España cae en el ostracismo. Pedro Sánchez se emperra en limitar el gasto militar español al 2,1% del PIB, encendiendo las críticas en la cumbre de la OTAN. Mientras el resto de aliados respaldan el nuevo objetivo del 5%, España se mantiene en solitario, alegando que un aumento adicional supondría recortes sociales inasumibles.
Mark Rutte se muestra tajante: “No hay alternativa”. El deterioro de la seguridad internacional y la amenaza creciente de Rusia obligan a todos los Estados miembros a asumir esfuerzos extraordinarios. “Los países tienen que encontrar el dinero. Son decisiones difíciles, pero necesarias”. No habrá trato especial para nadie.
Trump ha elevado aún más la presión; “España es un problema en el gasto militar de la OTAN”. Desde Europa también llegan los reproches. Bélgica, Suecia e Italia han cuestionado que Sánchez pueda cumplir sus compromisos con tan solo un 2,1%. “Si puede hacerlo, es un genio”, ironiza el primer ministro belga Bart De Wever, subrayando que los demás no disponen de fórmulas mágicas para sortear las exigencias de la Alianza.
Sánchez, por su parte, defiende que su plan es «realista y suficiente» para cumplir con las capacidades pactadas. ¿La realidad? Su insistencia en mantener un gasto significativamente inferior al de sus socios acentua la imagen de un país que se beneficia del paraguas de seguridad común sin aportar en igual medida; fagotización en toda regla.
Rutte descarta que la cumbre vaya a descarrilar por culpa de España -qué va a decir-, pero el mensaje es claro y contudnente: en la OTAN no hay espacio para excepciones.