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Huir de la peste

Un profesional sanitario realizando un test.

Antes de la era del móvil, los niños en la hora del recreo jugaban; no siempre al balompié. Había otros, como el juego de la peste, o de la tiña. Es un revoloteo de rapaces, dentro de un área de límites imaginarios; uno de ellos hace de apestado; tiene que tocar a cualquiera de los otros, que corren despavoridos; hay puntos seguros, tal vez una valla o un árbol, donde poder refugiarse para evitar el contacto; cuando el apestado consigue tocar a alguien, éste pasa a ser el nuevo apestado y el otro se reincorpora al grupo. Es un juego que dice bastante de la presencia de epidemias en la historia de la humanidad, y algo de la capacidad de los niños de convertir cualquier desgracia en un juego.

Es fácil sucumbir a la tentación del adanismo: creer que lo que a uno le pasa no le ha sucedido nunca antes a nadie. Desgraciadamente, sí, siempre ha habido epidemias, y nunca se inventará la vacuna que nos inmunice contra todas las que puedan venir. Nos gustaría decir a nuestros hijos que esto es una anomalía disparatada que vamos a superar enseguida. Tal vez no vuelvan a vivir otra como ésta, o tal vez unas cuantas; nadie les puede garantizar el futuro.

Cuando apareció el sida, Manuel Vicent escribió un artículo en que imaginaba una conjura de los seres vivos del planeta, que encargaban al más pequeño de ellos, un virus, la misión de liquidar al más nocivo todos, el hombre. La idea que la naturaleza globalmente considerada es una entidad capaz de tomar decisiones es apasionante desde el punto de vista literario, como los viajes en el tiempo o los alienígenas constructores de pirámides, pero seria una locura vivir creyendo en ello.

No parece que, en cuanto a previsión y estrategia, la clase política catalana brille con luz propia en medio de Europa

Desde el primer momento de esta pandemia se oyen voces que aspiran a arrimar la ascua a su sardina, enumerando grandes culpas colectivas y planeando drásticos cambios en nuestro ordenamiento. Pero las medidas que están al alcance de nuestros gobiernos, salvo en cuestiones estrictamente sanitarias, poco pueden hacer para evitarnos una pandemia. Aunque nos hayan ocupado mucho tiempo, ni cambiar un régimen monárquico por uno republicano, ni la difusión de la ideología de género, ni el destino del Valle de los Caídos son relevantes en este tema. Tampoco una hipotética secesión nos habría ahorrado sufrimientos -aunque algunos ya lo estén diciendo: «Només la independència salva vides» -, pues no parece que, en cuanto a previsión y estrategia, la clase política catalana brille con luz propia en medio de Europa.

En cambio, sí está al alcance de nuestros gobiernos tomar las decisiones correctas para paliar las consecuencias económicas y sociales de esta temporada tan mala en todos los aspectos. Pero ya se sabe que los gobiernos siempre pueden agravar un problema existente con soluciones disparatadas, más cuando el estado de ánimo de la población es frágil y está predispuesto a ser seducido por falsas seguridades. Precisamente, el sábado pasado Felipe González advertía: «El interés general nos obliga a combatir la pandemia para preservar la salud de los ciudadanos, con todos los medios disponibles, públicos y privados, como prioridad absoluta; y ese mismo interés general nos obliga a defender nuestro aparato productivo sin escatimar esfuerzos, para mantener el empleo y la recuperación de la actividad plena de nuestras empresas lo antes posible. No habrá empleo sin empleadores, ni las empresas privadas podrán ser sustituidas por la tentación estatalizadora que nos conduciría al fracaso».

Esa tentación estatalizadora sería un error en cualquier caso y en cualquier momento, pero en momentos difíciles amenaza con aparecer como el remedio inevitable. La cabra siempre tira al monte, y un gobierno socialcomunista aprovechará cualquier ocasión de reducir las libertades. No es un buen presagio que las Cortes estén cerradas. En el mismo artículo, Felipe González hace este reproche: «El pluralismo político está representado en el Parlamento y no tiene ningún sentido que esté paralizado. La misma sociedad que pide a los estudiantes que sigan sus clases en el aislamiento y a los empleados que trabajen desde casa, no puede entender que no se haga lo mismo con el funcionamiento telemático del Parlamento, que, con pocas limitaciones, podría estar cumpliendo plenamente sus funciones de debate, control del Ejecutivo y desarrollo legislativo».

La cabra siempre tira al monte, y un gobierno socialcomunista aprovechará cualquier ocasión de reducir las libertades

La capacidad humana de aprender de los propios errores es indudable, en los individuos; pero también es limitada, en el conjunto de la sociedad. Si salimos de ésta, y está por ver, no habremos cambiado demasiado. La tentación de unos será aprovechar la ocasión para dar otra vuelta de tuerca ascendente a los impuestos; la de otros, para blindarse como gobierno dentro del gobierno y vender su revolución de las costumbres; la de algunos otros, para seguir proponiendo la independencia hacedora de milagros; la de la oposición, esperar a que se la peguen gracias al descontento generado. Mientras tanto, la gente canta «Resistiré, para seguir viviendo | Soportaré los golpes y jamás me rendir酻 No sería justo, ni necesario, hacerle soportar ruinosas subidas de impuestos, ni, de nuevo, la cargante política politiquera en la que nos ofuscamos desde hace años.

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