La izquierda catalana está indignada. La policía autonómica, ‘la nostra’, ha utilizado esta semana el gas pimienta en las protestas por la masacre en Gaza. Y los grupos de ERC, Comuns y la CUP han corrido al registro del Parlament para presentar una petición conjunta de comparecencia de la consejera de Interior, Núria Parlon, y el director de los Mossos, Josep Lluís Trapero. Aunque lo cierto es que su indignación cada vez alcanza a menos gente.
Los hechos se remontan al miércoles, cuando los sindicatos, azuzados por los partidos antes mencionados, convocaron una huelga general para protestar por la situación de Palestina. Huelga general, sí, han leído bien. Esa medida extrema que los líderes de CCOO, UGT y otros sindicatos menores no han tenido a bien utilizar ante el incremento constante del IPC, los problemas de acceso a la vivienda o el atraco que suponen las nuevas cuotas de autonómicos.
De hecho, al secretario general de UGT, Pepe Álvarez, le parece fenomenal que un trabajador autónomo que gana 1.300 euros al mes no llegue ni a mileurista con la tabla de cuotas presentada esta semana por el Gobierno. Según él, los autónomos ganan mucho dinero y tienen que pagar más. Ni siquiera Sumar ha apoyado la impresentable propuesta de la ministra Elma Saiz. La UGT sí.
Esos mismos sindicatos que tragan con esta y cualquier otra propuesta del Gobierno, y que nada tienen que ver con los que en su día le montaron una huelga general al mismísimo Felipe González, son los que han convocado un paro nacional esta semana, a pesar de que dos días antes se firmaba el alto el fuego en Gaza, intercambio de rehenes incluidos.
El resultado fue el esperable. Un seguimiento prácticamente nulo, y desde luego circunscrito exclusivamente a la administración pública. En la educación, sector proclive donde los haya a los paros de protesta, el seguimiento fue del 0,33% para el conjunto de los trabajadores de la Conselleria, elevándose a un apoteósico 3,2% en los centros educativos. En el resto de España las cifras no fueron mejores.
Eso sí, algunas de las manifestaciones fueron masivas, como las 15.000 personas que salieron a la calle en Barcelona. La mayoría, con buena fe y ganas de expresar su indignación por las imágenes infames que llevan viendo durante dos años en los informativos y redes sociales. Niños muriendo de hambre. Niños amputados. Niños huérfanos. Tremendo dolor.
El problema, como siempre, está en los violentos infiltrados entre esos millares de personas. No es difícil identificarlos. Sudadera negra con la capucha puesta o el pañuelo palestino tapándoles la cara en vez de cubrir los hombros.
A los 15 minutos de iniciarse la marcha ya habían vandalizado una hamburguesería de una multinacional norteamericana. Después llegarían las barricadas y los contenedores incendiados en la calle Tarragona y la sentada para impedir el paso a los autocares de un equipo de baloncesto israelí, el Hapoel de Jerusalem. Fue en ese punto donde los Mossos utilizaron el gas pimienta para disolver el plante.
Pese a ello el “mambo” siguió por el Ensanche hasta que la protesta llegó frente al Consulado de Israel, blindado por la policía autonómica. Lo que no impidió el lanzamiento de bengalas contra la sede diplomática y nuevos enfrentamientos con la policía.
La noche se cerró en Barcelona, con 15 detenidos, 11 de ellos menores de edad, y brutales enfrentamientos entre los manifestantes y la policía.
Visto lo visto, y con recuerdo todavía fresco de lo vivido en los años del procés, no parece desencaminada la propuesta que comparten esta semana el líder del PP en Barcelona, Daniel Sirera, y su antecesor y ahora líder de la asociación Barcino 5G, Alberto Fernández. A saber, prohibir el uso de capuchas, pañuelos y cualquier otro elemento que impidan la identificación de las personas que participan en protestas, grandes eventos deportivos o culturales y, en general, en cualquier espacio masificado.
Porque lo cierto es que importa poco si el motivo es la independencia, Gaza, un Barça-Madrid o una huelga de las de verdad. Todos sabemos por qué van tapados los que van tapados, y qué harán a continuación.