Diego Fusaro (Turín, 1983) es un filósofo italiano y, sin duda, uno de los autores contemporáneos que más libros ha publicado en la editorial ‘El Viejo Topo’. No es necesario compartir todas sus ideas para reconocer la calidad de su armazón intelectual, que se encuentra casi a la altura de su carácter bondadoso. En esta ocasión, tuvimos la oportunidad de conversar sobre su último libro, Defender lo que somos, un canto a la identidad que, lejos de ser esencialista, se presenta como una garantía indispensable para la autorrealización y como un dique ineludible frente a la mercantilización.
Durante la entrevista, abordé con Fusaro la homogenización impulsada por la izquierda woke y su atentado contra las diferencias identitarias. También la alternativa cosmopolita, así como la necesaria refundación de la izquierda y unión de socialistas y tradicionalistas. Además de, por supuesto, explorar fórmulas alternativas al libre mercado.
—¿Por qué escribir sobre la identidad ahora?
Escribí este libro porque me di cuenta de que el capitalismo, en su última etapa de desarrollo, está convirtiendo la lucha contra la identidad en un elemento nuclear. De ahí surgen la cultura de la cancelación, la lucha contra las lenguas nacionales, la religión, la familia y un largo etcétera. Entonces, la pregunta que me hice a continuación es: ¿qué relación hay exactamente entre el capitalismo y la identidad?
—¿Y bien?
Fundamentalmente, sostengo la tesis de que el capitalismo actual busca poner fin a las identidades tradicionales, generando identidades funcionales al orden económico.
—¿Cuándo pasamos de un capitalismo disciplinario a otro desregulado?
En mi opinión y escudándome en Pasolini, el paso de una época a otra tuvo lugar durante los años sesenta, con la llegada de un capitalismo que abrazó el libre consumo y las libres costumbres. Atrás quedaba aquella disciplina burguesa y patriarcal; desde los sesenta, la sociedad empezó a operar en torno a identidades líquidas.
En nuestros días, el buen capitalista se declara orgullosamente antifascista
Diego Fusaro
—Ayer afirmaste en la presentación que la izquierda neoliberal es más funcional a la lógica del capital que el fascismo…
Sí, el capitalismo de hoy ya no necesita al fascismo del siglo XX. Circunscribiendo mi respuesta al caso italiano, el fascismo allí se utilizó para reprimir a los movimientos obreros, dotando así al capitalismo de un autoritarismo imprescindible para el mantenimiento del régimen. En la actualidad, por el contrario, contamos con un capitalismo permisivo, liberal-progresista, que incluso puede autodenominarse antifascista. Es más, en nuestros días, el buen capitalista se declara orgullosamente antifascista.
—Pero, ¿por qué?
Porque el capitalismo necesita consumidores, necesita desregulación, no fascismo ni autoritarismo. Así que, en este sentido, el antifascismo, que en tiempos de Gramsci era refractario, hoy se convierte en una práctica para justificar la civilización del mercado. Además, qué queda de la locución fascismo, si en estos momentos lo es Xi Jinping, Putin e incluso Maduro. Los únicos antifascistas son los liberales, defensores acérrimos de la sociedad capitalista.
La identidad nacional subsiste a la forma-mercancía
Diego Fusaro
—También distingues en la obra identidades líquidas (LGTBIQ+; veganos vs. carnívoros, mujeres vs. hombres) de identidades tradicionales (patria, religión, familia). ¿Cómo diferenciamos aquellas identitdades prescindibles de las imprescindibles?
Una buena forma de distinguirlas es que algunas son defendidas y celebradas por el capitalismo, como las identidades LGBT, que son ampliamente valorizadas. En cambio, la lengua y las costumbres nacionales, lejos de ser celebradas, son perseguidas. Tenemos que preguntarnos por qué el capitalismo destruye la identidad tradicional y crea la suya propia. Sin andarme con rodeos: el motivo que subyace a esta tendencia es que, por ejemplo, la identidad nacional subsiste a la forma-mercancía.
Cuando no contamos con diferentes culturas nos adentramos en un proceso de homologación, lo que permite la permeación del individualismo y la mercantilización
Diego Fusaro
—¿Qué más da que se evapore la identidad nacional? A veces puede resultar regresiva…
Sí, por supuesto, las identidades pueden ser regresivas. Por ejemplo, la nación puede convertirse en nacionalista, del mismo modo que la religión puede convertirse en fanatismo. No obstante, este es un argumento contra el nacionalismo y el fanatismo, no contra la nación y la religión. Cuando no contamos con diferentes culturas nos adentramos en un proceso de homologación, lo que permite la permeación del individualismo y la mercantilización.
—De ahí su animadversión hacia los cosmopolitas.
Sobre el papel, el cosmopolitismo kantiano puede resultar una teoría seductora, pero en realidad todos sabemos que la historia trata de naciones, de pueblos, y no se puede deshacer la pluralidad cayendo en la ensoñación de la Torre de Babel: unir el mundo entero en una cultura, en una nación. En realidad, las naciones se matan unas a otras y, muy a menudo, este cosmopolitismo impone una única nación sobre las demás.
—¿Cuál es su fórmula, pues? ¿Volver a los Estados-nación?
Evidentemente, a nivel económico, un Estado tiene dificultades para competir. Sin embargo, también hay Estados que tienen capacidad de mercado por sí solos, como Japón. Los Estados-nación son el último dique de contención frente a las sociedades líquidas.
—Entonces, ¿es partidario de que abandonemos la Unión Europea?
Efectivamente, y auguro que el primer país en salir será Alemania. Ya ni la izquierda ni la derecha creen en el proyecto de moneda única europeísta. Sahra Wagenknecht es la contradicción del teorema.
Yo propongo lo contrario: ser conservador en cuanto a las costumbres y revolucionario en el plano económico
Diego Fusaro
—Ya puestos…¿qué opinión le merece Wagenknecht?
Tengo muy buena impresión de BSW (El partido Alianza Sahra Wagenknecht-Por la Razón y la Justicia). Quizá para los liberales-sionistas son parte del sistema a dominar. El tiempo dirá.
—¿Confías, como señalas en el libro, en la unión del socialismo con el tradicionalismo?
En nuestros días, el capitalismo es revolucionario en las costumbres y conservador en la economía. Yo propongo lo contrario: ser conservador en cuanto a las costumbres y revolucionario en el plano económico. Exactamente igual que Pasolini cuando afirmó, en clave socialista, que él era un hombre de tradición.
—Refundar la izquierda…
No, creo que debemos ir más allá de la derecha y la izquierda para fundar una visión, una concepción, tal vez incluso una fuerza política, que prime la lucha de los de abajo frente a los de arriba. Izquierda y derecha son, en nuestro tiempo, dos caras de una misma moneda.
—En España, este tipo de fuerza política se llama Unidas Podemos y también ha terminado abrazando la «lógica del capital».
Bueno, desde mi perspectiva, para unir a la gente, tenemos que volver a poner en el centro el tema del trabajo y el antiimperialismo. Estos dos temas son fundamentales hoy; derecha e izquierda, francamente, están alineadas en las mismas coordenadas.