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Váyase, sr. Sánchez, a Waterloo

Los presidentes Pedro Sánchez y Pere Aragonés a las puertas de la Moncloa (Govern).

Hacía mucho tiempo que un político no me inspiraba tanto desprecio moral e intelectual como el actual presidente del gobierno y secretario general del PSOE. No exagero al confesarles que tendría que remontarme a los estertores de la dictadura -años a la espera de que el dictador falleciera un día y se abriera una etapa tan incierta como esperanzadora-, para encontrarme en una actitud emocional similar a la de ahora. Ninguna persona con dos dedos de frente esperaba entonces que aquella incertidumbre pudiera resolverse con tanta cordura, un atributo tan caro entre nosotros, en apenas tres años. Quienes hoy desprecian lo conseguido y buscan reabrir heridas y revivir el frentismo merecen el desprecio de quienes sabemos lo difícil que resultó la tarea.

Legalizar los partidos políticos, convocar elecciones a Cortes, iniciar un proceso constituyente, y acordar una constitución no sólo no fue una empresa sencilla sino un éxito que asombró a los propios españoles y al mundo entero. Nunca ponderaremos lo suficiente el esfuerzo y las renuncias de nuestros políticos en aquel momento histórico para buscar puntos de encuentro y dejar atrás las dos Españas, renunciando a imponer por la fuerza sus puntos de vista. Ahí estuvieron los más avispados herederos del régimen franquista, junto a algunas viejas glorias comunistas con raíces en la II República, los socialistas renovados nadando entre dos aguas sin saber bien todavía qué querían ser de mayores, y la banda terrorista ETA a los suyo, tratando de dinamitar los esfuerzos de todos ellos.

Nunca ponderaremos lo suficiente el esfuerzo y las renuncias de nuestros políticos en aquel momento histórico para buscar puntos de encuentro

En una entrevista muy comentada, el historiador Juan Pablo Fusi declaraba sentir lo que está ocurriendo hoy en España como la derrota de su generación. Entiendo perfectamente el alcance del diagnóstico, aunque considero que tal reconocimiento puede resultar equívoco y hasta me atrevería a decir algo desacertado. Equívoco porque su generación, lejos de fracasar, sentó las bases del período más prolongado de convivencia, conjugando libertad, paz y prosperidad, de nuestra historia contemporánea. Nada tiene esa generación que reprocharse. Y hasta algo desacertado por achacar a su generación el daño a la convivencia ocasionado por algunos políticos de otra generación posterior, bastantes más inconscientes y desaprensivos. La culpa de que algunos políticos como Sánchez hayan apostado por azuzar una vez más el nefasto frentismo, por levantar muros para excluir de la política a partidos constitucionalistas y por elegir como socios prioritarios de su gobierno a partidos que rechazan la igualdad y la división de poderes, es responsabilidad suya y de quienes le han votado.

Levantar el edificio constitucional que nos ha cobijado durante los últimos cuarenta y cinco años exigió sacrificios de varias generaciones, décadas, por no decir siglos, y sobreponerse a varios fracasos estrepitosos y guerras civiles. Destruirlo como está haciendo Sánchez con su tropel de patanes y negociadores es cosa de pocos años. Y ya lleva cinco en el cargo. Si un día vimos un peligro serio en la alianza del PSOE de Sánchez con Iglesias y Unidas Podemos, los radicales que le quitaban el sueño a Sánchez antes de las elecciones del 10 de noviembre de 2019, ahora tenemos ya la certeza de que el principal peligro para nuestra democracia no son las lideresas ‘podemitas’ a las que Sánchez y la paloma comunista han apartado del gobierno y humillado, ni siquiera lo son el prófugo de Waterloo y los rufianes de ERC asidos al gobierno de la Generalidad como sanguijuelas, sino el propio PSOE de Sánchez dispuesto a pasar por la trituradora la igualdad de los españoles y la división de poderes por no se sabe muy bien qué motivos.

Destruirlo como está haciendo Sánchez con su tropel de patanes y negociadores es cosa de pocos años

Digo no saber muy bien cuáles son los motivos de las concesiones hechas a los avalistas de Junts y ERC porque en buena lógica resultaban innecesarias. A Sánchez, contra lo que a veces se dice o se da por sentado, no lo tienen cogido por el cuello los secesionistas, sino más bien al contrario. La posibilidad de no investirlo y quedar abocados a nuevas elecciones suponía para ambos partidos quedar al albur de las corrientes en medio del océano tras naufragar de forma estrepitosa en las elecciones el pasado 23-J. Tanto para el prófugo de Waterloo, en situación desesperada a la espera de que el Tribunal de Justicia UE confirme la pérdida de su inmunidad como europarlamentario, acordada por la Eurocámara y ratificada por el Tribunal General de la UE, como para Aragonés, gobernando en minoría con el respaldo de 33 los diputados de ERC de los 135 que conforman el Parlamento de Cataluña, la continuidad de Sánchez al frente del gobierno de España era su única esperanza de sobrevivir y coger aire tras el descalabro del 23-J. 

Pero un Sánchez atemorizado, no contento con echarles el flotador de la amnistía, les ha mandado un par de zodiac pilotadas por Bolaños y Cerdán para seguir negociando en alta mar su rehabilitación, aviniéndose incluso a hacerlo con mediadores extranjeros de por medio. Pronto enviará un destructor de la armada para recoger al prófugo y desembarcarlo con honores de jefe de la república catalana en el puerto de Barcelona. Resulta tan insólito y disparatado todo lo que está haciendo este gobierno que a Sánchez sólo se le ha ocurrido comparar sus negociaciones con Junts y ERC con las que mantuvieron los emisarios del presidente Aznar con dirigentes de la banda ETA en Suiza. La cuestión relevante desde un punto de vista político no es si Aznar envió a unos representantes para reunirse con miembros de la banda terrorista con el propósito de explorar la posibilidad de acabar son sus asesinatos y matanzas, como tampoco lo es que Bolaños, Cerdán o el propio Sánchez se reúnan con el indultado Junqueras en Barcelona y con el prófugo en Bruselas o Ginebra, sino cuál es el contenido de los acuerdos alcanzados con unos y otros.

Un Sánchez atemorizado, no contento con echarles el flotador de la amnistía, les ha mandado un par de zodiac pilotadas por Bolaños y Cerdán

¿Amnistió Aznar a los terroristas? ¿Se avino a deslegitimar las acciones emprendidas por los gobiernos anteriores, las fuerzas y los cuerpos de seguridad del Estado y el sistema judicial para ilegalizar el brazo político de ETA, capturar y juzgar a los terroristas apresados? ¿Aceptó el “pacto por la convivencia” propuesto por el lehendakari Ibatrretxe que configuraba al País Vasco como un Estado independiente asociado libremente con España? ¿Accedió a realizar una consulta de autodeterminación a cambio de que ETA dejara de asesinar? No, Aznar no hizo nada de eso, señor Sánchez. Se ha recalcado una y otra vez durante las últimas semanas la diferencia esencial que existe entre indultar y amnistiar, entre acordar una medida de gracia para recortar las penas impuestas a los condenados por los delitos cometidos, y deslegitimar el Estado de derecho reconociendo que los delitos por los que unos fueron condenados y otros perseguidos nunca existieron. Indultarlos, como señaló el expresidente González, es perdonar a los delincuentes, amnistiarlos es pedirles perdón.

Y la pregunta que tantos ciudadanos nos hacemos es por qué Sánchez pide perdón a los secesionistas. ¿Por declarar el Tribunal Constitucional inconstitucionales las leyes de desconexión aprobadas en el Parlamento de Cataluña en septiembre de 2017? ¿Por haber cumplido las fuerzas y los cuerpos de seguridad del Estado la orden judicial de retirar las urnas colocadas para realizar una consulta ilegal el 1 de octubre? ¿Por haber destituido al gobierno en rebeldía y disuelto el Parlamento de Cataluña tras aprobar el 27 de octubre una resolución que declaraba constituida la república catalana como estado independiente e instaba al gobierno de la Generalidad a implementar las leyes de desconexión? ¿Por la impecable instrucción judicial realizada por el juez Llarena y la fiscalía del Estado contra los líderes secesionistas? ¿Por el juicio televisado y las condenas impuestas por el Tribunal Supremo a algunos de los cabecillas del golpe de estado fallido?

El presidente del Gobierno debería haber hecho una defensa cerrada de las actuaciones desplegadas por los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial

A los ciudadanos nos gustaría saber por cuál de estas cosas Sánchez está pidiendo perdón a los secesionistas. Para encubrir los vergonzosos acuerdos firmados con Junts y ERC, culminados con la presentación de la proposición de ley de amnistía en el Congreso dos días antes de la sesión de investidura, así como las turbias negociaciones en que ha embarcado a sus emisarios para seguir implementando lo acordado, el presidente se escuda en la pretendida politización de la justicia española. Cubriendo la realidad con palabras vacías pretende hacernos olvidar que el detonante de la aplicación del artículo 155 de la Constitución no fueron la intransigencia del gobierno de España ni la supuesta politización de la justicia española, sino el incumplimiento reiterado de la legalidad y el desacato continuado de las decisiones judiciales por parte del gobierno de la Generalidad y del Parlamento de Cataluña. 

En lugar de aceptar las exigencias de los secesionistas y premiarlos con una indecente amnistía, un hecho insólito en cualquier democracia asentada, el presidente del gobierno debería haber hecho una defensa cerrada de las actuaciones desplegadas por los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial desde 2012 para frenar el proceso de secesión en Cataluña, evitado indultar a los líderes secesionistas condenados por el TS en ausencia de arrepentimiento, y cumplido la promesa hecha por el propio Sánchez a los españoles de traer al prófugo a España para que rindiera cuentas ante la justicia española. Las explicaciones dadas por Sánchez tras las elecciones para justificar la amnistía a los secesionistas tienen el mismo valor que sus promesas electorales antes del 23-J o el 10-N, nada. Y quizá por ello somos cada vez más los ciudadanos deseosos de decirle váyase, señor Sánchez, y sugerirle incluso un destino, Waterloo, donde pronto quedará una villa libre.

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