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Un columnista del New York Times, declarado antitrumpista, escribía hace algunos días que los demócratas deberían dejar la cantinela de que Trump lo hace todo mal porque no es cierto y les deslegitima para las críticas merecidas.
Enumeraba éxitos insospechados para él, tanto en materia interna como internacional, después de unos primeros 100 días que calificaba de desastrosos. Evidentemente su análisis partía de la visión estadounidense de sus intereses, no de los nuestros. Por si alguien se ha olvidado, Trump es el presidente de americano y está llevando a la práctica su programa electoral, todo lo controvertido y criticable que se quiera, no como nuestro estimado presidente que lo incumple flagrantemente para mantenerse en el poder. Sin duda Trump es un presidente disruptivo. La cuestión es: ¿Puede seguir EE.UU la senda de decadencia sin intentar reaccionar? Los americanos al elegir a Trump decidieron que no. Al menos lo intentan con los riesgos que ello comporta.
Trump, para tratar de alcanzar sus objetivos, ha actuado en diversas direcciones:
1) Revocando las políticas woke. Volviendo al principio de la meritocracia en el acceso a las universidades y a puestos de trabajo en la administración, devolviendo el deporte femenino a las mujeres y frenando los procesos de transición de género de los menores.
2) Frenando la entrada de inmigrantes ilegales a través de una política de deportaciones que busca acabar con el efecto llamada y que , sin duda , ha cometido excesos con redadas masivas iniciales.
3) Reequilibrando la balanza comercial americana mediante su política de aranceles y frenando el gasto público en lo que considera superfluo o no coincidente con sus planteamientos ideológicos. Ello crea inestabilidad y, sin duda, perjudica a los países con balanza comercial favorable con EE.UU, como es el caso europeo.
4) Poniendo las bases para reindustrializar el país.
5) Impulsando la OTAN. Ha conseguido aumentar el gasto militar europeo, manifiestamente insuficientemente y desproporcionado en relación con el americano.
6) Consolidando su papel como mediador para terminar con los conflictos internacionales.
Lo ha hecho con una estrategia evidente: adoptando inicialmente medidas extremas, en sus primeros meses de mandato, los de mayor legitimidad, sabedor que con el paso del tiempo se irían moderando y, en algunos casos, diluyendo.
Trump es un personaje engreído, desagradable personalmente para muchos, entre los que me incluyo. Pero nadie le puede negar que ha afrontado con determinación sus objetivos. Y, como dicen ya muchos de sus detractores, a la espera de ver el resultado a medio plazo, está teniendo éxito en bastantes de sus políticas.
Francamente me gustaría ver en Europa unos políticos con su misma determinación, con objetivos claros para frenar la decadencia europea, económica y moral. No se trata de replicar sus políticas , pero si de ponerle pasión y no conformarse con el mero continuismo. No parece que vaya a ser así. Como decía Trump en Escocia, los líderes europeos son aficionados a mucha palabrería y pocos hechos. Continuismo en políticas fracasadas. Instituciones burocratizadas sin ningún afán de afrontar los problemas con determinación.
Sin duda la UE no es un Estado. Sus dirigentes carecen del poder y la legitimidad de un presidente elegido directamente por los ciudadanos. La toma de decisiones es compleja y lenta por los diferentes intereses y filiación política de los países que la componen. Pero si no hay cambios profundos y rápidos, la UE esta condenada a morir más o menos lentamente.
Criminalizar a Trump es fácil y rentable en términos de política interna. Entiendo que políticos y medios se dediquen sistemáticamente a hacerlo. Pero no estaría mal una mayor focalización de esfuerzos en repensar Europa, para evitar una decadencia que parece imparable y que lo será si no se actúa enérgicamente en los próximos años. La política en Europa necesita menos políticos profesionales incapaces de algo más que engordar la nómina de funcionarios y aplastar a los ciudadanos con más y más normativa. Son necesarios más dirigentes con experiencia en el sector privado capaces de diseñar e impulsar las reformas que se necesitan. El continuismo no es una opción.