León XIV. Ese es el nombre que Robert Prevost, de 69 años, se ha impuesto como Papa. Nacido en Chicago y de tradición agustiniana -preponderancia de la humildad, el diálogo y la razón como virtudes- es el primer pontífice estadounidense. En un clima de polarización y extrema politización de la vida pública, muchos se preguntan de que pie calza el estrenado Papa. ¿Estamos ante un desacomplejado progresista, en la línea de su predecesor, o cuenta ahora la Iglesia con un líder de inequívocas convicciones conservadoras?
Su nombre nos da ya bastantes pistas. León XIII es un referente eclesiástico en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y por la «justicia social«; padre de la Doctrina Social de la Iglesia. Por otro lado, su experiencia en Perú lo reivindica en esa cruzada contra la miseria, habiendo sido el eje principal de su acticvidad hasta la fecha. Su discurso inaugural es también una declaración de intenciones; paz, unidad y misericordia. Acuerdo y templanza.
¿Que nos dice entonces todo esto? Su apoyo a la sinodalidad y el diálogo interreligioso sugiere una continuidad reformista. Pero no, NO ES un apéndice de su predecesor.
A diferencia del estilo espontáneo de Francisco, León XIV es un diplomático; estructurado. Discreto y formado en Derecho Canónico. En temas controvertidos, como las bendiciones a parejas del mismo sexo, parece mantener la apertura de Fiducia Supplicans -bendición sin dar apoyo explícito a la unión-, pero con menor énfasis para evitar polarización. Está ahí y se respeta, pero no se hace proselitismo al respecto. Es un mediador, un punto central en una Iglesia dividida y un mundo en crisis.
León XIV es, en resumen, un Papa más al uso. Un pontífice menos político que, dentro de su aperturismo, rehuye etiquetas más propias del eje político que de la doctrina de la fe. Fiel a la doctrina, centrado en la pobreza, estamos ante un centrista pastoral que busca -porque debe- unir a la Iglesia con humildad. Un solo corazón y una sola alma, así reza el lema de los agustinianos.
