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Dime con quién te juntas…

Ignacio Garriga y Santiago Abascal en Barcelona (Vox).

Una de las acusaciones a las que el presidente del Gobierno recurre una y otra vez para defender sus políticas progresistas y despachar a sus adversarios políticos con descalificaciones gruesas son las alianzas de gobierno entre el PP y VOX en algunas Comunidades Autónomas, olvidando quizá que son los dos partidos con mayor representación en el Congreso después del propio PSOE, si dejamos en el olvido que el grupo parlamentario socialista está por dos partidos distintos, PSOE y PSC, con agendas políticas muy diferenciadas. Más allá de las anécdotas de la ruptura ocasional de la disciplina de voto en el Congreso, la diferencia esencial entre ambos partidos -querría pensar que existe todavía alguna- reside en que el PSC ha llevado el derecho a decidir en sus programas electorales, jamás exhibe la bandera nacional y sus líderes han manifestado en numerosas ocasiones su disposición a realizar un referéndum en Cataluña, no se sabe muy bien si para sellar la unión con el resto de España o para cortar amarras.

Me gustaría aclarar de entrada que mi única relación con VOX es haber aceptado presentar a Alejo Vidal Cuadras en el Hotel Atenea el 20 de febrero de 2014. Recibí una llamada del entonces líder de VOX, a quien no conocía personalmente, unos días antes para pedirme que presentara al entonces candidato de VOX al Parlamento Europeo en el primer acto público de la formación verde. Como recoge el artículo de Crónica Global de aquel día, juzgaba ya entonces crítica la situación que se vivía Cataluña y toda España y advertía que era posible que se produjera «una declaración unilateral de independencia en el Parlamento autonómico”, lo que sumado a una movilización en las calles por parte de entidades como la Asamblea Nacional Catalana y Ómnium Cultural podría abocar a una situación de inestabilidad política que llevara a la UE a pedir al Gobierno español que negociara con los sediciosos. No estuve muy desacertado en mi pronóstico, salvo porque resultó innecesaria la intervención de la UE.

Sánchez y sus ministros indultaron a los condenados y ahora, gracias a los ‘progresistas’ acuerdos del Gobierno con ERC, han dejado de ser sediciosos

Felizmente, todo quedó en un golpe fallido: el Gobierno de España destituyó al Gobierno de la Generalidad y disolvió el Parlamento de Cataluña, el presidente de la Generalidad salió a calzón quitado de España rumbo a Waterloo, y los cabecillas del golpe de Estado que no se fugaron con Puigdemont fueron juzgados y sentenciados por el Tribunal Supremo. Sánchez y sus ministros indultaron a los condenados, y ahora gracias a los ‘progresistas’ acuerdos del Gobierno con ERC han dejado incluso de ser sediciosos. Eso sí, no pierden ocasión de anunciar a bombo y platillo que volverán a hacerlo, la última vez en la reciente cumbre de España y Francia en Barcelona. Lo que Sánchez y los golpistas no pueden borrar es que, como advertí en febrero de 2014, el Parlamento de Cataluña proclamó la independencia el 27 de octubre de 2017.

Aunque jamás he sido militante de VOX y desconozco en gran medida su proyecto político, no comparto las simplificaciones y recetas que a veces escucho en boca de sus líderes. Pero no me arrepiento de haber participado en aquel acto en Barcelona en 2014, ni dejaré de agradecer la presencia de algunos de sus líderes en ciernes en las convocatorias del 12 de octubre en la Plaza de Cataluña en años muy duros, cuando el poder de convocatoria de las diversas asociaciones constitucionalistas comprometidas en organizarlas era escaso, los medios con que contábamos ínfimos, el compromiso de los partidos políticos liviano o nulo, y alguna asociación pretendidamente constitucionalista incluso las boicoteaba. Nada que reprocharles a algunos de los actuales líderes de VOX por el compromiso que mostraron con quienes de derechas o izquierdas considerábamos entonces y seguimos considerando ahora que la Constitución de 1978 garantiza la convivencia en libertad e igualdad entre todos los ciudadanos españoles.

Me asombra sobremanera que alguien pueda escandalizarse porque los líderes de otros partidos puedan fotografiarse con los líderes de Vox

Y menciono estos hechos porque a diferencia de los líderes de ERC y EH-Bildu, cuyo objetivo declarado es acabar con el marco constitucional y proclamar repúblicas en Cataluña y El País Vasco, nunca he escuchado a los líderes de VOX, ya sea en su papel de segundo partido de la oposición en el Congreso, o en el de miembros del gobierno en una Comunidad Autónoma, jactarse de incumplir la Constitución y las sentencias de los Tribunales.  Me asombra sobremanera que alguien pueda escandalizarse porque los líderes de otros partidos puedan reunirse o fotografiarse con los líderes de VOX, o porque puedan acordar un programa de gobierno con ellos, sin inmutarse cuando el Gobierno pacta con ERC la concesión de indultos a los golpistas y la reforma del Código Penal para rebajarles las penas, y acuerda con EH-Bildu, heredera del brazo político de ETA, la derogación de la reforma laboral o la salida de la Guardia Civil de Navarra. A mí, me daría mucha más vergüenza reunirme con Aragonés, Rufián u Otegui, por citar unos pocos líderes con los que Sánchez, sus ministros o líderes del PSOE-PSC se han reunido y pactado indultos y reformas del Código Penal y otras minucias con tal de mantenerse en La Moncloa.

Pero para no ir tan lejos: me produce mucha más vergüenza, como ciudadano español, el gobierno de coalición urdido entre el PSOE-PSC y las formaciones incluidas en Unidas Podemos –mantenido a flote gracias a los apoyos parlamentarios de ERC, PNV y EH-Bildu-, que cualquier gobierno hipotético del que pudiera formar parte VOX. Y me asombra que tantos medios de comunicación identifiquen continuamente a VOX con la peligrosa ultraderecha y asimilen a su líder Abascal con un consumado fascista, y no se refieran, en justa contrapartida, a Unidas Podemos como una formación de ultraizquierda con vocación totalitaria y a sus líderes como peligrosos izquierdistas y comunistas. Si tuviera que decidir qué partido está más próximo a una concepción autoritaria o incluso totalitaria del Estado y muestra más desapego al imperio de la Ley, afirmaría sin dudarlo que Unidas Podemos y sus líderes, una organización política de izquierda reaccionaria en palabras del exvicepresidente Guerra, están mucho más cerca de ese modelo autoritario o totalitario que VOX y sus líderes.

A Sánchez no le temblaron las manos cuando accedió, a instancias de ERC, a someter el Código Penal a una operación quirúrgica para eliminar la sedición

A cuenta de su última comparecencia en el Congreso el 24 de enero, La Vanguardia abría su crónica de lo ocurrido en el Pleno con el siguiente titular: “Sánchez acusa a Feijoo de ‘temblarle las piernas’ ante la ultraderecha de VOX”. A él desde luego no le temblaron las piernas cuando apenas terminado el recuento de las elecciones generales en noviembre de 2019 se fundió en un abrazo infame con Iglesias, líder de Podemos en aquel momento, para poner en marcha un gobierno de coalición, sin importarle haber engañado a todos quienes le habían votado confiando en que cumpliría las promesas hechas durante la campaña electoral: nunca pactaré con Podemos ni contaré con el apoyo de EH-Bildu para gobernar.

Ni tampoco le temblaron las manos al presidente Sánchez ante Aragonés y Rufián, cuando su Gobierno procedió a indultar a los líderes golpistas, contraviniendo el dictamen razonado del Tribunal Supremo que desestimaba las razones invocadas para respaldar la extinción total o parcial de la pena impuesta cuando “se presentan como presos políticos quienes han sido autores de una movilización encaminada a subvertir unilateralmente el orden constitucional, a voltear el funcionamiento ordinario de las instituciones y, en fin, a imponer la propia conciencia frente a las convicciones del resto de sus conciudadanos”. Ni le temblaron las manos cuando accedió, a instancias de ERC, a someter el Código Penal a una operación quirúrgica para eliminar el delito de sedición y rebajar las penas por malversación. Y a esa firmeza vergonzante algunos se atreven a calificarla de progresismo político: nunca debiera considerarse progresista indultar a golpistas confesos ni pactar con los herederos de ETA. Ojalá así lo entienda la mayoría de los españoles.

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