Primer paso para la anexión. El Gabinete de Seguridad de Israel ha aprobado este mismo viernes el plan de Netanyahu para ocupar la Ciudad de Gaza; una de las decisiones militares más significativas desde el inicio de la ofensiva militar. ¿La narrativa oficial? Desarmar definitivamente a Hamás, garantizar la devolución de los rehenes, desmilitarizar la Franja y establecer una administración civil dependiente de la autoridad judía.
La operación se plantea como sigue: el despliegue total de las Fuerzas de Defensa de Israel para tomar el control de Gaza, con el traslado forzoso de hasta un millón de civiles hacia «áreas seguras”. Netanyahu es claro: Israel no pretende gobernar Gaza de forma permanente, sino establecer un perímetro de seguridad antes de transferir el control a fuerzas árabes no especificadas.
Hay desavenencias internas. Altos mandos militares advierten con cierta preocupación sobre los riesgos de una ocupación prolongada, entre ellos el peligro para los rehenes, una posible insurgencia armada y la pesada carga humanitaria que recaería sobre el Estado de Israel, responsable directo de todas esas vidas. El líder de la oposición califica el plan de «desastre”, asegurando que comprometerá la seguridad a largo plazo y dañará la posición internacional del país.
La ONU tampoco está demasiado excitada. Se han elevado dudas sobre el impacto de la ofensiva en la población civil, que «ya enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes tras meses de bombardeos», cortes de suministros y desplazamientos masivos.
Netanyahu ha reiterado que el objetivo es “garantizar la seguridad de Israel y evitar que Gaza vuelva a ser una base de terrorismo”. Las voces disonantes discrepan y alertan de que la operación podría abrir, a su parecer, una etapa aún más convulsa y prolongada.
