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París, 1885: sobre ‘El baile de las locas’, de Victoria Mas (Salamandra, 2021).

Portada de 'El baile de las locas', de Victoria Mas.

1885 es, en Francia, el año de la muerte de Víctor Hugo, día por cierto en que la Asamblea Nacional levantó la sesión en señal no ya de duelo sino de consternación: así de importante era el escritor y así de intensa era la vivencia del país con la cultura. Al lado de eso, que asimismo en 1885, a causa de los incidentes con los chinos en Tonkín, cayera el Gobierno de Jules Ferry -sí, el gran “laicizador” de la enseñanza- resulta quizá menos relevante, aunque tampoco faltará quien piense que lo uno -la reverencia ante la literatura- y lo otro -la secularización, diríamos hoy, de la enseñanza- son en el fondo la misma cosa.

Momento y lugar de profundos cambios, sí señor. Cambios en la vida real (en la economía y, en el fondo de todo, en la tecnología: con hablar de industrialización y de urbanización está todo dicho) y también, y de manera inevitable y casi automática, en las mentalidades y en los hábitos sociales, porque las personas mutan su manera de ver las cosas cuando pasan del campo a la ciudad: las personas y dentro de ellas, sobre todo, las mujeres. Sobre Madame Bovary -y sobre Leon Dupuis y Rudolphe Boulanger, y también sobre Charles, porque todo va en un paquete- no hace falta extenderse ahora: se publicó en la época anterior a la Tercera República, cuando gobernaba Napoleón III, pero la posterior eclosión se veía venir. Y es que los fenómenos tardan en efecto en detonar (la Comuna, por supuesto, y también el centenario de la revolución -1889, Tour Eiffel- y, al final de todo, el caso Dreyfus en 1894) pero eso se explica porque fue sólo en la Tercera República cuando se terminaron de abrir los diques que llevaban mal que vienen capeando el temporal.

Y en los altos niveles -la crema de la intelectualidad, que diría Agustín Lara- todo se aceleró aún más: en 1874 se habían presentado los impresionistas -la primera exposición de su pintura- y en 1884 publicó Paul Verlaine su libro sobre los poetas malditos, que representó un antes y un después.

Los últimos años del siglo XIX y su prórroga en los primeros del siglo XX fueron interesantes y movidos en todas partes, pero París es mucho París. Sólo allí se pueden concebir los personajes novelescos de Balzac -de la época de Luis Felipe, o sea, década de los treinta y cuarenta, cuando unos secundaban el mandato de enriquecerse y otros estaban en las escenas de la vida bohemia que describió Henri Murger y que terminarían inspirando a Puccini- y sólo allí, ya en el Segundo Imperio, entre 1852 y 1870, el barón Haussmann pudo rediseñar y reconstruir la ciudad como lo hizo. Y fue precisamente en aquella sazón donde se entiende -ya vamos al grano- lo que sucedía en ese continente en miniatura que era La Salpêtriere -el hospital de mujeres de la rive gauche, fundado en 1657 para las pobres y luego ampliado para acoger también a las infieles y, en fin, a las prostitutas- y donde, ya el remate, encontró su lugar de magisterio nada menos que Jean-Martin Charcot, el fundador de tantas cosas en la medicina y en particular en la psiquiatría -descubridor de la hipnosis, nada menos-: baste recordar que allí acudió como alumno devoto, precisamente en 1885, un jovencísimo Sigmund Freud, que se dice pronto.

Victoria Mas ha imaginado, con gran fortuna, a dos jóvenes, la ilusa Louise y la rebelde Eugénie, para convertirlas en protagonistas de un relato de los que enganchan al lector.

¿Eran esas mujeres -en muchas ocasiones, encerradas allí por su marido o su padre simplemente porque, dicho sin demagogia feminista, de ciento cuarenta años después, habían osado no seguirles obedeciendo sin rechistar,- como -matices aparte, porque con armas de mujer siempre se ha llegado lejos- los demás? ¿No había que aparentar que sí, al menos un día al año y con una fiesta que sirviera de símbolo o incluso de ritual? Era la llamada “Media Cuaresma”, donde se celebraba un baile en el que asistía gente de fuera y se mezclaba con las internas. Y eso en un contexto en el que las masas adoraban las operatas.

Victoria Mas ha imaginado entre ellas, con gran fortuna, a dos jóvenes, la ilusa Louise y la rebelde Eugénie, para convertirlas en protagonistas de un relato de los que enganchan al lector. Y los personajes secundarios -actores de reparto, que se diría en Hollywood- no están menos logrados, empezando por Genévieve, una suerte de gobernanta, y, cómo no, el mismísimo Charcot: toda una galería de retratos sutilísimos, a cuál más logrado. Del conjunto puede predicarse que es una grn novela costumbrista: la foto, con altísima resolución, de un lugar -su genius loci- y una época: l’esprit du temps

El libro se publicó en Francia en 2019 y obtuvo el éxito que era de esperar. La versión en nuestra lengua, en feliz traducción de José Antonio Soriano Marco, es de febrero de 2021, hace por tanto -en estos tiempos tan acelerados- ya algún tiempo. Ha dejado de ser una novedad editorial, pero eso no significa que haya que arrumbarlo. Quien no lo leyó hace tres años se perdió una gran cosa, pero nunca es tarde para darse el festín de recrear un ambiente tan intenso, en lo feliz y también en lo infeliz, como el de la sociedad parisina de 1885. Ha pasado casi siglo y medio pero eso le da a la cosa un interés renovado. Casi morboso, pudiera decirse.

Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz
Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz
Catedrático de derecho administrativo y abogado.

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