El descalabro secesionista podría ser un fenómeno de alcance internacional. En las elecciones anticipadas al Parlamento escocés, celebradas en la circunscripción de Hamilton, Larkhall and Stonehouse, los laboristas superaron al Partido Nacional Escocés (SNP).
El resultado fue muy ajustado: el 31,6 % del voto fue para los laboristas y el 29,4 % para el independentismo escocés. Sin embargo, a tan solo once meses de las elecciones escocesas, los de Keir Starmer han arrebatado un escaño que, desde su creación en 2011, siempre había estado en manos del SNP.
Presunta corrupción y falta de liderazgo
Desde que la ensoñación secesionista fue dinamitada en las urnas, los independentistas escoceses no han hecho otra cosa que perder representación. Tres líderes y un presunto caso de corrupción en apenas dos años parecen ser los responsables de este desplome electoral.
A la retirada de Alex Salmond, tras su fracaso en el referéndum de independencia de 2014, se sumó la forzosa dimisión de Nicola Sturgeon, después de que se abriera una investigación contra el entonces director ejecutivo del partido, Peter Murrell, su marido. Según apunta, presuntamente, la investigación, Murrell habría desviado alrededor de 700.000 euros en donaciones, fondos que habrían desaparecido de las cuentas de los nacionalistas escoceses. Un contexto prácticamente idéntico al que se vive en Cataluña.
Amenaza Farage
No obstante, el laborismo no puede confiarse: el crecimiento de Reform UK, el partido capitaneado por Nigel Farage, supone una amenaza potencial para los partidos tradicionales que, si bien se han alternado en el poder, han generado una desafección sin precedentes en el Reino Unido.
