Cuando uno realiza una búsqueda en Google con la palabra gueto una de las primeras entradas que aparecen es “Gueto de Varsovia”. La historia trágica de una de las monstruosidades más visibles del terror impuesto por el régimen nazi en el Este de Europa ha sido objeto de infinidad de documentales y trasladada con gran éxito incluso al mundo de ficción. En la “Enciclopedia del Holocausto” (“Holocaust Encyclopedia”) podemos leer que “en octubre de 1940, las autoridades alemanas decretaron el establecimiento del gueto… rodeado por un muro de 3 metros, culminando con alambre espinoso y altamente custodiado para impedir la comunicación entre el gueto y el resto de Varsovia. La población del gueto, incrementada por los judíos obligados a trasladarse allí desde poblaciones cercanas, se estimó por encima de 400.000 judíos. Las autoridades alemanas forzaron a los residentes del gueto a vivir en un área de 3,4 km cuadrados con una media de 7,2 personas por habitación”.
Gaza es una estrecha franja de 365 km2 situada en la costa del Mediterráneo oriental, aproximadamente 100 veces mayor que el Gueto de Varsovia, donde residía una población palestina estimada en 2,26 millones en 2023. La densidad de población era en ese momento una de las más elevadas del mundo (6.200 habitantes por km2) sólo superada por las ricas ciudades-estado de Mónaco y Singapur. Antes de los atentados terroristas perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, los gazatíes vivían sujetos a un régimen de apartheid, similar al resto de palestinos en Cisjordania y Jerusalén, muchos de ellos recluidos en campos de refugiados. Unos 17.000 afortunados disponían de permisos de trabajo para cruzar una frontera estrechamente vigilada y trabajar en Israel. La vida en Gaza no era ni mucho menos fácil, según la BBC, y “aunque casi dos tercios de la población se encontraban en situación de pobreza, de acuerdo con el Banco Mundial, y miles vivían en campos de refugiados, tenían hospitales, escuelas y tiendas”.
La excusa de Hamás
La situación en Gaza ha empeorado drásticamente desde que el gobierno de Netanyahu inició una guerra tras la horrible matanza perpetrada en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023. Esa madrugada, unos 1.200 miembros de las milicias de Hamás (Movimiento de Resistencia Islámico creado en 1987), a los que se sumaron efectivos de la Yihad Islámica Palestina y civiles, asesinaron a unos 1.100 civiles y 300 militares y reservistas, y tomaron rehenes a más de 200 israelíes. Para evitar cualquier malentendido, conviene dejar meridianamente claro que Hamás es una organización militar y política que rechaza la solución de los dos estados, cuenta según la CIA con un ejército de 25.000 soldados (otras fuentes elevan la cifra a 40.000) bien pertrechados y financiados por Irán y entidades privadas de otros países árabes, y ha ejercido un poder dictatorial controlando todos los aspectos de la vida social en la franja. Precisamente, la radicalidad de Hamás posibilitó a este grupo, inicialmente alentado por el gobierno de Israel para debilitar a la Autoridad Palestina en Gaza, obtener 74 de 132 diputados en las elecciones de 2006 y convertirse en la primera fuerza política.
Las cifras no dejan dudas sobre el verdadero carácter de las operaciones militares ordenadas por el gobierno de Netanyahu y ejecutadas por las fuerzas armadas de Israel: una auténtica campaña de exterminio. El gobierno justificó inicialmente la invasión de Gaza aduciendo la necesidad de desactivar las redes de túneles que posibilitaban a las unidades de Hamás desplazarse a cubierto, lanzar misiles contra enclaves en el sur de Israel y poner en riesgo la vida de sus ciudadanos. La muerte de familias enteras o los bombardeos de instalaciones sanitarias y centros de Naciones Unidas se han justificado aduciendo la presencia de militantes de Hamás allí ocultos, pero las pruebas brillan por su ausencia. Según el diario israelí Haaretz, El Ministerio de Sanidad cifraba en 59.733 el número de muertos a 26 de julio y un estudio independiente publicado en Nature elevaba la cifra a 84.000 fallecidos. Por primera vez desde el inicio de la invasión, dos organizaciones israelitas de derechos humanos (B’Tselem y Physicians for Human Rights) calificaban la situación en Gaza como genocidio.
Pocas personas aceptan ya que los continuos bombardeos de edificios de viviendas, instalaciones sanitarias y campos de refugiados, junto a las medidas extremas de bloqueo que impiden la entrada y distribución de provisiones indispensables para mantener con vida a una población famélica, estén justificados por la necesidad de desmantelar las milicias de Hamás. Que hasta un desalmado como el presidente Trump haya caído en la cuenta de que “los niños parecen estar muy hambrientos” en Gaza y haya pedido con la boca pequeña un cambio de política, da una idea de la magnitud de la barbarie padecida por cientos de miles de personas durante más de 660 jornadas de operaciones indiscriminadas del ejército israelí.
El gobierno de Netanyahu sólo ha aceptado algunas treguas por la imperiosa necesidad de intercambiar rehenes israelíes por prisioneros palestinos para desactivar las protestas de los familiares, pero sin intención alguna de sentarse a negociar un tratado de paz donde se reconozcan los derechos de los palestinos en Israel, Cisjordania y Gaza, la mayoría de ellos ahora confinados en auténticos guetos sin futuro. Un mapa publicado por el Council on Foreign Relations en mayo de 2024 muestra que la mayoría del territorio de Cisjordania se encuentra bajo control israelí y algunos de los enclaves teóricamente bajo control de las autoridades palestinas, como Gaza, están siendo sistemáticamente destruidos por el ejército de Israel y el gobierno de Netanyahu ya ha manifestado su intención de permanecer allí una vez concluida la fase actual de la guerra.
Preguntas inquietantes
Vistas las terribles consecuencias de la invasión de Gaza, uno no puede dejar de preguntarse cuantas decenas de miles más de ancianos, mujeres y niños está el gobierno de Netanyahu dispuesto a sacrificar en su cruzada sin final a la vista. Incluso más inquietante resulta plantearse si acaso el objetivo del gobierno de Netanyahu no es acabar con los terroristas sino destruir todas las viviendas e infraestructuras sociales que posibilitaban a los palestinos tener al menos “hospitales, escuelas y tiendas”. Nadie puede ya descartar que el gobierno israelí esté planeando confinar a perpetuidad a los supervivientes de la masacre en unos pocos guetos, perfectamente perimetrados, donde la entrada de alimentos y otros suministros indispensables estará controlada por el ejército israelí.
En una carta escrita en 1919, Hitler manifestaba sobre la tan entonces debatida “cuestión judía” que el “objetivo último es la extirpación completa de los judíos”. Sabido es que tras acceder a la Cancillería del Reich en 1933 no perdió tiempo alguno en ponerse manos a la obra. Los judíos perdieron casi todos sus derechos en Alemania y los países ocupados, fueron marcados y objeto de escarnio público, expropiados y confinados en guetos, y varios millones fueron ejecutados, murieron en campos de trabajo o cruelmente asesinados en campos de exterminio. En pocas palabras, la ideología nazi avalaba la privación de derechos, el asesinato gratuito y hasta el exterminio en masa del pueblo judío porque la ciudadanía debía restringirse a personas de “sangre aria” y los judíos, como los pueblos eslavos, constituían una raza inferior a la que los jerarcas nazis atribuían innumerables desgracias.
Cuando el gobierno de Netanyahu reduce a escombros bloques de viviendas y hospitales con la mera excusa de albergar a algún presunto terrorista, cuando obliga a los gazatíes a abandonar una vez sus hogares (más bien refugios) so riesgo de ser bombardeados, cuando tirotea a personas famélicas mientras corren desesperadas en busca de alimentos, sólo cabe concluir que el objetivo último de estas operaciones no es reforzar la seguridad de la frontera sur de Israel sino lograr la “extirpación completa” de los palestinos allí residente, como sucedió con los judíos en Alemania en los años 30 y 40 del siglo pasado. Por ello, Gaza puede considerarse ya hoy el nuevo gueto de Varsovia.
