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El infantilismo político del independentismo

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en el pleno del Parlament sobre la monarquía/ Europa Press

Así como un niño puede asustarse ante unos fuegos artificiales y creeer que se trata de un bombardeo, la pirotecnia política tiene efectos en el ánimo de la ciudadanía si no se la desenmascara a tiempo.

Josep Martí Blanch, que fue secretario de comunicación del gobierno catalán en tiempos de Àrtur Mas, parece dispuesto últimamente a condenar la demagogia independentista. Así lo hace en este artículo publicado en El Periódico, «Eyaculación precoz parlamentaria«, en el que trata también del improvisado pleno para debatir sobre la «crisis de la monarquía».

«Para el mantenimiento del conflicto político entre Cataluña y España la evaporación de Juan Carlos I es combustible de primera calidad» y «permite afianzar la narrativa principal que sirve de nutriente a la resiliencia independentista y que no es otra que una impugnación general del “régimen corrupto del 78”. 

Notemos de pasada que si se llegó a la proclamación de la independencia fue principalmente porque Cataluña, nos decían, tiene méritos y capacidades suficientes para convertirse en un nuevo Estado dentro de la Comunidad Europea. Ahora, en cambio, prevalece la idea que el Estado español está en crisis, y que ya no es una democracia sino un régimen continuador del franquismo. Los cuentos de la lechera sobre lo ricos que seríamos si no fuera por el expolio fiscal dejan paso a un inventario de actos de represión y episodios de corrupción.

Sigue Martí Blanch: «Esto permite [a los líderes independentistas] plantear sus batallas políticas sobre la base de un silogismo que asimila el independentismo a la renovación democrática y el constitucionalismo a la decadencia propia de un régimen corrupto en el que, ya puestos, se incluyen los diferentes sumarios de corrupción del caso 3% que afecta a los antiguos convergentes y que también son atribuibles al “régimen del 78” en el que estos vivían confortablemente instalados, según reza la biblia oficial del independentismo». 

Concluye diciendo que «las elecciones son el reino de las emociones y Juan Carlos I las ha avivado, y no precisamente en la dirección más oportuna para los intereses del estado». No tendría que ser así, cuando prevalecen las emociones a la hora de elegir a representantes políticos, en lugar de una fría reflexión sobre intereses, es que se ha impuesto la demagogia.

«La suerte para el estado sigue siendo la incapacidad y el infantilismo político que acompaña al independentismo en estos momentos, como acreditó el pleno sobre el rey. Se conforman con el encendido de bengalas para niños cuando los astros están mejor alineados que nunca para la acción política transformadora en el largo plazo. Pero esas son aburridas cosas de mayores, claro.» 

Habría que saber qué entiende Martí Blanch por «acción política transformadora», pero bien es cierto que en estos tiempos el independentismo, y a remolque suyo el Parlamento, donde tienen una precaria mayoría, prosigue su campaña encendiendo «bengalas para niños».

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