió la aprobación de un Estatut manifiestamente inconstitucional y abordó vergonzosa e irresponsablemente la mayor crisis financiera en décadas ―con Venezuela se está colmando de gloria una vez más―. 

Zapatero permitió la aprobación de un Estatut manifiestamente inconstitucional

De aquellos barros estos lodos, pero no es que Sánchez sea dañino, es que es destructivo. Y lo es porque la piedra angular de toda su estrategia para mantenerse en el poder es polarizar y dividir a la sociedad. Tan crudo y despreciable como suena. Es él quien literalmente pretende “levantar un muro” que deja a la mitad de la sociedad al otro lado. Es él quien habla de “fachosfera” para referirse a todo aquel que le critica. Es él quien durante la campaña de las últimas elecciones europeas más veces mencionó al nuevo partido de Alvise, populachero totalmente desconocido al que dio visibilidad. Es él quien azuza a Vox y a Ayuso para que saquen todo el populismo que llevan dentro. Los necesita, los quiere enrabietados, aunque esas rabietas no tengan mayor repercusión en la realidad ―lo importante una vez más es la escenificación―. Y, para rematar, es él quien machaconamente sitúa a toda la oposición en la extrema derecha.

Pero ni siquiera quedará ahí su “gran” legado. Como ha escrito recientemente Isabel Fernández Alonso, él y sus acólitos han hecho de la mentira su forma de hacer política: nunca pactaría con Bildu; si Podemos estuviese en su Gobierno no dormiría por las noches; la gobernabilidad de España no descansaría en los partidos independentistas; no indultaría a los líderes secesionistas; no habría amnistía, ¡era inconstitucional!; bajo ningún concepto habría un “concierto” catalán.

¡Qué más da mentir de semejante manera! Lo que parece importar es que se repita sin descanso que su proyecto es un “proyecto de progreso” a la vez que se inocula la imagen de una extrema derecha hiperdimensionada. Aunque, ya puestos, tal vez los votantes de VOX y sucedáneos podrían plantearse a quién benefician más sus votos en último término…

La piedra angular de toda la estrategia de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder es

polarizar y dividir a la sociedad

En fin, “proyecto de progreso”, dicen. ¿Qué progreso se ha logrado en Educación, Sanidad o el futuro de las pensiones? ¿No eran éstos pilares básicos del Estado del Bienestar y de cualquier proyecto progresista que se precie? ¿Qué progreso estructural se ha conseguido contra el desempleo o la pobreza infantil? ¿No traería más progreso modificar el sistema de elección del CGPJ para blindar, desde ya, la independencia del Poder Judicial? ¿Qué progreso se deriva de que crezcan las dudas sobre la imparcialidad del Tribunal Constitucional? ¿Qué progreso hay en el sometimiento a intereses partidistas de la Fiscalía General del Estado o el CIS? ¿Será el Banco de España el siguiente? ¿Qué progreso genera la corrupción del caso Tito Berni o del caso Koldo / Ábalos ―mano derecha del presidente por aquel entonces―? ¿Qué progreso proyecta que la mujer del presidente registre a su nombre aplicaciones informáticas desarrolladas para la Universidad ―sea o no delito―, escriba cartas de recomendación para favorecer a sus socios en licitaciones públicas ―sea o no delito― o se le conceda una cátedra universitaria sin siquiera ser licenciada? ¿Cuántas cátedras hay en España dirigidas por no licenciados? ¿Los privilegios para poderosos y sus allegados no debería de ser algo ya superado? 

Y volviendo sobre sus mentiras, ¿qué progreso aporta Bildu apoyando los homenajes a etarras o defendiendo un delirante “derecho a hacer daño”? ―son palabras de Otegui―. ¿Qué progreso ha resultado del sectarismo de Podemos-Sumar por el que numerosos violadores han quedado en libertad antes de tiempo sin que se vislumbre mejoría alguna en la lucha contra la violencia de género? ¿Qué progreso se desprende de una amnistía que enfrenta a la sociedad y en la que los beneficiados no sólo no pretenden reconciliarse con sus conciudadanos, sino que insisten en que lo volverán a hacer? Una amnistía puede permitir progresar, pero, por mucho que Bolaños repita la mentira, la Comisión de Venecia no dio el visto bueno a esta amnistía, empezando porque no apreciaba el necesario consenso social, algo que ni él, ni su gobierno, ni los amnistiados buscaron jamás. Pero es que, ¿qué progreso pueden aportar partidos secesionistas ―algunos de ellos profundamente conservadores― cuando los retos que encaran las sociedades actuales exigen precisamente de mayor unidad tanto a nivel interno como internacional? 

Una amnistía puede permitir progresar, pero, por mucho que Bolaños repita la mentira, la Comisión de Venecia no dio el visto bueno a esta amnistía

En definitiva, ¿polarizar y dividir a la sociedad para mantenerse en el poder genera algún tipo de progreso o justo lo contrario?

¿Les parece progreso todo lo anterior? Pues el PSOE de Sánchez siempre puede ir más allá. No hay nada menos progresista que romper la unidad fiscal recogida en la Constitución concediendo una especie de “concierto” catalán a los secesionistas. Para empezar, sería inconstitucional, pero eso ya se ha visto que les da absolutamente igual ―como le da igual a la ministra Montero mentir una vez más―. Pero, sobre todo, ¿qué progreso puede surgir de quebrar la solidaridad interterritorial y la redistribución de la riqueza entre todos los ciudadanos, mermando la contribución conjunta al proyecto común y perjudicando la persecución del fraude fiscal? Gran progreso para el Estado del Bienestar de todos los españoles. 

Tal vez sea que al “progresismo” en España le valen las simples apariencias, los golpes de efecto puramente estéticos, el mero postureo, habiendo desertado del verdadero ideal de progreso.

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